- Por Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas
Con El Chago Novoa, querido amigo y artista multifacético, nos sentamos una vez más en el café La Biela. Se acercó Ricardo, un mozo de los de antes, sólo para saludar. Desde muchas décadas sabe que, cerca de las 7 de la tarde, el ristretto es casi litúrgico. La breve espera disparó recuerdos y la charla. Alguna vez, este punto de encuentro, tuvo pisos de parquet y era el lugar para discutir, entre otras trascendentes intrascendencias, si Ford o Chevrolet. Pasiones de aficionados al automovilismo y de pilotos de todas las categorías. Con éxito o sin él. Las grietas de un país en el que todo es blanco o negro. El gris, no existe. “¿Te acordás de Macoco Alzaga Unzué?”, preguntó Novoa. Personaje increíble, Martín Alzaga Unzué, habitué de la porteñidad noctámbula al igual que de las noches de París y Nueva York, también paraba en La Biela porque allí, se respiraba automovilismo y aquel bon vivant fue el primero de los pilotos argentinos en ganar el Grand Prix de Marsella, en 1924. Un año antes compitió en las 500 Millas de Indianápolis.
“En 1901, nació en Mar del Plata”, apuntó El Chago. “Sí, por casualidad. Su familia estaba allí de vacaciones”, respondí. Autodemonimado “play boy” –palabra que miles le adjudican ser el creador- Macoco, desde los años ’20, en el siglo pasado, como “pituco”, “niño bien” era también “petitero”, porque con frecuencia, se reunía con amigos en torno de alguna de las mesitas art-déco del Petit Café, en Avenida santa Fe 1280, a pasos de Callao, para transitar la banalidad. Más tarde, su escenario eran los fastuosos cabarets de entonces. El colega periodista y escritor Roberto Alifano, amigo de Macoco y, por qué no, su biógrafo, agrega que hacía culto de una convicción que, lamentablemente, casi ha caído en desuso: “Los Caballeros no tienen Memoria y las Damas, no tienen pasado”. Sonaba como exhortación, como ruego o, simplemente, como deseo personal.
Avanzaron la hora y los recuerdos. Un champagne Louis Roederer, Brut Premier Magnum coronó nuestra mesa junto con dos copas de tubo. Creímos ver a Macoco, saludándonos, sentado a la mesa del café eterno que allí comparten Borges y Bioy Casares, primo del Alzaga Unzué más famoso por dilapidar la enorme fortuna que le dejó su tía, “Cochonga” Casares, al igual que las 40 mil hectáreas de fértiles tierras bonaerenses –tres estancias- que perdió en pocos años. Comenté que, para evitar casarse con su prima, “Bebita” Anchorena, dejó atrás Buenos Aires en procura de Europa. Muchos argentinos notables y argentinas increíbles, que rompían todos los absurdos modelos de vidas femeninas de entonces, convergían sobre París. Casi todos, tangueros y tangueras. Carlos Gardel, según coincidentes relatos epocales, enorme latin lover, era uno de ellos, aunque significativamente más discreto que aquel Alzaga Unzué. Sin compartir una amistad profunda, Carlos y Macoco se conocían a fondo. Viejos relatores de antaño afirmaban que “Paris no era para los dos”, aseguraban que “una gran cantante húngara no sólo fue parte de una profunda disputa” entre aquellos dos transhumantes del jet set parisino sino que “fueron la causa por la que un matrimonio ejemplar entre notables artistas del cine y de la lírica se divorciaran escandalosamente. Alifano cuenta que Macoco fue amigo de Maurice Chevallier, Charles Chaplin y de la Mistinguette, a los que enseñó a bailar tango. También lo fue de los Windsor, de Marlene Dietrich, Claudette Colbert, Dolores del Río, Greta Garbo, Ginger Rogers, Sarah Bernhardt y que “con Rita Haywort tuvo un intenso romance”. Sostiene que, por sus andanzas, el famoso director de teatro y cine, Sacha Guitry, a poco de divorciarse de Ivonne Guitry, desde la ruptura, Printemps, afirmó que “a las francesas se les ha dado por dos berretines (caprichos). Tener un perrito pekinés y un amante argentino”. Más aún, en el texto de una de sus comedias, dijo de uno de sus personajes que era “tan rico como un argentino”.
Levantamos nuestras copas. Tal vez, brindamos con ellos y por ellos. Propuse no dejar afuera del brindis a aquel filósofo de cafetín cuyo nombre prefiero evitar, que en una madrugada gloriosa en la que nos deslumbró con historias tan verosímiles como incomprobables, con tierna sinceridad impiadosa aseguró recordar “incluso, aquello que siempre cuento y jamás sucedió”. Chocamos nuestras copas por él.
París no daba para más. Macoco, buscó Nueva York aunque también supo tener una residencia en Beverly Hills a la que con frecuencia llegaban en procura de diversión las más famosas y famosos de Hollywood. Olivia de Havilland, Tyrone Power, Alfred Hitchcock, Groucho Marx, Gloria Swanson.
“De ella estuve enamorado en serio. Una piba espléndida, con un cuerpazo fenomenal. Venía de abajo, del subsuelo o del sótano. Hacia fines de la década del veinte, cuando la conocí, era famosa y una de las estrellas mejor pagadas de Hollywood. Venía a las fiestas en mi residencia de Beverly Hills. El lío vino después con Mae Murray, una especie de amante oficial mía por aquellos años”, le confidenció alguna vez a Roberto Alifano que relató estas anécdotas en su libro “Tirando manteca al techo. Vida y andanzas de Macoco de Alzaga Unzue”.
Cuando la Ley Seca norteamericana, en 1931, asociado con John Perona, italiano turinés, en 154 East, de la calle 54, en Nueva York, entre Lexington y Third Avenue, en el corazón de Manhattan, abrieron las puertas de Morocco. Alzaga Unzué, claramente advirtió que la prohibición lo llevaría a la bancarrota. Para evitar la caída, después de comprobar que con la amistad que trabó con Elliot Ness, el jefe de Los Intocables, no resolvería la situación, pragmáticamente, se asoció con Alphonse “Al” Capone. Morocco fue por décadas el punto de encuentro de los notables de aquel mundo. Truman Capote, Gary Cooper. Humphrey Bogart, Salvador Dali, Aristóteles Onassis, Howard Hughes, fueron parte de sus nuevos amigos. Cuando los ’50 despuntaban el viento de cola comenzó a dejar de soplar. Macoco, retomó las acciones de cabotaje.
Aseguran que el general Juan Perón, “con pasaporte diplomático”, lo envió para que, desde Río de Janeiro, regresara a la Argentina con Ginger Rogers. Quería conocerla. Cumplió la misión. Después, quiso conocer a Brigitte Bardot. Fracasó. El nuevo jet set no sabía de él. Regresó al país apesadumbrado pero nadie supo lo supo. Perón había sido derrocado. Las luces de aquel play boy internacional comenzaron a apagarse. El 15 de noviembre de 1982 murió arruinado, sólo acompañado de viejas fotos sepia y sin recuerdos por aquello de que “los Caballeros no tienen Memoria”. ¿Será así? Tres gatas mimosas, estaban allí cuando Macoco -como lo apodó su padre cuando descubrió en un viejo mapa de África la existencia del Reino de Macoco, cuyos habitantes aún eran caníbales- expiró.
La noche, finalmente, pudo más. El recuerdo y el irrealismo mágico de aquel personaje poliédrico, se esfumó. Como las fortunas que dilapidó Martín de Alzaga Unzué. Nos invadió el silencio. Con El Chago Novoa, caminamos por Quintana hacia Callao. Los fantasmas de la Recoleta se fueron a dormir. Sin Macoco, no hay noche de ronda.