- Por Ricardo Rivas
- Periodista
- Twitter: @RtrivasRivas
La irrupción en el ecosistema gardeliano de la posibilidad de que una de las “rubias de Nueva York” que acompañaron a don Carlos Gardel en el filme “El tango en Broadway” haya sido morocha, paraguaya y que haya tenido un romance con el mítico cantante, sacudió la modorra veraniega. No fueron pocas las llamadas en procura de mayores detalles de aquella Cierta Historia Incierta que aún no concluye. Pronto sabremos, o no, sobre “Bette, que también es Kelly y, tal vez, Carmen”, y habría nacido en 1912, en mi querida Asunción. Algunos estudiosos del tema lo ponen en duda. Pero así son los debates cuando el tema es Gardel y todo aquello que tiene que ver con las que fueron o dicen haber sido sus mujeres, con su vida o con su nacimiento y hasta con su muerte.
Este año habrán de cumplirse 85 años desde que el comandante Ernesto Samper, el 24 de junio de 1935, a las 15:05, en el aeropuerto Olaya Herrera, de Medellín, no pudo evitar que el avión que piloteaba, un Ford Trimotor, matriculado como F 31, de la empresa Saco (Servicio Aéreo Colombiano), chocara contra una aeronave similar de la firma Scadta. Desde entonces se discute por qué sucedió la tragedia. Hay quienes sostienen que aquel aviador, abuelo de quien más tarde fuera presidente de Colombia, del mismo nombre, entre 1994 y 1998, antes de volar discutió fuerte con Gardel. Al parecer, acusaba al cantante de “haberle robado una novia”. Incomprobable, pero para nada imposible. El “Zorzal Criollo”, como muchos lo apodan, tenía fama de latin lover. Era un ganador.
Ricardo Ostuni, un querido amigo gardeliano, periodista, escritor, que ya no está y con quien algún tiempo compartimos responsabilidades laborales, café por medio en el bar La Poesía, algún atardecer en San Telmo, en el casco viejo de Buenos Aires, me comentó que “la española Imperio Argentina, una actriz famosa, aseguró que ‘Gardel era muy enamoradizo y, también, muy guapo, con el que trabajé muy a gusto’”. Ricardo estaba muy preocupado aquel día porque otro artista excepcional, Virgilio Espósito, en una entrevista radial “hablo de los ‘problemas sexuales’ de Gardel, cuando en verdad se le adjudicaron romances con varias mujeres argentinas y otras en el exterior como la española (sic) Perlita Greco y la húngara Ivonne Guitry, por mencionar solo a algunas”. El misterio rodeaba y rodea la vida de aquel con voz de tenor que aún genera fuertes debates. También la de muchas de sus allegadas. “Perlita, a la que algunos investigadores llaman ‘la amante secreta de Gardel’, y aseguran que es española, nació en Rosario, aquí, en la Argentina, el 11 de mayo de 1906. Murió en Nueva York el 26 de febrero del 2001. Se llamaba Alfonsina y, en la película “El tango en Broadway”, aparecía en un segundo plano con una vitrola”, sostuvo una madrugada en los inicios de los años 70 Juan D’Arienzo, en el mítico Bar La Paz.
Al parecer, Perlita, que en su vida vivió en torno a una suerte del lema personal inusual para el mundo femenino de entonces: “liberté, égalité, sexualité”, según uno de sus biógrafos, Marcelo Martínez, convivió con Gardel en 1926. Pero procuraron que el romance no se hiciera público. El mismo investigador la describe como poseedora de “una ingeniosa mezcla de erotismo, simbología herética y frivolidad devenida en crítica social”, considera que en sus presentaciones artísticas exhibe “la alquimia perfecta para una hechicera de turbadora belleza y fino intelecto, graciosa voz, gran pianista, sospechada de bisexualidad”, pero destaca que tiene una “apariencia de chica ingenua y frívola, que le permitió ser imagen de Coca-Cola o portada de las principales revistas y periódicos”. Resume: “Ni más ni menos que una Betty Boop de carne y hueso”. Así eran las mujeres que rodeaban a Gardel. Como él, superaban la época. Y fue, justamente, Ostuni –cuando aquel atardecer en La Poesía dejó de ser para dar paso a la nocturnidad y avanzar sobre un whisky monacalmente añejado– quien reflexionó sobre Gardel, su tiempo y los misterios que lo siguen más allá de su trágica muerte. “Superó a los hombres y mujeres de su tiempo. Hacía giras en avión cuando los artistas viajaban en barcos; grabó en cilindros para que sus temas pudieran ser escuchados por sus admiradores en el mundo; fue un hombre de radio; avanzó rápidamente en la industria del cine; en alguna forma, con los pequeños cortos de cine en los que canta con sus guitarristas, se adelantó a la técnica narrativa que hoy se conoce como videoclips”, dijo Ricardo en tono doctoral.
La dimensión de Gardel y su proyección en el tiempo inquietan. También las de varias de sus amantes – reales o imaginarias– que, como él, continúan conociéndose historias atrapantes. Desde Francia, sostiene Jean Andreau, “la muerte de Carlos Gardel produce un verdadero trauma mediático en la prensa y radios mundiales. Sobre todo en su ciudad de Buenos Aires, por supuesto, pero también en París, en Nueva York, en toda América Latina, e incluso en el diario de su ciudad natal de Toulouse”.
Ostuni recordó también que “Gardel cantó en francés, en inglés –aunque le costaba muchísimo hacerlo–, en italiano, en español y en guaraní. Como (Charles) Aznavour, como Julio Iglesias, por poner algunos ejemplos, Carlos Gardel era un integrante del jet set internacional”, señaló.
Aquel querido amigo, estudioso y gardeliano, explicó que “Gardel, en 1922, grabó 43 temas. No todos eran tangos. El tango ‘Los indios’, con letra de Juan Andrés Caruso y música de Francisco Canaro, fue el quinto trabajo discográfico de aquel año. Resulta muy curioso escuchar aquella voz inconfundible cantar ‘Iporã kuñataî, más linda que el urupey, te canta tu kuimba’e…’, pero así era don Carlos. No tenía límites profesionales ni humanos”, sentenció Ricardo Ostuni.
La leyenda de Gardel continúa. La de las mujeres que lo acompañaron –como Perlita Greco, argentina rosarina, y, quizás, Bette, que es Kelly y, tal vez, la paraguaya Carmen– también crecen con el paso de los años y los enigmas que se revelan. Conocer aquel pasado desprejuiciado es como volver al futuro.