• Por Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

En los últimos días mucho se publicó en la Argentina sobre un “furcio literario”, así lo categorizaron en algún titular de prensa, del que fue protagonista el presidente Alberto Fernández cuando el lanzamiento del Plan Nacional de Lecturas (PNL), en el Museo de la Casa Rosada. Involuntariamente, el Jefe de Estado aludió a “las novelas” de Jorge Luis Borges cuando aquel grande nunca abordó ese género literario. Mauricio Macri, presidente hasta el pasado 10 de diciembre, en 2007, aseguro haber leído “una novela” del mismo autor. En los ’90, otro mandatario, Carlos Saúl Memem, aseguró haber leído “las obras completas de Sócrates”. Escándalos de poca duración. Pese a ello, la equivocada evocación de Alberto F. trajo a mi memoria algunas expresiones, más exactamente, confesiones borgianas sobre la democracia que, poco más de 36 años después de que las pronunciara, me parecen más ruidosas que los furcios comentados.

El 28 de noviembre de 1983, cerca del mediodía, entrevisté a Don Jorge Luis Borges. Desde las 11 de aquella mañana, junto con otras escritoras y escritores, entre las que se encontraban Beatriz Guido, María Elena Walsh, Osvaldo Soriano y Adolfo Bioy Casares, se reunió con el presidente electo Raúl Alfonsín en el piso 13 del Hotel Panamericano. Transcurría el inicio de la primavera democrática argentina cuando se derrumbó el luctuoso invierno dictatorial que se extendió entre el 24 de marzo de 1976 y habría de finalizar el 10 de diciembre.

LA ENTREVISTA

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Lograr la entrevista con Don Jorge Luis no fue sencillo. Especialmente, porque aquel que –como él mismo lo expresara reiteradamente- había “tenido la imprudencia de nacer en 1899”, cuando el siglo XIX se despedía, no era afecto a la televisión y, justamente, yo era cronista del legendario Nuevediario que, en Canal 9 de Buenos Aires, creara Don Alejandro Romay.

A Borges lo conocí unos pocos años antes en un encuentro de escritores al que llegué acompañando a tres grandes de la cultura argentina: Don Helvio “Poroto” Ildefonso Botana, Don Edmundo “Pucho” Guibourg y Don Ulises Petit de Murat. Periodistas y escritores compañeros de Héctor Daniel “El Loco” Rivas, mi abuelo, en Crítica, aquel diario sensacionalista que fundado por Natalio Botana, desde el 15 de septiembre de 1913, revolucionó la prensa argentina. Ellos fueron quienes me permitieron acercarme a JLB para “estar cerca de él y estrechar su mano”. Con atención escuchó mi nombre y, apoyado en su memoria, preguntó dirigiéndose a Guibourg: “¿Rivas, tiene algún parentesco con aquel loco anarquista, compañero en Crítica, que con Salvadora Medina Onrubia (la mujer de Botana) exigían la libertad de (Simón) Radowitzky?” Aquellos viejos increíbles se rieron. Se me arrugó el alma. Sin embargo Borges estrechó mi mano y conversamos durante algunos minutos. Inimaginable. De allí que, para que aceptara responder a mis preguntas, a través de la presidente de la Casa del Teatro, Iris Marga, le recordé aquel encuentro inolvidable. Aceptó aunque me pidió que fuera “breve, porque tengo que almorzar en la casa de Bioy Casares, un amigo de muchas décadas”. Le aseguré que así sería.

UNA TAREA DIFÍCIL”

“Yo, había descreído de la democracia. Creí que la democracia, como dijo (Thomas) Carlyle, es el caos provisto de urnas electorales. Pero ese caos, el 30 de octubre (en la Argentina), demostró su hermosa voluntad de ser un cosmos y creo que, desde ahora, estamos en camino de serlo”, dijo Borges cuando le pedí que revelara qué le dijo al presidente Alfonsín minutos antes. “Pero –advirtió- va a ser una tarea difícil ya que cuando se trata de que una economía resucite -y sin dudas va a resucitar- creo que nuestra convalecencia será lenta. Después de seis años, quizás más, de desgobiernos, es difícil que este país se levante pero todo depende de cada uno de nosotros, de cada uno de ustedes. Yo, también trataré de hacer algo aunque a mi edad es difícil que pueda hacer mucho”. Lo escuchaba en silencio con el micrófono dirigido hacia él.

Tomado del cayado de su mítico bastón, Don Jorge Luis me interpeló a partir de su edad: “He cumplido 84 años. Cometí la imprudencia de nacer en Buenos Aires en el año 1899. El penúltimo año de aquel siglo. Pero seguiré trabajando con todos ustedes. Creo que si cada uno de nosotros trata de ser un hombre ético podremos salvar a la Patria que todos lo somos aunque no somos la Patria". Aquellas sus palabras, aún resuenan en mis oídos. Martillan con el ritmo de un sonsonete.

Borges las repitió y amplió el 22 de diciembre de 1983 en el suplemento “Cultura y Nación” del diario Clarín de Buenos Aires. Sin embargo, en aquel texto mayor pero, a la vez, sencillo, del alma del viejo maestro emergió algún grado de anarquismo que confesó sin vueltas.

“Mi Utopía sigue siendo un país, o todo el planeta, sin Estado o con un mínimo de Estado, pero entiendo no sin tristeza que esa Utopía es prematura y que todavía nos faltan algunos siglos. Cuando cada hombre sea justo, podremos prescindir de la justicia, de los códigos y de los gobiernos. Por ahora son males necesarios.” Es palabra de Borges.

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