“Constrúyase el arsenal de las armas de inteligencia donde el espíritu venga a revestirse de aptitud y fuerza para las grandes conquistas del progreso.” Gabinete Portugués de Lectura, 1872 (Acta del relator de cuentas).

Creo sinceramente que las bibliotecas son depositarias de un legado incalculable que trasciende al universo de las letras. Algo así como archivos de la memoria, registros de la experiencia humana al fin de cuentas. Más allá de que sean reales o imaginarias las vivencias, ser humano es transitar entre ambos mundos y he ahí la belleza. Es cierto que hoy buena parte del acervo mundial bibliográfico está digitalizado, pero hay algo catedralicio en los edificios que contienen libros que hace que valga la pena la visita. Sobre todo para los que practican el credo de la lectura y saben cuánto viaje hay detrás de cada página. Yo, que creo en la narrativa todopoderosa, desde que leí que el Real Gabinete Portugués de Lectura estaba entre las más bellas bibliotecas del mundo –y en Río de Janeiro– no pude pasar por la ciudad sin ir a conocerlo.

La señora del Uber no sabe dónde queda, pero el GPS hace milagros en el laberinto de vías estrechas. Estamos en el centro de Río y las calles son un contrapunto entre grandeza histórica y pobreza. De pronto llegamos ante una fachada imponente con cuatro estatuas y entre ellas una puerta. (Después sabré que forman parte de un ilustre grupo de navegantes, exploradores y poetas). Los miro un momento desde el auto hasta que un coche apurado detrás del nuestro irrumpe en mi ensueño de un bocinazo que me regresa al presente y me hace bajar a lo que vine. Podría decirse que el señorío del edificio es un buen prólogo para lo que voy a ver dos pasos más adelante, pero nada me prepara para el sobresalto que siento en las entrañas ante semejante belleza: de pronto estoy en una sala antigua, rodeada de libros que se elevan a las alturas en varios pisos, iluminados por la luz de una claraboya que parece acariciar los cientos de miles de lomos añejos, impresos en tinta dorada. Un arcoíris de letras ahí encerradas, incólumes del tiempo y la desgracia. No hay detalle dejado al azar en esta joya oculta de Río que alberga en contenido decenios de añoranza.

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Dicen que el Gabinete Portugués de lectura nació en 1837 cuando 43 inmigrantes de Portugal –llenos de patriotismo y nostalgia– concibieron un sitio en Río de Janeiro que custodiara la memoria de la lengua y de la patria para todos los coterráneos que vinieran a asentarse y a forjar un destino en el Brasil. Comenzaron entonces un pequeño acervo, con libros, periódicos y revistas que venían en barco, como llegaron ellos en su momento. Cuando nació el Gabinete, habían pasado solo 29 años desde aquel 1808 inaudito cuando desembarcó en Río de Janeiro la corte portuguesa en pleno, huyendo de Napoleón con casi 15 mil almas. Recuerdo cuánto me impactaron las palabras de Laurentino Gomes, con las que presentaba su novela (1808) en la contratapa:

“Nunca algo semejante había acontecido en la historia de cualquier otro país europeo. En tiempos de guerra, reyes y reinas habían sido destronados u obligados a refugiarse en territorios ajenos, pero ninguno de ellos se había marchado tan lejos al punto de cruzar un océano para vivir y reinar del otro lado del mundo… Era, por tanto, un acontecimiento sin precedentes tanto para los portugueses que se encontraban en la condición de huérfanos de su monarquía de la noche a la mañana como para los brasileños, habituados hasta entonces a ser tratados como una simple colonia de Portugal”.

¿Cómo desdeñar en Río la influencia lusitana si el Gabinete surgió apenas 16 años después de que la ciudad dejara de ser capital del Reino de Portugal y solo a 15 años de la independencia del Brasil? Fue el mismísimo emperador Pedro II quien lanzó la piedra fundamental del edificio actual, en 1880. Y cuando estuvo listo en 1887, lo inauguró su hija, la princesa Isabel, de la dinastía Braganza. Tan apreciada fue la obra que empezaron a llegar al sitio varios honores y distinciones. El título de “Real” fue otorgado por el rey don Carlos I de Portugal en 1906 y en los años 30 el Gabinete recibió del gobierno portugués la función de depositario legal de todas las publicaciones portuguesas. Es decir, todo lo que fuera impreso en Portugal tendría una copia en este Gabinete. Esta práctica continúa hasta hoy en día y el acervo de la biblioteca lleva más de 350.000 piezas. El sitio funciona hoy como una biblioteca pública y es mantenido por una mensualidad pagada por los miembros, por donaciones de instituciones brasileñas y portuguesas, y por el alquiler de inmuebles donados al Gabinete por antiguos socios.

Me pregunto si es uno de ellos el hombre con la cabeza albina que toma notas incesablemente, copiando de uno de los libros en una esquina. Inmerso en lo suyo, ausente de curiosos y turistas… En este templo esta mañana, en este sitio con halo de mística, es el único que profesa el culto de sus antepasados. ¿Cuál será el libro sagrado que investiga? Me parece un sacrilegio interrumpirlo, ni cometeré el pecado de convertirme en espía. Más bien con el aire de respeto que merecen los lugares que albergan semejantes maravillas, me permito un último suspiro antes de largarme, sí…

Y me marcho con el alma extasiada, en silencio y casi de puntillas.


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