Por Bea Bosio
Alguien dijo que “un viaje se mide mejor en amigos que en millas”, y este día bendigo a Angela y a Priscilla que me han invitado a presenciar la magia del Samba do Trabalhador. Es lunes y la noche cae mientras el taxi se va alejando de la turística Copacabana y comienza a insertarse en otro Río de Janeiro, apartado de ese idilio eterno con el mar. A medida que vamos rumbeando hacia la zona norte empiezo a avistar la otra cara de la ciudad: La que convive con los apremios y durezas de la rutina en el trajín de un día normal.
Se acaba la indumentaria playera, el humor deportivo de la calzada tropical y comienzan los trajes, los maletines y las hordas anónimas atascadas en el tráfico, o esperando el bus rutinario que los llevará a casa después de trabajar. Se que Rio es complicada, y no puedo evitar que se me acelere el pulso a medida que vamos saliendo de la zona turística de confort. Hay un golpe inevitable de adrenalina cuando un viajero deja de ser turista para convertirse en explorador. El medidor del taxi va sumando números mientras atravesamos hospitales, estaciones de servicio y escuelas. Un semáforo me da tiempo para mirar a mi alrededor: Veo a una mulata con aires de gacela subir una escalera interminable, llevando de la mano a una niña de pelo rizado y pañales. Abajo en la vereda amigos conversan. De pronto el taxi gira en una esquina y aparece una fachada, con un enorme cartel que marca el lugar: CLUB RENASCENÇA.
“Estamos acá”-dice el taxista. Se que estoy por entrar a uno de los hitos culturales del movimiento negro en Río de Janeiro, una de las piedras angulares de la cultura popular: Centro de la tradición afrodescendiente, y uno de los mayores palcos de samba de raíz del Brasil.
El “Rena”, como le dicen cariñosamente al club, nació en febrero de 1951, cuando un grupo de profesionales negros decidió fundarlo como un lugar de diversión, donde sus familias no fueran marginadas como en los otros clubes de blancos de la ciudad. Este grupo de profesionales liberales habitaba en un limbo, alejado de la masa por la educación (conformaban menos del 1% de la población instruida de color) e imposibilitados a acceder a los clubes de sus colegas blancos por discriminación. Por eso el club fue mucho más que un lugar de simple esparcimiento, y se consagró como un centro cultural que celebra la identidad afrodescendiente y lucha contra el preconcepto racial. Éste es el club histórico, de donde surgió la primera mujer negra que participó y ganó un concurso de belleza: Vera Lúcia Couto dos Santos, electa Miss Guanabara en 1964.
En aquél entonces no se concebía en términos estéticos una belleza que no fuera blanca, y la idea una belleza negra generó un gran cambio cultural y el club fue instrumental en esta nueva era. Cuando en la década de los sesenta comenzaron las primeras rodas de samba en el lugar, pasaron por ahí las grandes jóvenes promesas, como Martinho da vila (Canta Minha Gente) y Beth Carvalho. No podía ser de otra manera si el samba es el canto de la negritud por excelencia, impregnado de alegría, ritmo y espiritualidad. El son originario de Bahía, llegó a Río a fines del 1800 con la abolición de la esclavitud que permitió que los negros libres migraran a Río de Janeiro, donde estaba instalada la capital.
Todavía no se llamaba Samba cuando llegó al territorio carioca. Le decían “choro” y sonaba sólo en casa de las “tías bahianas”, matriarcas afrodescendientes que daban albergue a los músicos para celebrar y bailar. Recién en 1917 sería producido el primer samba del Brasil llamado Por Teléfono, y el género se expandiría con el advenimiento de la radio y trascendería no sólo territorialmente sino de forma trasversal en la sociedad, para convertirse en el genero musical más representativo del Brasil.
-“Esta noche de lunes se vuelve a las raíces”- pienso emocionada mientras pago mi entrada en una pequeña ventanilla pintada de azul que hace de boletería e ingreso al famoso club. El sonido vibrante de la batucada me envuelve, y a lo lejos veo al famoso patrón del evento: Moacyr Luz. Fue el músico quien tuvo la idea de crear el Samba do Trabalhador los días lunes, día de franco de los músicos después de haber tocado el fin de semana, para que ellos también pudieran sambar en un modo más distendido y disfrutar. Vaya idea genial. El grupo que toca está en torno a una mesa con los instrumentos que se agitan como en un trance de ritmo, alegría y oración.
Más de mil personas, blancas, mulatas y negras, bailan y vibran a la par. El samba reina esta noche y en este club que lo alberga, todo es fiesta y ha quedado puertas afuera el prejuicio racial. Mis amigos saludan a lo lejos, y me uno a ellos en un coro que eleva la voz y las manos al cielo y canta sin parar…
“los lunes son de las almas, y buenos para sambar.
Hay una vela para el santo y otra para vagabundear...”
Moacyr Luz (Samba do Trabalhador)