El restaurante Hermitage fue un ícono de la noche asuncena. La familia Ramírez, propietaria del recordado local, nos abrió el baúl de los recuerdos y de él brotaron anécdotas e invaluables registros gráficos, algunos de los cuales salen por primera vez a la luz en esta nota.

El imponente acceso, con su escalera de 16 pelda­ños, sigue incólume, como recuerdo de una época dorada. Por allí pasaron per­sonalidades y artistas de talla, nacionales e internacionales, así como turistas de todo el mundo. Hablamos del restau­rante Hermitage, un ícono de la ciudad que tuvo su esplen­dor en los años 70 y princi­pios de los 80, bajo la direc­ción de Rigoberto Ramírez y su esposa Andrea Álvarez. El hijo del matrimonio, Rigo­berto Ramírez (igual que su padre), se remontó con noso­tros en el tiempo, en busca de anécdotas y recuerdos.

La historia del Hermitage ini­ció con el primer dueño, un empresario italiano de ape­llido Bocaccio que abrió un local con ese nombre sobre la calle Yegros, en el centro de Asunción, en 1962. Poste­riormente, el sitio fue adqui­rido por Aurelio “Capi” Sosa, quien, según las anécdotas, tenía la “costumbre” de no cobrarle a los amigos por la consumición. De mas está decir que esto lo llevó rápida­mente al borde la bancarrota.

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Rigoberto Ramírez y Andrea Álvarez, en una imagen del año pasado.

En 1965, Rigoberto (padre), un inquieto hombre de nego­cios que para entonces tenía 35 años, junto con su esposa, Andrea, de 27 años, adquirie­ron el restaurante que siguió en el mismo sitio por unos años más. Pero Ramírez ya proyec­taba su mirada hacia algo más ambicioso. Así, en 1970 com­pró un predio en la privile­giada zona de 15 de Agosto entre Primera y Segunda, y allí levantó un local de primer nivel que se habilitó un año después, manteniendo el nombre de Hermitage. “Ese local tenía la particulari­dad de que era el único cons­truido exclusivamente para restaurante show. Nuestra vivienda estaba en el mismo predio, pero prácticamente era un pequeño anexo del res­taurante”, recordó Rigoberto (hijo), quien vivió de pequeño toda esa época.

“Mi papá tenía un carisma especial, sabía tratar mucho con la gente y se hizo muy querido. Por eso hasta hoy lo siguen llamando muchos artistas y amigos. Él se encar­gaba de las relaciones y mi mamá era la que administraba todo”, rememoró el descen­diente. Don Rigoberto padre, hoy con 89 años y cuidado en su salud (aunque como faná­tico nacionalófilo sigue yendo a la cancha a veces), vive aún con una de sus hijas en una parte del predio del ex restaurante. Doña Andrea falleció en mayo de este año.

Rigoberto Ramírez, hijo.

500 PERSONAS

El Hermitage, ya en su local propio, tenía una capaci­dad para más de 500 perso­nas: unas 300 en el jardín, y el salón, que podía cobijar a más de 200 comensales. La inversión en el edificio, en esa época, fue de alrededor de 20 millones de guaraníes. “Un restaurante con show así era muy difícil de mantener. El Hermitage tenía cuatro a cinco números estables, allá por el 76, 77, y contaba también con unos 60 empleados y mantenía una orquesta y un ballet esta­bles”, agregó Rigoberto.

Una referencia muy llamativa viene de una entrevista a su padre, hecha en 1977, donde explicaba que, por entonces, disfrutar de un menú inclu­yendo bebidas, tenía un costo promedio de mil guaraníes por persona. “Aunque suene increíble para esta época, por esa suma podías disfrutar de un menú internacional, que incluía una raya de wisky escocés, una entrada, un plato de fondo y un café”, comentó, y agregó que su padre decía que “en América no había un lugar donde se pueda comer y disfrutar un show con ese nivel a ese precio”.

Susana Giménez, Rigoberto Ramírez y Jorge Porcel.

El local abría de lunes a sábado y los shows eran todos los días. Un tiempo también funcionó como salón de te. “Los fines de semana venía la mayor afluencia de turistas y la gente recuerda la fila de colectivos en los alrededores. Otro atractivo era la famosa fiesta de fin de año. El local abría la noche de víspera y la gente recibía allí el nuevo año bailando”, recordó también Ramírez.

El espectáculo artístico dia­rio terminaba alrededor de la medianoche y luego entraba la orquesta estable, bautizada como “Los tres para el puchero”, que invi­taba a la gente a bailar hasta entrada la madrugada, aun­que “siempre había sin falta un grupo que se quedaba incluso hasta mas tarde”.

"Chiquitunga" Montaner de Biedermann, Arnaldo André y Rigoberto Ramírez.

HDD Y RODRÍGUEZ

Como centro de la noche asuncena, el Hermitage recibía entre sus habitués a varias personalidades. Una de ellas era el excén­trico empresario Humberto Domínguez Dibb, mas recor­dado como HDD. “Era una persona muy conocida por sus extravagancias, pero a papá le respetaba mucho. Recuerdo que le decía: 'vos vení cuando quieras Hum­berto, pero por favor no me hagas kilombo'”, recordó entre risas Rigoberto. “A él (a HDD) le gustaba hablar y que se le escuche, y papá le escuchaba hasta la hora que sea. Jamas hubo un incidente con él”, agregó.

Otro “amigo de la casa” era el general Andrés Rodríguez, quien en la época ya era un hombre fuerte del gobierno. “Recuerdo una noche que cantó Cafrune. Estaban Rodríguez con su señora y había una mesa donde arma­ban mucho barullo, en espe­cial una persona. Ni con el pedido del presentador ni del propio dueño podían aplacar su euforia, hasta que Rodrí­guez le mandó llamar a papá y le pidió que llame a una comi­saría, y que diga que es en su nombre. Una patrullera apa­reció en segundos y Rodríguez mandó llevar preso al cliente barullento. Al día siguiente vino la esposa junto a papá para pedir que se le libere. Papá le pidió al general, pero Rodrí­guez le dijo que no. El hombre se quedó dos o tres días preso”, recordó Ramírez, entre otras varias anécdotas.

Betty Figueredo, cantando en los jardines del Hermitage.

DE ARTISTAS

Algunos artistas trascendie­ron la relación meramente comercial y llegaron a ser grandes amigos de la fami­lia, como en el caso de Betty Figueredo y de la entonces joven cantante Valencia. “De hecho Carlos Báez (vocalista de los Aftermad's) y Valen­cia se comprometieron en el Hermitage y su fiesta de casamiento fue allí también”, rememoró Rigoberto.

También trajo el recuerdo de una noche muy especial en la que Jorge Cafrune, se sumó a una mesa de noctámbu­los que quedó tras el show, y terminó peñeando con ellos hasta casi el amanecer.

Moria Casán, lista para salir a escena.

El show de la vedette Susana Susana marcó todo un momento. “Fue un lleno total, estuvo acompañada por Jorge Porcel, que visitó el restaurante más de una vez. También fue sensación la presencia de Moria Casán, en una época donde el teatro de revista argentino acapa­raba toda la atención”, señaló.

DECLIVE Y DESPEDIDA

Según explicó Ramírez, esa recordada “época de oro”, que va desde finales los 60, toda la década de los 70 y principios de los 80, tuvo su declive, pri­mero, con el famoso Edicto Nº 3, instalado por Stroessner en el 78, que limitaba las activi­dades nocturnas, “y luego con el tema de Somoza (el aten­tado donde Anastasio Somoza fue asesinado, en setiembre de 1980), esa fue digamos la bala que terminó por matar la noche asuncena”.

César Luis Menotti (primero de la izquierda), Rigoberto Ramírez y Osvaldo Domínguez Dibb.

“Eso afecto también el turismo, que traía mucha gente, especialmente argen­tinos y brasileños que venían por el tema del folclore y nuestra gastronomía. Pero después comenzó la era de la electrónica y acá se conseguía de todo y a buen precio, y ese auge hizo que el movimiento se convierta más en turismo de compras”, señaló.

El Hermitage cerró defi­nitivamente en 1987. “No existía una idea de cerrar, pero justo surgió otra buena propuesta de negocio, que era el comedor de Acepar. Papá se presentó a la licita­ción y ganó. Era un trabajo muy grande que empezó en enero del 87, y para el mes de abril, mis padres ya vie­ron que no era factible lle­var ambas cosas con éxito. El Hermitage estaba como estancado, entonces la idea era cerrar dos años, que era la vigencia del contrato de Acepar, y reabrir. Pero que llegó el 89 se volvió a ganar la licitación y eso volvió a retrasar el proyecto, pero después vino el golpe y nos sacaron el contrato. Cuando papá quiso retomar el Her­mitage, mamá era la que ya no estaba tan convencida. Luego salió otro contrato para proveer servicios para todo el campus de la Univer­sidad Católica, y ahí defini­tivamente se dejó de lado el restaurante”, recordó.

El salón climatizado podía albergar a unas 200 personas comodamente instaladas.

El local se siguió alquilando para eventos y con el tiempo fue mermando totalmente la actividad. Pero cinco años después de su cierre como restaurante, se dio un hecho muy particular, y especial.

Rigoberto recuerda: “El Her­mitage se abrió en una opor­tunidad por un día. Fue para celebrar el cumpleaños de mi papá, el 25 de junio de 1992. Fue como un día más de aque­lla época. Él le reunió al per­sonal de la época que estaba disponible; vinieron algu­nos mozos, algunos cocine­ros, trajo artistas y en el jar­dín se armó el show, y llamó a todos sus amigos. Fue un encuentro memorable. Sin pensarlo así, en realidad, esa fue la verdadera despedida del Hermitage”.

LOS LOCALES DE LA “ERA DE ORO”

Así como el Hermitage, existían varios otros bares, parrilladas y restauran­tes show que brillaron en aquellas décadas, cuyos nombres siguen siendo recordados. Por ejem­plo: La Calandria, el Res­taurante Show Yguazú, La Carreta, el famoso bar Panuncio, el Restaurante 11, Noches Asuncenas, El Bosque y Diagonal.

También se rememora con emotividad la confitería Ver­túa, el restaurante Tajy Poty, el afamado Jardín de la Cer­veza, el Royal Park, El Rose­dal o la recordada parrillada La Curva, entre otros tantos locales históricos.

UN EXQUISITO Y VARIADO MENÚ

La carta del Her­mitage era prepa­rada por la propia dueña, doña Andrea Álvarez , con aseso­ramiento de destaca­dos chefs que dirigían la cocina. Entre los platos más r e nomb r a ­dos estaban: el surubí con crema de limón y alcaparras, el voul au vent de choclo, el pompiette de lomito al chapiñón o el pollo a la California, además de las tradicionales carnes a la parrilla. Entre los postres, la famosa Copa Hermitage, que llevaba helado con baño de crema chantilly, duraz­nos y guindas. Una publicación de la época recuerda que en la cocina del restaurante trabajaban alrededor de siete personas y en el salón, unos 15 mozos atendían los pedidos de la clientela.

ESCENARIO DE ALTO NIVEL ARTÍSTICO

Detalle de la portada de un disco de Agustín Barboza y Yverá, que utilizó como fondo la entrada del Hermitage.

Por el escenario del Hermitage desfiló una pléyade de artistas nacionales e internacionales del más alto renom­bre. Entre los locales destacan, por ejemplo: Betty Figueredo, Gloria del Paraguay, Marizza, “Rubito” Medina y su grupo Los Guaireños, Diana Peris, Valencia, Alberto de Luque y don Agustín Barboza y su esposa Yverá, quie­nes por muchos años fueron el broche de oro de las noches de show. También Los Signos, Lobo Martínez, y recor­dadas orquestas como Caribe 3, Los Aftermad’s, Equipo 87, Los Jokers, y otros tantos tantos grupos y solistas.

Entre las figuras internacionales se recuerdan las actuaciones de: Mocedades, Palito Ortega, Mercedes Sosa y Jorge Cafrune, así como exclusivos shows, como el que dio la entonces vedette Susana Giménez, acompañada del humorista Jorge Porcel; actuaron también la diva Moria Casán y las bailarinas del ballet Oba Oba, de Brasil.

El primer presentador del Hermitage fue Lucho Álvarez, que entonces era esposo de la profesora Carmen D’Oli­veira y Silva, primera directora del ballet estable. Tras Álvarez, tomó el micrófono Carlos Núñez, quien estuvo por largos años, hasta el cierre. En ocasiones era reemplazado por otra conocida voz, Peter Insfrán. La profesora Susy Sacco asumió la dirección del ballet en la última etapa del local.

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