- Por Ricardo Rivas, periodista
Con Eduardo Luis Andriotti Romanín somos amigos desde muchas décadas. Abogado, militante socialista desde su juventud, perseguido y exiliado en tiempos dictatoriales, con frecuencia nos reunimos para compartir algunos cafés y discutir con pasión en La Campiña, un restó marplatense –1.760 Km al Sur de Asunción– que conduce Alejandro.
Generalmente, hablamos de política y, en los últimos días, de los estremecedores conflictos que se desarrollan en Ecuador, Perú, Chile, Bolivia, al igual que otras emergencias –también irresueltas– de menor intensidad, que dan cuenta de la tan profunda como creciente insatisfacción social que agobia en cada amanecer e impide el descanso reparador en cada anochecer. Múltiples argumentaciones emergen tanto desde las derechas como desde las izquierdas para explicar tanta violencia.
Desde siempre, esas temáticas también son combustible y motor de las tertulias periodísticas en las que, no pocas veces, entre aquellos que superamos –ampliamente o no el cincuentenario– regresan como recuerdos de aquellos años en los que nos formamos con el deseo de dar rienda suelta al pensamiento crítico y luego, si daba, escribir sobre temas sempiternos que, como en esta etapa violenta, nos llevan a preguntarnos qué nos pasa.
DISCUSIONES FORMIDABLES
Para ayudarnos a pensar, siempre alguien recuerda que, allá por 1971 –cuando el mundo era mundial y no global– Eduardo Galeano, en “La venas abiertas de América Latina”, aportó definiciones que aún conducen a discusiones formidables. Algún miércoles de los tantos que pasé en Montevideo, en el Café Brasilero –Ituzaingó esquina 25 de Mayo– el propio Galeano escuchó de mi boca algunas de sus definiciones: “Ahora América es, para el mundo, nada más que los Estados Unidos: nosotros habitamos, a lo sumo, una sub América, una América de segunda clase, de nebulosa identificación. Es América Latina, la región de las venas abiertas”. “El desarrollo desarrolla la desigualdad”. A la pequeña mesa y a nosotros nos envolvieron el silencio. Nos miramos. Procuraba su palabra. “Allí está todo. ¿Hace falta decir más?”, respondió Galeano y pasamos a otra cosa. ¿Es tan difícil reconocer y acordar sobre lo evidente? Es posible.
No hace mucho tiempo, cuando aquellas redacciones de los diarios ruidosas, desordenadas, humeantes de tabaco y con alguna petaca escondida en un cajón de viejos escritorios quedaban por algunas horas en silencio luego que los matutinos ganaban las calles y los títulos de tapa comenzaban a ser voceados por los canillitas, era el momento de dejar paso a las conversaciones noctámbulas. La evidencia (llevar hacia afuera lo que vemos) fue y es siempre llave de apertura para la polémica. La controvertida cotidianidad ayuda para ello. ¿Hubo golpe en Bolivia? ¿Caerá (en Chile, el presidente Sebastián) Piñera? ¿Abolirá el pueblo de Chile la constitución del dictador Augusto Pinochet luego de 23 muertos, 26.000 detenidos, un millar de heridos con armas de fuego y 200 personas con mutilaciones oculares? Se multiplicarán las respuestas. Arderán los debates. Emergerán millones de explicaciones y de realidades. Inevitable. Particularmente en tiempos de cambios.
El maestro Tomás Eloy Martínez, periodista como pocos y escritor riguroso, cuenta en una de sus obras, “La novela de Perón” (1985), que el viejo general con frecuencia hablaba de “una mosca” y de su “abuela Dominga” cuando niño en la lejana Patagonia. Alguna madrugada porteña, quizás en aquel bodegón mítico como lo fue “El Navegante”, Viamonte 154 cuyas puertas cerraron para siempre en el 2007, lo hablamos personalmente. Aseguró –palabra más, palabra menos– que “cuando el general (Juan Domingo) Perón regresaba a la Argentina, en el vuelo 3584 de Alitalia, una mosca se posó sobre una de sus manos. Sorprendido, preguntó en alta voz: ‘¿Una mosca aquí, tan alto?’”. Por toda respuesta, el ya anciano fundador del peronismo, sin que nadie lo interrumpiera, añadió: “Vean esos ojos. Ocupan casi toda la cabeza. Son ojos muy extraños, de cuatro mil facetas. Cada uno ve cuatro mil pedazos diferentes de la realidad. A mi abuela Dominga le impresionaban mucho. Juan, me decía: ¿qué ve una mosca? ¿Ve cuatro mil verdades, o una verdad partida en cuatro mil pedazos? Y yo nunca sabía qué contestarle…”. Es palabra de Tomás Eloy Martínez en aquella novela histórica avasalladora y deslumbrante.
Quizás, por las mismas razones que las de las moscas que tanto impresionaban a Doña Dominga, no sea posible acordar sobre una crisis que se extiende sin remedio por la América latina y las responsabilidades que a todas y todos nos caben. Habrá que esperar a que sea historia. Riesgoso. Martín Caparrós, periodista y escritor notable, un puñado de días atrás, sentenció: “Nada es más variable que el pasado. Está claro que la historia de un país es lo que los pueblos –y sus poderes– deciden, en cada momento, recordar. Y que esas decisiones son, siempre, un resultado del presente”. Galeano sostiene que “la historia es un profeta con la mirada vuelta hacia atrás: por lo que fue, y contra lo que fue, anuncia lo que será” y agrega: “En la historia de los hombres cada acto de destrucción encuentra su respuesta, tarde o temprano, en un acto de creación”.