- Por Bea Bosio
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Dicen que a “Emilianore” le encantaba Puerto Casado. Que solían contratarlo en la administración de la empresa taninera porque era letrado. Pero no duraba mucho por odiar el encierro y los horarios. Prefería estar en el campo, donde supo ser hachero, alambrador, desalijador y carpintero. Cuentan que le gustaba andar por los montes de quebracho, y a pesar de la dureza de su labor en las arduas horas del verano, la recompensa la encontraba en su guitarra infinita, en las rondas nocturnas bajo el cielo estrellado…
Desde lejos se distinguen sus cerros azulados
Que brindan esperanzas al prado occidental
Regando su frescura vergeles de Casado
Despertando las flores las auras otoñal…
Puedo entender ese amor mientras camino por las calles de Casado. Transitarlo es regresar en el tiempo. Un paseo que trasciende el pudor de los años. Por todos lados hay vestigios: En galpones de antaño, almacenes olvidados, esqueletos de muelles junto al río, y rieles bajo tierra que de pronto se avistan y echan pistas de un otrora profundamente arraigado.
Hoy también lo llaman Puerto La Victoria, aunque sea imposible descartar la memoria de los tiempos del quebracho. Hay pueblos que son así. Habitados de manera subrepticia por una suerte de arqueología del pasado que al escarbar un poco acaba reflotando. A veces en recuerdos de un idilio plasmado en líneas como las de Don Emiliano. Otras, con todo el rigor de denuncia, como en la voz del gran Herib Campos Cervera proclamando:
En memoria de los hijos de la selva
Que agonizan y mueren en silencio
En el vasto imperio del Quebracho
Este es Benigno Rojas: hijo y nieto de hacheros y hachero él mismo.
Viene de selvas torrenciales
Y está como de paso frente a mí porque siempre
Camina hacia otras selvas cada vez más lejanas…
Claro. El ferrocarril que utilizaban para la extracción de madera en los bosques del quebracho llegó a extenderse tanto que se adentraba ciento y algo de kilómetros hacia el interior del corazón del Chaco. Por eso Casado en su momento también fue puerto de embarco y desembarco de las tropas paraguayas durante la contienda chaqueña y ese tren dormido que hoy yace en el cementerio de un parque de niños fue vital para acceder a los fortines y evitar el avance del enemigo boliviano. Los vagones hoy inertes transportaron municiones, provisiones, medicinas, heridos, armas y soldados.
El tiempo y los vientos lo han dejado hoy de lado. Con Yammy (mi compañera de viaje con quien he subido desde Asunción en barco) disfrutamos de los últimos rayos del día mientras conversamos. De pronto cae la noche y suenan las campanas. Entonces decidimos ir a oír la misa que oficia nuestro anfitrión polaco. Estamos hospedadas en la casa parroquial que tiene un patio central donde estuvimos trabajando más temprano con el pa’i Zislao.
A la hora de la cena vamos al lugar donde nos dicen que se come el mejor lomito de Casado. En la vereda están apostadas unas mesas y hay un televisor colgado. Descubro que 13 Tuyuti existe en karaoke con letras verde olivo e imágenes de la guerra. Alguien eleva la voz en canto y Emilianore se hace presente en la noche chaqueña.
Definitivamente transitar estas calles es un viaje al pasado. ¡Hay tanta historia encallada en este puerto lejano! Pero es tiempo de volver a casa luego de un viaje ensoñado. Mañana tendremos que agenciarnos para llegar a la otra orilla en Tres Cerros, y tomar el colectivo de regreso. Pero esa será otro relato. Por lo pronto, este termina en la noche chaqueña donde el paraíso se avista en un cielo infinitamente estrellado…