• Por Bea Bosio, beabosio@aol.com 

Domingo. Fin del viaje. Ya a la altura de la jurisdicción 17 Bravo, que corresponde a Vallemí, en léxico náutico. Pronto llegará el desembarque y volveré a mi vida de antes. Aunque de este viaje me lleve imágenes que estarán conmigo para siempre. Me cuesta empacar para marcharme. Hace siete días subí a este barco en el Puerto de San Antonio con la misión de llevar víveres al Norte sin conocer a nadie. Poco sabía de este universo fluvial que me enseñaría todo un nuevo lenguaje:

Cómo constelan las estrellas en la selva oscura por las noches.

Cómo flota el alma suspendida cuando el silencio es tan profundo que acalla hasta las más íntimas voces.

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Cómo se eleva el viento en una danza que ensancha el pecho en todos sus horizontes.

(Y cómo la libertad sabe a este sublime instante donde me echo en cubierta y veo ondularse por última vez los cerros del Norte…).

Pronto llegará la balsa del pa’i Zislao, karai guasu de Puerto Casado, a buscar sus víveres. Con eso terminará la misión que la Pastoral Social nos ha encomendado y tocará bajar para que el Enrico H. prosiga su travesía de llevar combustible hasta Bolivia, y nosotras (Yammy y yo) tomaremos un colectivo que deshará por tierra lo que hemos hecho por río. A esta altura la radio sintoniza un portugués que desgrana una balada sertaneja y a lo lejos se vislumbra la barca que trae al pa’i. Viene acompañado de unos casadeños que lo ayudarán con el traslado. Aunque parece uno de ellos en su ropa y andar comprometido, lo delata el blanco de esa piel que vino de Polonia a habitar esta tierra ignota hace tantos, tantos años. Lleva el pelo blanquecino por el tiempo y por el polvo del camino.

Tiene un halo santo, una mezcla de profeta y ermitaño.

– ¿Tú eres Beatriz? Pregunta. – Me dijeron que escribes y necesito que revises mi español en una reseña de un líder indígena que estoy armando.

Me descoloco. Le pregunto si trajo lo que quiere que revise a bordo. Me dice que no. Pero que tiene todo en Casado. Le explico que no puedo bajar. Que mi bus sale en dos horas desde el Puerto de Vallemí.

– Si lo tiene en computadora le doy mi correo y lo leo esta noche cuando llegue a casa con todo gusto pa’i. Le digo tratando de conciliar algo que nos acomode a ambos. Todavía no conozco el poder de convicción de Zislao.

– Para ayudarme tenés que bajar. Así vas a entender de lo que estoy hablando. Mañana, al amanecer, una balsa cruza a Tres Cerros. Ahí hay una parada donde podés tomar el bus que estás buscando.

Miro los cerros que señala el pa’i al otro lado del río. En ese verde furioso no distingo población alguna desde el lugar en que estamos. Cruzo una mirada rápida con Yammy y en un instante queda todo dicho. Aceptamos el desafío de bajarnos, pero antes comeremos el asado de despedida que nuestros compañeros de travesía han preparado. Luego uno de ellos nos acercará a Casado y será el Chaco el cielo que nos cubra el sueño de esta noche que ha tenido un giro inesperado.

Me despido con un dejo de nostalgia de toda la tripulación del Enrico H. He conocido gente maravillosa a bordo de ese buque y me siento infinitamente agradecida con cada uno de ellos. Por las historias, las enseñanzas de río y las grandes preguntas y pequeñas conversaciones que fueron flotando a lo largo del camino. Me llevo conmigo la retina colmada de imágenes de un Paraguay profundo, los ratos compartidos con mis compañeros de camino y los extensos soliloquios con mi propio espíritu.

No hay abrazo que contenga la gratitud infinita que me habita ni resquicio posible donde quepa el olvido.

Una lancha nos conduce raudamente a Casado, donde todo el pueblo está congregado en el fútbol del domingo. Vallemí-Casado. Cementeros contra ferroviarios. El pueblo vibra en las gradas y celebra los goles con bocinas de las motocicletas que se encuentran al costado de la cancha. Con Yammy, de a poco, empezamos a sentir el cuerpo en tierra después de tantos días a bordo. Luego del fútbol recorreremos el pueblo, pero ese será otro cuento.

Por lo pronto un gol se eleva en un grito que sabe a triunfo dominguero y resuenan las bocinas, los aplausos, las risas y todo se hace fiesta con esa algarabía que solo conocen los feriados…

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