• Por Ricardo Rivas, periodista 

Cuando Steven Spielberg nació, el 18 de diciembre de 1946, en Cincinnati, Ohio, USA, Ricardo Bastida, marplatense, tenía cuatro años. Los separaban 9 mil kilómetros. Sin embargo, en el tiempo, sus historias personales están cruzadas por el tiburón blanco.

Spielberg, el 31 de julio de 1975, estrenó “Jaws”. El film, que por estas latitudes se conoció como “Tiburón”, se apoya en una novela escrita por Peter Benchley, en la que relata la irrupción en las aguas veraniegas de Amity Island de un enorme tiburón blanco que pone en máxima tensión a residentes y veraneantes en esa isla en el Atlántico Norte. El nombre real de esa localización es Martha’s Vineyard, distante 8.946 km de Miramar, Argentina, en el Atlántico Sur.

Charlar con Bastida, profesor emérito de la Universidad Nacional de Mar del Plata (UNMDP), biólogo marino, buzo y surfista, en la pequeña bahía de Playa Varese, es descubrir que el mar está en él. Es aprender, de primera mano, los secretos de los mares y hasta descubrir que tiene algunos parecidos –no demasiados– con su colega ficticio en la película de Spielberg, el biólogo marino Matt Hooper, que interpreta Richard Dreyfus. En ese contexto llegaron los recuerdos.

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El 22 de enero de 1954 –21 años antes del estreno de “Tiburón”– amaneció radiante en la costa atlántica bonaerense. En Miramar, Argentina –472 km al sudeste de Buenos Aires y 1.725 km al sur de Asunción– turistas y residentes, desde muy temprano, se acercaron a la playa para disfrutar de un mar “planchado porque no había vientos”, cuenta Bastida, quien, por entonces, tenía 12 años.

Amigo y compañero de aventuras submarinas de Stan Waterman –singular apellido para un buzo famoso– de Ricardo Mandojana, Peter Gimbel y de dos grandes figuras del buceo mundial, los australianos Ron y Valerie Taylor, de la que asegura que “es monísima y muy valiente”, recuerda que cuando aquella lejana mañana miramarense, “el cielo estaba totalmente despejado. El agua reflejaba un azul intenso. El calor del mediodía se hacía sentir. El mar provocaba. La arena ardía”.

Bastida, sus primos y otros niños, lamentaban la falta de olas. Disfrutaban barrenar sobre ellas calzados con patas de rana. “El surf era totalmente desconocido aquí y en gran parte del mundo. Todo era calma”, recuerda.

Cerca de las 13:30, gritos desgarradores quebraron la tranquilidad. Los ojos de todas y todos, con desgano y curiosidad, hicieron foco sobre el mar. Era hora de almuerzo. Luis Ángel Fulco, el bañero, como se llamaba a los guardavidas, había arriado la banderola celeste que indica que el mar no supone peligros e izó la roja para alertar a los bañistas para que estaban sin protección. Sin embargo, Fulco –coleccionista de trofeos como nadador en aguas abiertas– mientras tomaba unos mates siempre miraba el agua. Minutos antes, Alfredo Aubone (18), un muchacho al que conocía desde niño, pasó a su lado junto con sus amigos Guillermo y José María. “Don Ángel, voy a nadar un rato”, le dijo sin detenerse. El pibe Bastida los vio, pero continuó con sus juegos en el mar. Zambullirse en busca del fondo arenoso, sorprender a sus amigos emergiendo a sus espaldas hasta extenuarse era su diversión preferida. “Pero la tranquilidad se quebró. Gritos desgarradores, un chapoteo extraño en el agua muy cerca de mí. Otros nadadores que gritaban. Fulco se lanzó al mar. Rápidamente nadó los 80 metros que lo separaban de Aubone en peligro. El agua se tiñó de rojo intenso. Desde el mar podía escuchar gritos que alertaban sobre la presencia de un tiburón. El escualo parecía ensañarse. Cuando faltaban pocos metros hasta la arena atacó nuevamente. Le destrozó la pierna izquierda”, relata Don Ricardo. Gravemente herido fue operado ese mismo día por los mejores médicos del país que casualmente veraneaban en Miramar. Salvó su vida. Un año más tarde, contó que “cuando vi que Fulco estaba cerca le advertí que me atacaba un tiburón pero él, con calma, respondió con firmeza: ‘el único tiburón acá soy yo’”.

“No quedó nadie en el agua y ese día nadie volvió a entrar al mar”, evocó Bastida (77), mientras caminamos sobre la arena. “Fue increíble, mucho después, desde una butaca en el cine, ver en la película Tiburón lo mismo que viví cuando niño en Miramar”, reflexionó en alta voz. Aubone, años más tarde, por razones laborales dejó la Argentina. Residió en Bolivia hasta su muerte, al parecer, durante los años 90.

BASTIDA

Ricardo Bastida sostiene que el mar lo atrajo “desde siempre”. Revela que “pescar tiburones, como me enseñó el señor Pagni, luego que mis padres me regalaran un equipo de pesca carísimo, lo disfruté tanto como nadar, navegar, surfear, como aún lo hago para celebrar cada uno de mis cumpleaños”.

Don Ricardo cuenta que “en los ‘80 del siglo pasado, conocí a Richard Ellis, excelente pintor y escritor norteamericano que me regaló su libro más famoso, ‘The Book of Sharks’ y, con gran sorpresa, supe que el escualo que atacó a Aubone en Miramar, fue un gran tiburón blanco. Se determinó con precisión porque científicos norteamericanos estudiaron un enorme diente que los cirujanos que lo operaron extrajeron de las profundas heridas que suturaron. Los tiburones blancos no son exclusivos de zonas tropicales. Son mucho más frecuentes en aguas templadas, aunque pueden estar en cualquier parte del mundo”.

Apasionado científico del mar, como desde niño, practica profesionalmente la fotografía subacuática. Fue uno de los iniciadores del buceo en la Argentina “desde 1958, cuando aquí no existían los trajes de neoprene”. Agrega que “en 1961 o 1962, llegó y usó la primera cámara fotográfica anfibia que fabricaba el célebre Jacques Cousteau, llamada Calypso y aún la uso porque sigo buceando y surfeando. Solo perdí el pelo, nunca las mañas. Respeto muchísimo a los tiburones. Pero la chance de ser atacado por uno de ellos es menor que la de morir por un rayo y nadie piensa que morirá por un rayo”.



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