La caída de Kurusu (setiembre 3,1866) significó un doloroso contraste para las fuerzas paraguayas durante la larga gesta de la Triple Alianza (1864/1870). No solo por las circunstancias derivadas de la derrota, sino porque las trincheras de Kurupa’yty estaban lejos de terminarse y serían el siguiente objetivo del ejército aliado. Aun a pesar de la celeridad que los hombres del Gral. José Eduvigis Díaz imprimían a los trabajos.

Por fortuna para los paraguayos, los jefes de la Alianza no se decidían al asalto enfrascados como en ocasiones anteriores en un “largo cabildeo” para dirimir componentes, día y fecha para el cometido.

El apuro tal vez fuera menor en esta ocasión, pues las debilidades defensivas que le atribuían a Kurupa’yty no haría demasiado difícil su conquista. Habida cuenta de que por entonces el enclave no contaba con más defensas que una pieza de artillería y un escaso contingente militar. Pero a medida que el comando de la Alianza postergaba el operativo, aquellas defensas iban siendo mejoradas en profundidad, amplitud, complejidad y expectativas de eficacia.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

LAS TRINCHERAS

Algunas de las fuentes más confiables refieren que el 6 de setiembre, el mariscal Francisco Solano López ordenó a Francisco Wisner de Morgenstern que trazara “...sobre el terreno, el plano de las nuevas obras de fortificación proyectadas para contener en Curupa’yty el avance enemigo que consideraba inminente”. Dos días después y sobre los planos realizados por el coronel austro- húngaro al servicio del ejército paraguayo, López convocó a algunos de sus oficiales de mayor rango para analizar el documento. “...Todos lo aprobaron... menos el general Díaz”, quien argumentó con un enfático guaraní que el proyecto podría parecer bueno en los papeles, pero que una vez construidas aquellas instalaciones serían incapaces de detener a los aliados.

López, con “...una fe ciega en su lugarteniente”, le pidió entonces que se encargara de la construcción de las defensas. En realidad, parte del trabajo había sido iniciado inmediatamente después de la batalla de Kurusu, una vez retiradas las tropas brasileñas de las cercanías. Pero las fosas construidas entonces habían sido solo la indispensable y elemental cobertura que requería la todavía desguarnecida Kurupa’yty. En la misma noche de aquel 8 de setiembre, Díaz dio inicio a la tarea con 5.000 hombres, que trabajando por turnos durante las 24 horas de todos los días se prodigaron en cortar árboles, excavar túneles y preparar zanjas y abatises. Los soldados trabajaban con picos y palas y aunque “...rendidos por el sueño y la fatiga, dormían de pie, con los ojos abiertos, aprovechando el breve turno de espera, burlando la vigilancia del superior que velaba sobre ellos, apurándoles en aquella labor sin ejemplo”.

El 21 de setiembre, “antes del medio día”, Díaz se trasladaba hasta el cuartel general de Paso Puku para informar al Mariscal que las trincheras estaban listas. Congratulado el Mariscal por la laboriosidad de Díaz, analizó con él los últimos detalles de la defensa y las acciones a acometerse el día siguiente. Al despedirse y con la firmeza que le caracterizaba, el jefe paraguayo aseguró a López que “...si todo el ejército le trajese el ataque, todo el ejército aliado quedaría sepultado al pie de las trincheras”. Después, regresó a Kurupa’yty para pasar la noche con sus soldados, vigilante.

Mientras en Kurusu, un par de kilómetros hacia el sur, 20.000 hombres del ejército aliado esperaban anhelantes la acción del día siguiente.

LA BATALLA

“Un radiante sol” saludaba el día y el inicio del desplazamiento de la flota imperial, desde el apostadero de Kurusu hacia Kurupa’yty. Avanzaron en línea cinco acorazados, dos buques bombarderos, tres chatas bombarderas y seis cañoneras. Antes de partir, el almirante Tamandaré había anunciado que en dos horas “descangalharía” las trincheras paraguayas. Ya frente a ellas, los acorazados “Bahía” y “Lima Barroso” se adelantarían a cañonear las fortificaciones. Las demás naves dirigirían su fuego hacia “el resto de las líneas paraguayas”, aunque sin llegar a exponerse “...a los fuegos del fuerte”.

A las 8:00, las 101 bocas de fuego de la flota imperial iniciaron el feroz cañoneo. En pocas horas, la flota lanzó sobre las posiciones paraguayas alrededor de 5.000 proyectiles. Las piezas paraguayas ubicadas hacia el río contestaron los disparos. Aquellas se hallaban bajo el mando del capitán Pedro Hermosa y los marinos Domingo Ortiz, Pedro V. Gill y el teniente de artillería Adolfo Saguier. Estaba con ellos Albertano Zayas, degradado a simple sargento, tras la estampida de sus hombres en Kurusu. Frente a las tropas de infantería estaba el teniente coronel Antonio Luis González y como asistente del general Díaz actuaba el capitán Eduardo Vera.

Cuando cesó el bombardeo se hizo un súbito y desconcertante silencio. Avisado el general Mitre que había concluido la tarea de la flota y asumido que las trincheras de Kurupa’yty estaban ya “descangalhadas”, ordenó el inicio del avance. Bajo el mando directo de los generales Wenceslao Paunero y Emilio Mitre, 9.000 argentinos se lanzaron al ataque. A su vez, el general Manuel Marques de Souza, barón de Porto Alegre, conducía a otros 10.000 brasileños. “...Otros 15 batallones argentinos y 9 cuerpos brasileños quedaron formando la reserva y más tarde tomaron parte en el asalto”. Un total de 20.000 hombres.

Con sus “...vistosos uniformes de parada, relucientes bajo los rayos del sol, alineados en rigurosa formación, marchando al son de músicas marciales, con sus banderas desplegadas, más parecían destinados a lucirse en una fiesta fastuosa que próximos a la catástrofe”. Cuando allá lejos, en el extremo del estero, un vigía anunció la presencia del enemigo, Díaz ordenó el repliegue de sus tropas ubicadas en las trincheras más avanzadas. Seguidamente, montado a caballo recorrió todo el frente arengando a la tropa, que respondía con vivas a la patria.

Ni bien las tropas aliadas se pusieron al alcance, Díaz ordenó el fuego. Un toque de clarín fue seguido por el unísono estruendo de los 49 cañones paraguayos. Se producía entonces una situación que habían sufrido los paraguayos varias veces, cuando sin artillería, o sin la suficiente para confrontar al pesado equipo militar aliado, sus tropas fueran terriblemente maltratadas. Ahora era a la inversa. Cuando los hombres de la Alianza suponían que el bombardeo de más de cuatro horas de duración había destrozado las líneas paraguayas, avanzaban hacia su seguro holocausto, completamente desprevenida.

La artillería paraguaya estaba intacta y las tropas enemigas empezaban a sufrir el rigor de su fuego haciendo penoso y sangriento su avance por el carrizal. Sin otras preocupaciones más que afinar la puntería, los artilleros paraguayos dejaban enormes huecos en las formaciones que se revolvían en el fango, allá abajo. Los que salían indemnes del campo de tiro de los cañones se encontraban con las “bocas de lobo”, las zanjas cubiertas con árboles espinosos. Y los que superaban este obstáculo, se precipitaban en los abatises, y todo este infierno se desarrollaba ya en el campo de tiro de los fusiles.

Los soldados argentinos y brasileños no podían aproximarse siquiera a las trincheras. Los pocos que lo lograban eran literalmente fusilados. “...En vano trataban de utilizar las escalas y fajinas que traían para sortear los fosos y trepar sobre los abatises. Caían segados por centenares. Retrocedían horriblemente destrozados, se arremolinaban, recibían refuerzos y volvían a la carga, siempre con el mismo infortunado resultado. Curupa’yty era inexpugnable”.

A las cuatro de la tarde el general Mitre dio la orden de retirada, aunque ya “mucho antes”, por propia iniciativa y convencidos de la inutilidad de aquel esfuerzo, algunas tropas se habían anticipado en un precipitado abandono del campo de batalla. Pero iniciado el repliegue “oficial” con el relativo orden que las circunstancias permitían, se desató el pánico, sin embargo, al escucharse que los paraguayos salían de sus trincheras para iniciar la persecución de las columnas derrotadas.

Aunque existiera esta posibilidad, la misma no se produjo. El Mariscal lo había desautorizado por muchas razones, pero fundamentalmente porque la persecución habría de hacerse en paralelo al curso del río y, en consecuencia, bajo el probable fuego de la artillería de la flota.

A las cuatro y 30 sonaba el clarín del “pardo” Cándido Silva anunciando la victoria, mientras el general Díaz recorría la trinchera entre los vítores de la tropa.

¡VICTORIA!

Retirados los aliados del campo de batalla y cumplidas las formalidades militares más indispensables, pudo aquilatarse la magnitud de aquel gran triunfo. Las bajas paraguayas fueron insignificantes: 23 muertos y 69 heridos.

Entre las muertes más sentidas estaban las de los oficiales “castigados”, el coronel polaco Myzkowski y el sargento Zayas, degradados ambos y expuestos en las zonas más vulnerables de las defensas, frente al fuego de los acorazados. Fallecieron también el capitán Carrillo, el alférez Galeano y el teniente Jaime Lezcano, quien con jóvenes de 18 años, era ayudante del Mariscal.

Sin cumplirse aún 24 horas de haber prometido que todo el ejército enemigo –si viniera– se estrellaría al pie de sus trincheras, el general Díaz se presentó a dar el parte oficial. Caía la noche. “Rodeado de altos dignatarios y distinguidos jefes y oficiales”, el Mariscal se adelantó tras el reporte y envolvió a Díaz con “...un abrazo estrecho y prolongado”.

Nadie durmió en Paso Puku aquella noche. Hubo baile para los soldados y el jefe victorioso fue agasajado con una cena a la que asistieron la Sra. Lynch, el obispo Palacios y “varias personalidades civiles y militares”. En la hora de los brindis, el Mariscal terminó un encendido discurso dedicado a Díaz, con estas palabras: “Vuestro nombre, general, no morirá. Vivirá eternamente en el corazón de nuestros conciudadanos”.

¿Y …cuántos aliados murieron?

Se señala –generalmente– que las bajas brasileñas y argentinas fueron de 8.000, entre muertos y heridos. Cronistas argentinos y brasileños fueron más parcos para dimensionar la cantidad de sus víctimas. Pero suele afirmarse que “la verdad es la primera víctima de una guerra”. Por lo que con la misma capacidad de retacear la verdad aumentando las cifras, que otros la habrán alterado reduciéndolas. Entre los 1.000 de estos últimos y los 8.000 de aquellos, estará entonces la cifra real de muertos en Kurupa’yty.

Pero, por otra parte, si hubieran sido tan escasos los daños de los ejércitos de la alianza, como mencionan autores brasileños y argentinos …¿cómo puede explicarse que las fuerzas aliadas hayan sido inmovilizadas en sus campamentos por casi un año entero...?

El llanto de Elisa...

De acuerdo a la versión del escritor brasileño Fernando Baptista, durante el transcurso de la batalla, Elisa Lynch se habría unido “a varias mujeres de pantalones de uniforme cargando camillas” para llevar a los heridos hacia la retaguardia. En ese menester se encontraba cuando a las cuatro de la tarde, “el general José Díaz, todavía con la espada desenvainada”, cruzó raudo ante ella y entró al puesto telegráfico.

Durante el desarrollo de la batalla, Díaz había fatigado los alambres informando a López sobre las contingencias del combate, pero en esta ocasión venía para enviar el parte final anunciando la victoria. Cumplido el cometido reapareció y regocijado, “...ordenó a las bandas que ejecutaran el Himno Nacional paraguayo. Montó a caballo y recorrió una vez más las trincheras de punta a punta, bajo vivas frenéticas de millares de sus comandados, al toque de atención de los clarines y los tambores”.

Al ver aquel espectacular y emotivo desenlace de la batalla, “...la irlandesa Elisa Lynch, intensamente conmovida, salpicada de sangre caliente de los guerreros y las camilleras a quienes había socorrido, ante la apoteosis espontánea que presenciaba... no pudo contener las lágrimas”.

Entrecomillados del libro “Madame Lynch. Mujer de mundo y de guerra”, de Fernando Baptista.

(*) Basado en el relato que el autor escribiera en el libro “La guerra del Paraguay contra la Triple Alianza” - Edición diario ABC, Asunción, 2014.

Las trincheras de Kurupa’yty en la actualidad
Una de las tres fotografías conocidas del Gral. José Eduvigis Díaz, artífice de la victoria de Kurupa’yty.


Dejanos tu comentario