Por Ricardo Rivas, periodista

Con Miguel Dobarro construimos amistad desde hace más de 40 años. Discutimos, discrepamos, debatimos y coincidimos en algunos placeres que disfrutamos visceralmente. Los habanos Montecristo 4 están entre ellos. No acordamos cuando de whiskies se trata. Miguel va por el Johnnie Walker Double Black, mientras que mi paladar demanda Chivas Regal 25 años Original Legend Blended. Sin embargo, aquel atardecer ventoso acordamos acompañarnos con un Dimple 15 años.

Lo de Victoria, un bodegón marítimo con alma pirata y gastronomía de alto nivel en Mar de Cobo –31 km al norte de Mar del Plata y 1.670 al sur de Asunción–, aportó el marco propicio para la charla.

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“¿Sabés que murió Comando?”, preguntó Miguel. Sin darme tiempo para responder, recordó que se trataba de la mascota de la submarinista Eliana Krawczyk, la “Reina de los Mares”, según su familia, y la única mujer entre los 44 tripulantes desaparecidos con el submarino ARA San Juan el 15 de noviembre del 2017 a las 7:30. “Siempre me interesé en los afectos de los perros”, agregó Miguel, quien también es veterinario. El viento aullaba.

Comando, a partir de su muerte, es una leyenda. “Callejero”, como el mismísimo perrito al que, como nadie, le cantó Alberto Cortez, vagaba “sin tener horario para hacer la siesta”, entre marplatense Playa Grande y la Base Naval. Con Krawczyk estableció una relación muy particular. Lo cuidaba con máxima dedicación cuando no navegaba. Sabía que su querida mascota padecía de cáncer. Con medicación y cariño mitigaba sus dolores. En numerosas oportunidades pensó en llevarlo para que viviera con ella en su casa. Comando lo rechazó. Valoraba demasiado la libertad, pero no renunciaba al amor que recibía de aquella submarinista única en América Latina.

En cada partida del ARA San Juan acompañaba a Eliana hasta el muelle, primero, hasta la planchada, después, y con interminables arrumacos la despedía hasta el instante preciso en que ingresaba en la gloriosa nave. Luego, con los primeros movimientos que realizaban los remolcadores con los que los prácticos guiaban aquel barco de guerra hacia el canal para salir del puerto marplatense, comenzaba a ladrar con sus ojos fijos en el casco del sumergible. En algunas ocasiones se zambullía y, con esfuerzo, nadaba a la par de la embarcación, intentaba abordarla para luego emprender el regreso al muelle sin satisfacer sus sentimientos. Una y otra vez Krawczyk lo dejaba atrás sin miramientos. Vida marinera. “¿Por qué lo hacía, Miguel?”, pregunté. “Es difícil saberlo”, respondió.

Los perros no tienen inteligencia, aseguran algunos, “pero sí tienen recuerdos y sentimientos”, agregó Dobarro. “Un perro, a veces, es conciencia”, afirma mi amigo Ray Collins, respondí mientras apuraba otro largo trago de Dimple. “Y tiene razón”, agregó Miguel. Nuestra mirada seguía allí, en aquel horizonte lejanísimo. Inalcanzable.

Los que conocen casi todos los secretos del puerto aseguran que Comando, luego de cada partida, lloraba, aullaba y permanecía en estado de tristeza hasta que el regreso del ARA San Juan encendía nuevamente su alegría. “Verlo así –me dijo alguna vez un suboficial submarinista– me recuerda a mis hijos, cuando pequeños, cada vez que me despedía de ellos para ir a navegar”. Un grupo de marineros tripulantes de un remolcador grabaron con sus celulares a Comando cuando al borde de sus fuerzas nadaba sobre la banda babor de aquel submarino heroico en su última partida. Agotado regresó. Se echó en el muelle. Cuando recuperó fuerzas, con la cola entre las piernas se acercó a la rompiente en Playa Grande. Algunos dicen que desgarraba el alma con aullidos prolongados y sus ojitos fijos en las olas. Un año más tarde, en los primeros días de noviembre del 2018, Comando murió. Se dice que un tumor en el estómago le produjo el último suspiro. Otros comentarios sostienen que expiró en el mismo momento en que Ocean Infinity encontró los restos del ARA San Juan. Un oficial de la Fuerza Aérea, Julián Trejo, atribulado, homenajeó a Comando con “honores militares” cuando supo de su muerte.

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