- Por Ricardo Rivas
- Periodista
El 2 de junio de cada año aquí se celebra el Día Nacional del Perro. La efemérides es una creación de la periodista Cora Cane (fallecida en el 2016), quien en 1999 me contó con emoción que “la heroica y noble historia de Chonino” la llevó a proponer tal recordatorio cuando escribía “Clarín del amanecer”, su columna cotidiana en ese matutino local.
El 1 de junio de 1978, Luis Alberto Sibert, un suboficial de policía argentino, llegó al estadio Monumental para ser parte de la seguridad en la inauguración de la Copa Mundial de Fútbol en esta ciudad. Eran tiempos dictatoriales desde el 24 de marzo de 1976 cuando una operación golpista cívico-militar derrocó a la presidenta Isabelita Perón. El agente Sibert no fue solo.
Lo acompañó Chonino, un perro policial “de presa”, que era su guía desde dos años antes cuando comenzó a entrenarlo. El perro, un ovejero alemán grande, nació el 4 de abril de 1975. Fue reclutado en diciembre de 1977. Todos sus datos quedaron consignados en el legajo Nº 716. En el entrenamiento en el que se destacó por sobre el resto de los canes. Aquel día, desde las 15:00, se enfrentaban Alemania y Polonia que empataron en 0 luego de un encuentro muy aburrido. La jornada laboral finalizó. Sin pena ni gloria.
Amaneció muy frío y lluvioso el 2 de junio de 1983. Cuando la tarde finalizaba, la ronda matera se cortó. Sibert se puso de pie, miró a Chonino y acarició su cabeza para que supiera que se acabó a vigilia, aunque la guardia seguía. Subieron a un vehículo junto con el agente Jorge Ianni. Los tres dejaron atrás el elegante barrio de Palermo. La misión asignada fue la de reforzar la seguridad vecinal en las inmediaciones de las avenidas Lastra y General Paz, en el barrio de Devoto, donde la megalópolis, en pocos metros, deviene en territorio provincial. Desde algunas semanas atrás en la zona había preocupación luego de numerosos asaltos que quebraron la tranquilidad vecinal. La lluvia arreciaba inclemente. Sin embargo, Luis Alberto, Jorge y Chonino patrullaban.
Cerca de las 20:00, oscuridad cerrada en el invierno austral, los agentes procuran identificar a dos hombres que, cuando los vieron, intentaron ocultarse detrás de algunos automóviles estacionados. “¡Alto, policía, deténganse y levanten sus manos!”, gritó Sibert desde la puerta de un local en el que un comerciante bajaba rápidamente la persiana por precaución. Con dos fogonazos anaranjados se inició un breve tiroteo. Los desconocidos comenzaron a correr mientras cubrían sus espaldas a balazos para ganar distancia de sus perseguidores. Luis Alberto cayó. Jorge creyó que había tropezado. Se acercó para ayudar a su compañero en el mismo momento en que el caído soltó a Chonino para que hiciera su trabajo de perro de presa. Un plomo de alto calibre se incrustó en el cuerpo de Ianni que de rodillas cubría a su compañero y con sus manos contenía una profusa hemorragia. “¡Aguante, jefe, ya viene la ambulancia!”, alcanzó a decir para alentarlo. Fueron sus últimas palabras. El can se lanzó en procura de los que corrían desesperados. Con una mordida profunda interrumpió la fuga del que disparó contra su guía. El otro bandolero volvió sobre sus pasos. Con un certero balazo alcanzó al perro en el pecho que aflojó sus fauces y cayó pesadamente. Los pistoleros huyeron. Arrastrándose malherido el can regresó con su amigo agonizante. Chonino se acostó sobre su pecho hasta que partió para patrullar el más allá.
Los servicios de emergencia y numerosos patrulleros policiales llegaron al escenario de la tragedia. Sibert salvó su vida. Un médico que retiró a Chonino advirtió que entre sus dientes tenía un trozo de la campera de los asesinos. Lo quitó de entre sus fauces para entregarlo a un policía que lloraba desconsolado. Sin embargo, ese llanto trocó rápidamente en una voz de alerta que puso en marcha una cacería. Entre los afilados caninos de ese perro héroe quedó apresado el documento de identidad del atacante. Su captura y la de su cómplice fue en cuestión de horas. Chonino y Ianni fueron inhumados con honores.