La mañana del 17 de setiembre de 1980, Asunción cambió para siempre. Cerca de las 10:10, un grupo de guerrilleros asesinó al dictador nicaragüense Anastasio Somoza Debayle en un operativo militar en plena avenida Generalísimo Franco (hoy Avda. España). El ataque, además de matar a un “huésped” de Stroessner, resultó ser un duro golpe al orgullo mismo del régimen estronista, que movilizó su estructura para encontrar a los responsables desatando una “cacería” sin resultados.

“Nosotros lle­gamos muy rápido. Recuerdo que del cuerpo de Somoza todavía salía como humo, tipo vapor, por el tema de las balas que recibió. Él y su acompañante esta­ban como agachados, como metiendo la cabeza entre las piernas”, dice Ángel Bogado, entonces reportero gráfico del extinto diario HOY que fue uno de los primeros en llegar al lugar del siniestro.

Bogado tenía 36 años cuando tuvo la oportunidad de hacer esa cobertura. Ya llevaba como 15 años trabajando para el citado matutino y le sobraba experiencia en coberturas de diferentes situaciones. Pero este caso era totalmente nuevo para un país que vivía adormecido bajo una dictadura que para esa época ya tenía más de dos décadas de vigencia. El ase­sinato de Somoza abrió una grieta en el régimen.

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“Recuerdo que la gente no entendía mucho lo que pasaba. Después empeza­ron a llegar. No me olvido de Montanaro (Augusto, ministro del Interior de la dictadura) viendo el cuerpo y fue él quien finalmente confirmó que se trataba de Somoza”, dice Bogado.

Ahora, a sus 75 años, el repor­tero reflexiona sobre aque­lla jornada. “Llegué y rápida­mente me fui muy cerca del auto, empecé a tomar fotos. Llevé tres rollos, como para asegurar. Hice la foto del cho­fer destrozado, en plena calle. Estaba desmembrado y deca­pitado. Todo era muy fuerte, era algo que no pasaba nor­malmente acá”, relata.

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El 16 de julio de 1976 y luego de estar durante 7 años como presidente de Nicara­gua, Anastasio Somoza pre­sentó su renuncia a la pri­mera magistratura del país centroamericano. Anastasio, que había heredado el poder de su padre y después de su hermano (lo que se conoce como la dinastía somocista), había llevado a su país a una guerra civil de proporcio­nes, dejando miles de muer­tes civiles y militares. Su gobierno dictatorial había llegado a su fin con sangre. Se refugió primero en Gua­temala, y en 1979, finalmente encontró su destino final de exilio: Paraguay.

La presencia de Somoza en el país no resultaba extraña dadas las circunstancias globales de la época. Estados Unidos ni otro país iba a inter­ferir para que el ex presidente nicaragüense encuentre su “descanso” en estas tierras.

Sudamérica por aquellos años estaba dominada por dicta­duras, y setiembre de 1980 resultó ser un mes especial. En Argentina, la Junta Mili­tar estaba en pleno trata­miento –con voraces inter­nas– para determinar quién iba a ser el sucesor del Tte. general Jorge Rafael Videla, presidente de facto. En ese mismo mes, en Chile, ganaba el “sí” del plebiscito llamado por el dictador Augusto Pino­chet para adecuar la consti­tución nacional chilena a su medida.

En medio de aquellos suce­sos históricos en ambos paí­ses y otros, nada suponía que en Paraguay podía pasar algo llamativo. El régimen estro­nista tenía todo bajo control. Era impensable que podía darse un atentado o un ataque similar, salvo que sea perpe­trado por las propias fuerzas estatales. Por eso, que se haya llevado a la perfección el “ope­rativo reptil” en plena capital del Paraguay de Stroessner resultó una afrenta a toda la dictadura.

La Operación Reptil estuvo encabezada por el guerrillero argentino Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, fundador del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en Argentina, y fue el nombre que dieron para la operativa que terminó con el asesinato de Somoza. Estando en Nicaragua, a mediados de los 70, Gorria­rán Merlo se unió a las filas de la guerrilla Sandinistas, que luchaba en ese entonces por derrocar a la dictadura de los Somoza en Nicaragua.

Lo que se supo después, con las investigaciones posterio­res, es que Gorriarán Merlo ingresó a Paraguay apenas unos días antes y de forma clandestina, solamente para dar el golpe final, pero el ope­rativo ya se había puesto en marcha antes. En el relato que el propio Gorriarán Merlo hace en declaraciones a la prensa –que recoge el País de España– y en un libro que él mismo escribió, describe que ex guerrilleros sandi­nistas, mayoría argentinos, ya se instalaron en Paraguay meses antes para hacer el tra­bajo de inteligencia previo. Desde julio, el equipo contro­laba los movimientos del ex dictador.

El 17 de setiembre de 1980, el operativo entró a la fase final. Como casi todos los días, Somoza iba en el asiento tra­sero de su automóvil Merce­des Benz blanco. En esta oca­sión, estaba acompañado de su asesor financiero, Jou Bai­ttiner, un ciudadano estadou­nidense. Al mando del vehí­culo iba su compatriota César Gallardo, el chofer. Atrás, acompañaba el Falcón rojo con dos custodios.

Cerca de las 10:10, el vehí­culo de Somoza viajaba sobre la avenida Generalísimo Franco (avenida España), cruzó Venezuela y estaba por alcanzar la calle Amé­rica, cuando los guerrille­ros le interceptan con una camioneta. Uno de los gue­rrilleros ya estaba esperando en las inmediaciones con una “bazooka” (lanzacohetes LPG-2) para reventar el auto­móvil de Somoza, pero el dis­paro no sale. Entonces, dos hombres bajan de la camio­neta y empiezan a disparar con fusiles de asalto M-16. En cuestión de segundos, el Mer­cedes Benz quedó rociado de balas y los tres ocupantes, muertos.

Finalmente, el guerri­llero encargado pudo dar el bazookazo y el disparo dio en la parte del chofer, haciendo que Gallardo termine deca­pitado y con sus brazos mutilados. Los custodios de Somoza, que se habían ocul­tado tras una pequeña mura­lla, ya no respondieron tras el bazookazo. En declaracio­nes posteriores, los guerri­lleros dijeron que la idea del asalto en principio fue dispa­rar primero el lanzacohetes, temiendo que el vehículo sea blindado, pero como el primer disparo falló, entonces baja­ron y empezaron a disparar.

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“Para mí marcó un hecho positivo y negativo para mi vida profesional, te voy a decir. Positivo porque pude estar en el momento y hacer fotos que sirvieron y van a seguir sirviendo para la his­toria, pero negativo porque no aproveché un momento que tenía de acompañar a los médicos que iban a hacer el estudio de los cuerpos. Pude haber tenido mejores tomas, fotos que iban a ser mucho más históricas. Como que me queda esa sensación de arrepentimiento por no haber aprovechado ese momento”, dice hoy Bogado.

A sus 75 años, Bogado ya está retirado del oficio de repor­tero gráfico. Trabajó en ello durante 35 años, muchos de ellos en el diario HOY, cuyo director era Humberto Domínguez Dib (HDD).

Bogado dice que hizo por lo menos 200 fotos de aquel suceso. Muchas de ellas se hicieron muy famosas, como aquella que muestra a Dino­rah Sampson, pareja de Somoza, cuando llega al lugar del ataque. O aquella fotogra­fía del cuerpo, destruido, del chofer del ex dictador, a casi 10 metros del vehículo. “Él salió volando con la fuerza del disparo de la bazooka. Llega­mos y seguía ahí su cuerpo y pedazos”, dice Bogado.

ALBERTO PERALTA: “CAMBIÓ LA VIDA DEL ASUNCENO”

El periodista Alberto Peralta, que sigue al día de hoy con sus programas de radio, en la mañana de setiembre de 1980 estaba en la redacción del diario HOY. “Estábamos como un día más, normal. Esperando hacer nuestras coberturas”, dice Peralta.

Cuenta que en el diario reci­ben una llamada de un com­pañero, del departamento de cobranzas, que vio práctica­mente todo lo que pasó y uti­lizó el teléfono de una casa vecina para avisar. “Nos fui­mos con el periodista Chiqui Ávalos y el reportero Chiqui Velázquez de una, rápida­mente. Nuestro compañero pensó que fue un ataque al embajador estadounidense. Pero cuando llegamos, nos dimos cuenta que fue otro el objetivo”, expone Peralta.

Alberto Peralta.

Cuenta que la gente no enten­día lo que estaba pasando, porque fue algo sorpresivo. Mucha gente empezó a espe­cular. Pero cuando se dio a conocer que el asesinado fue Anastasio Somoza, la cuestión ya tenía otro sen­tido, dice Peralta. Sobre todo porque el régimen tenía que encontrar un responsable.

“Hubo un cambio drástico en la vida de los asuncenos de a pie. Prácticamente murió la noche asuncena. Antes, en esa época, había muchas parrilla­das, pero con esto, se fue apa­gando todo porque la Poli­cía empezó a rebuscarse por todos lados. Paraban a la gente, pedían cédula, fue una cosa de locos”, recuerda Peralta.

Según el periodista, a la poli­cía paraguaya le fue muy difí­cil encontrar a los responsa­bles porque los guerrilleros que perpetraron el hecho operaron como profesionales, mientras que la policía estro­nista no tenía elementos. “No tenía servicio de inteligencia, para qué, en esa época no era necesario, por cómo contro­laban todo. Y como no tenían nada, apuntaron a todos. Hubo recorridas de policías revi­sando casa por casa. Subían a los colectivos a pedir cédula de identidad. Recuerdo en la época había poca gente que tenía cédula y mucha gente tuvo que hacerse para no quedar detenida en las revi­siones. La gente pasó a sentir muy fuerte la presión del con­trol”, apunta Peralta.

Los relatos de Peralta y de Bogado coinciden en muchos matices, pero prin­cipalmente en el trabajo periodístico que se hizo en la época. Con los reporteros cubrieron un evento así, de una magnitud que puso al país en el ojo del mundo.

“Recuerdo que el diario HOY salió ese mismo día con un suplemento especial de 8 páginas a puras fotos y algunas cró­nicas sobre lo que pasó. El suple salió ya cerca del mediodía”, expone Peralta. Este mismo recuerdo tiene el reportero Bogado, pero añade: “Había gente esperando frente al dia­rio para comprar. Fue una ver­dadera locura. Porque las fotos que nosotros logramos fueron fotos únicas, exclusivas, ade­más, por todo lo que significó el hecho”, dice Bogado.

Peralta sigue hoy día con sus programas de radio. En radio 1000 está con “La siesta de M”, de 13:00 a 16:00 y de 18:00 a 20:00 con su tradicional “Jarro Café a mil”. Bogado, alejado del mundo de las fotos, se dedica de lleno a su local de artes mar­ciales, en la ciudad de Luque.

Ambos fueron testigos muy cercanos de un hecho que conmovió y marcó al país, y que dejó en ridículo a la tan mentada seguridad del régimen estronista.

QUIÉN ERA GORRIARÁN MERLO

Según los datos biográficos, Enrique Haroldo Gorriarán Merlo, nació el 18 de octubre de 1941 en San Nicolás de los Arroyos, Argentina, en el seno de una familia de clase media alta y murió en Buenos Aires, el 22 de setiembre del 2006.

Fue, sintéticamente hablando un guerrillero argentino, fun­dador del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) junto con Mario Roberto Santucho. Fue protagonista, el 15 de agosto de 1972, de la fuga de la cárcel de máxima seguridad de Trelew (en la Pata­gonia argentina) en la que murieron varios de ellos y huyeron unos pocos. En 1976, se va a Nicaragua y se acerca al sandinismo. Organizó junto con otros miembros de la guerrilla el plan que mató a Anastasio Somoza Debayle en 1980.

En Nicaragua fue considerado un héroe por los sandinistas. Regresó a Argentina y fundó otro movimiento y en pleno gobierno democrático de Alfonsín (1989) encabeza un ataque armado al regimiento militar de La Tablada, en Buenos Aires, en la que murieron 39 personas (entre ellas, 9 guerrilleros). Gorriarán intentó justificar el atentado afirmando que supuestamente estaba en marcha un golpe de Estado. Fue detenido en México y extraditado a Argentina. Hizo una huelga de hambre con otros detenidos por 162 días y fue liberado por un indulto del entonces presidente Eduardo Duhalde en el 2003. Publicó un libro de memorias de 600 páginas en el que relata las distintas actuaciones de su vida agitada y justificando su accionar.

Murió de un paro cardíaco el 23 de setiembre del 2006 en el Hospital Argerich.

“LE TIRÉ TRES VECES”

En una entrevista con el diario español El País, realizada hace décadas y en el libro de “Memorias” publicado por él en Argen­tina, Enrique Haroldo Gorriarán Merlo relata en primera per­sona el hecho cometido por la célula bajo su mando en Asunción. Entre otros detalles, rescatamos lo que expresó ante la prensa: “Osvaldo”, (el guerrillero que realizaba el trabajo de inteligen­cia desde su puesto de revistas y diarios en la zona cercana a la residencia de Somoza), “desde su puesto de observación, pro­visto de un walkie talkie, daría el aviso cuando observara el vehículo de Somoza y estuviera seguro de que él venía dentro, mencionando el color del automóvil. Nosotros captaríamos la señal con otro walkie talkie.

Apenas recibida, ocuparíamos nuestros puestos, Armando pon­dría en marcha la camioneta e interceptaría el vehículo. “San­tiago”, desde el jardín de la casa, le dispararía con un lanzagra­nadas y yo, con un M-16, atacaría a la escolta o abriría fuego sobre el vehículo de Somoza. Armando, una vez que interrumpiera el tráfico, descendería de la camioneta y abriría fuego sobre la escolta con un FAL. Según el mismo relato, por primera vez, no manejaba el auto de Somoza el chofer habitual y además, tam­bién por primera vez, venía en el asiento trasero.

“Yo temía que los disparos que pudiera hacer a Somoza con el M-16 no le hicieran nada porque el vehículo fuera blindado. Pero comencé a disparar”, asegura, “primero sobre el chofer, al que le hice un solo disparo para detenerlo, y luego sobre Somoza y su acompañante, a quien le tiré tres o cuatro veces”. “Observé que los disparos penetraron sin dificultad. Disparé tiro a tiro y cada disparo hacía que el cuerpo de Anastasio Somoza se moviera...

Según Gorriarán Merlo, llevó seis meses de preparación e inteligencia el operativo. De acuerdo a sus datos, participaron de ella unas diez personas y la única baja fue la del “capitán Santiago”, Hugo Alfredo Irurzún, quien fue muerto después por la policía paraguaya.

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