Por Aldo Benítez, aldo.benitez@gruponacion.com.py - Fotos: Nadia Monges
Pequeñas historias de gente trabajadora que desde hace años forma el ecosistema urbano del centro de Asunción y que, a pesar de la inminente recesión económica, da pelea buscando salvar el sustento diario.
Es un día absolutamente gris este 12 de setiembre en Asunción. El microcentro, cerca de la media mañana, regala su ajetreo diario, mas no tiene la masificación de años anteriores. Los vendedores callejeros terminan de colocar sus mercaderías con la esperanza de alguna venta. Policías municipales intentan controlar el tráfico. Señores de corbatas y trajes que caminan presurosos. Señoras que pelean con sus zapatos taco alto para caminar por las rotas veredas. Vendedoras y vendedores de tereré preparando sus remedios y sus materas, esperando clientes. Frente al Panteón de los Héroes, indígenas ofrecen sus productos artesanales. Estudiantes que posiblemente escaparon de sus colegios recorren la calle Palma. En suma, se trata de un día más para los habitantes de la capital de un país que está en plena desaceleración económica, a las puertas de una recesión. Una situación financiera por la que Paraguay no atravesaba en los últimos 20 años.
Aquello de recesión, que estudiosos y técnicos financieros definen como una caída importante de la actividad económica que se manifiesta, entre otras cosas, en la disminución de empleo, compras, importaciones, circulante, etc., encuentra en la calle y en la pragmática definición de Martín Sánchez, un lustrabotas del barrio Chacarita, quizás el resumen más certero y coloquial: “Hendy, compañero, ndaipóri la plata” (la situación está difícil, no hay dinero).
Martín Sánchez tiene 68 años y desde hace más de 50 que trabaja lustrando zapatos en la Plaza de la Libertad. Tiene su puesto en uno de los camineros, en la esquina que da entre las calles Estrella y Chile. Dice que pocas veces la situación estuvo tan dura como ahora. Pero es lo que hay, por lo que tiene que seguir, sostiene. A Sánchez el oficio de lustrador de zapatos le sirvió para poder mantener a su familia que vive en la Chacarita, en la zona baja de Asunción, a la ribera del río Paraguay.
Don Sánchez tenía un promedio de al menos 10 a 15 clientes por día en años anteriores, pero eso se redujo, con suerte, a cinco por día. Al igual que todos los lustrabotas de esta plaza, este señor de pocos cabellos asegura que, si bien el problema se ha acentuado en este último año, la situación viene difícil desde hace un buen tiempo. Sobre todo en lo que respecta al movimiento de gente en el centro.
A su criterio, la cuestión pasa también porque el microcentro de Asunción no tiene o no ofrece mucho ahora para que la gente se sienta cómoda. Dice que los empleados de empresas privadas o funcionarios públicos ya no salen como anteriormente se hacía a tomarse ciertos descansos.
–“Ojalá se pueda solucionar esta situación”, dice don Sánchez.
Otro lustrador de calzados que trabaja en el centro asunceno es Guillermo Maidana. De sus 45 años de vida, 30 los ha dedicado exclusivamente a esto de lustrar o pintar los zapatos de la gente. A diferencia de Sánchez, que tiene su puesto, Guillermo recorre buscando clientes. Según su cálculo, camina al menos 20 a 30 cuadras por día para poder sacar al menos unos G. 80 mil diarios.
Don Guillermo vive en la Chacarita. Dice que muchos clientes ya le conocen por los años que lleva con este tema. Recorre todo el microcentro, todas las mañanas, por lo menos hasta el mediodía. Después de la siesta, se ubica en esquinas de la calle Palma.
–“Nosotros vivimos de los funcionarios públicos o empleados de empresas que tienen que llegar impecables a sus oficinas. Lo que me salva, algunas veces, es que la gente quiere cambiar el color de su zapato, entonces ese ingreso es importante”, expone Guillermo Maidana.
Con su bolsón y la característica caja de lustrabotas, Guillermo recorre el microcentro de lunes a sábados buscando zapatos para hacer brillar. Dice que si tiene oportunidad de conseguir un empleo estable y donde se pueda ganar más, está dispuesto a dejar este trabajo.
Para don Bernardo Estigarribia, que hace 55 años trabaja dándole lustre a los zapatos en esta misma plaza, el problema es simple: “Omano la centro” (el centro murió), dice con una sonrisa, pero rápidamente se pone serio y ratifica, siempre en su guaraní profundo: “Esto está muerto. La gente ya no viene como antes. Tengo más de 50 años trabajando acá y una cuestión así solamente cuando había problemas de supuestos golpes se podía dar, un microcentro sin gente”, expone don Bernardo. También vecino de la Chacarita y que vive en este barrio desde que nació, hace 68 años.
En la Chacarita también viven sus cinco hijos y su esposa. Gracias a su trabajo, don Bernardo pudo lograr que estudien. “Si bien empecé tarde”, dice mientras ríe. “Mi hija mayor tiene 20 años y por suerte están estudiando ella y sus hermanos”, señala Estigarribia, sentando, esperando un cliente.
En cuanto a la ciudad, para estos trabajadores que están en el día a día, el centro ha cambiado poco y en muchos aspectos empeoró. No solamente en la parte económica, sino en todo lo que se refiere a una vida como ciudadano.
Los lustrabotas están dentro de la clasificación económica en la llamada “economía informal”, que engloba a todos aquellos oficios que escapan al seguro médico, de vida, al seguro social, que no tiene una tributación, etc. Esta gente no tiene una organización, pero se conocen entre todos, o casi todos. La mayoría trabaja en esto desde que eran pequeños. Hay, por supuesto, gente muy joven que también se dedica al rubro, pero cada vez son menos.
Herme Rivero abre a las 7:00 su revistería de la calle Estrella, entre 14 de Mayo y 15 de Agosto, en pleno microcentro de Asunción. Don Rivero tiene 49 años y desde hace 30 (cuando tenía 19 años) arrancó con este negocio. Ofrece revistas, libros y, por supuesto, diarios. Justo el sector impreso –sobre todo en lo referente a periódicos– que cada vez vende menos. Para él la situación es realmente complicada.
“La verdad que todo lo que sea impreso cada vez se vende menos. Las revistas cada vez salen menos. Los libros se venden poco así como los diarios. Entonces, lo que hacemos es trabajar sobre pedidos. Tenemos nuestros clientes seguros, por lo menos eso”, expone Rivero.
Según el revistero, una de las cuestiones que conspira a tener un bajo nivel de ventas es que hay menos movimiento en el centro, es decir, menos gente caminando por el lugar ya sea de día o de noche. Como ejemplo menciona que su local anteriormente abría las 24 horas. Así lo hizo en los años 80 y 90, pero tuvo que eliminar ese sistema y empezar a regirse por el horario de oficina –de 7:00 a 18:00 aproximadamente– en los últimos años.
“Tenía un secretario que me ayudaba. Imaginate, me alcanzaba para pagar a una persona que además de un sueldo tenía un porcentaje por las ventas. Cambió todo, cambió demasiado todo”, dice con un dejo de lamentación el señor Rivero.
Las revisterías del centro, al igual que algunos puestos de venta callejera y también los lustradores de zapatos, están obligados al pago de un canon por días trabajados que cobra la Municipalidad de Asunción a través de los mercados municipales, según la zona. El monto varía, de acuerdo al rubro y a los espacios que ocupan estos puestos, pero el mínimo es G. 3.000 por día.
“Andá mirá sobre Oliva, la cantidad de locales cerrados, también sobre Montevideo, cerca de Presidente Franco, todas las oficinas o casas para alquilar. Mucha gente se fue”, agrega don Rivero.
Cuenta el vendedor que las revistas argentinas todavía tienen su público y que otro factor de ingreso es la venta de revistas antiguas al por mayor. Gracias a este trabajo, don Rivero puede mantener a su familia, compuesta por 3 hijos.
“Lastimosamente el centro se está quedando sin gente. A la noche hasta se vuelve peligrosa esta zona. Es una pena. Pero acá estamos, seguimos aguantando”, dice don Rivero mientras toma su tereré sin hielo.
Sobre la calle Palma, en pleno corazón del centro de Asunción, desde hace décadas, unos señores con bolsones negros al hombro, lentes de sol por lo general y también algún que otro kepis o gorra, marcan presencia en el lugar y se convirtieron prácticamente en parte de la escena asuncena. Son los cambistas de Palma.
Uno de ellos, quizás de los más antiguos que está en este rubro, es Gregorio Monges, que lleva 50 de sus 67 años trabajando sobre esta histórica calle, cambiando dólares, pesos, reales, y viendo crecer o decrecer– a la ciudad.
“Mirá, no soy un tipo que solamente vea las cosas negativas de las situaciones, pero legalmente no hay nada, nada que se pueda rescatar de la situación en estos momentos”, dice don Gregorio.
Señala don Gregorio Monges que lo que más se mueve, como casi todos los años, es el dólar, a pesar de ser un dinero que no le genera muchas ganancias a los cambistas. En el centro de Asunción, don Gregorio calcula que trabajan unas 100 personas en el día a día con el cambio de divisas. Dice que las monedas que mejor ganancias dejan son el peso argentino –aunque cada vez está más devaluado– y el real brasileño.
Lamenta la situación en la que se encuentra el centro de Asunción, ya que asegura que perdió mucho de aquello de convocar a la gente, lo de los sábados de mañana, la famosa “palmeada” de los jóvenes.
Don Gregorio es padre de dos hijas. Asegura que su trabajo le ayuda a mantener a su familia, pero que siempre hay que hacer cosas extras para ganar algo más. Dice que en épocas pasadas se podía vivir bien del cambio de divisas, pero que actualmente hay que pelearla.
“Yo empecé cuando era temprano, a las 7:00, y me voy a la tarde, cerca de las 18:00 más o menos. La esperanza que todos tenemos es que se mejore la situación y que el centro pueda volver a tener gente”, expone don Gregorio.
En la Plaza de la Libertad, que está pegada a la Plaza de la Democracia, la única que conserva mayormente árboles y tiene sombra, otro rubro que tiene sus trabajadores es el de los vendedores de tereré, que para estas épocas se diversificaron en rubros.
Ese es el caso de Hugo César Franco, que tiene su puesto en la mencionada plaza, sobre la calle Oliva casi Nuestra Señora de la Asunción, en donde además de los remedios yuyos básicos para el tereré “pantano” de siempre, se pueden obtener también hierbas de medicina natural.
Hugo Franco es un hombre que atiende a sus clientes con dinamismo. Tiene 46 años y desde los 29 que está con su puesto trabajando en esta esquina. Para poder traer sus yuyos frescos, se levanta a las tres de la mañana, pasa a comprar los productos, los prepara, y para las seis ya está en su puesto, abriendo el local.
“Generalmente estoy hasta las 18:00 más o menos, depende de lo que surja. La verdad, la cosa está muy difícil ahora. No se tiene la cantidad de clientela que antes teníamos. Estamos tratando de buscar forma, pero seguimos trabajando”, señala Franco mientras un señor con decenas de carpetas bajo el brazo le pide consejos para su tereré del día.
Dice don Hugo que los lunes, por lo general, ya prepara su “yerón” para los clientes que necesitan de un suculento tereré para apagar el incendio que llevan dentro, producto de la resaca de un fin de semana fuerte.
Para don Hugo, hay que reinventarse siempre en esto de vender en las calles. Se trata de un arte a la hora de mantener clientes y más aún con esto de que la gente ya no tiene para gastar en yuyos para el tereré. Se ve, en algunos casos, casi como un lujo.
En la misma Plaza de la Libertad, hace más de 20 años están los vendedores y vendedoras de productos artesanales, sobre la calle Chile. También sobre la calle Palma otro grupo de vendedoras de termos forrados, carteras, aopo’i, productos hecho a mano. La crisis también se siente para este sector, ya que las ventas bajaron y bastante.
A pesar de todos estos números negativos, los trabajadores del centro mantienen la esperanza y fe. Si bien algunos de ellos calificaron al microcentro como una “oficina gigante”, creen que se puede recuperar. Con más seguridad, haciendo que el centro vuelva a ser atractiva con actividades permanentes. Con una idea de ciudad.
Al cierre del primer trimestre de este año (enero, febrero y marzo), la economía de Paraguay cayó 2,8% en comparación al 2018. Analistas económicos hablan de una inminente recesión para este año, aunque hay sectores que mantienen la esperanza de un crecimiento de 1,5% al finalizar este 2019. Sin embargo, la verdad de estos guarismos se ve reflejada en la calle. Y la calle hoy dice lo que dice don Martín Sánchez: “Hendy, compañero”.