La que tenía un mar inmenso en la melena y en los ojos un cielo infi­nito que constelaba estrellas. Era ella la que temían y creían loca por enhebrar delirios con caricias, e hilvanar hechizos en sus caderas. Cuando bai­laba detenía el mundo, y el azabache de sus rizos tor­nasolaba en firmamentos de azul profundo un universo de cometas.

Era un abismo entre sudor y ritmo. Afro, latina, caribeña… lejos de todas las trampas del hastío, cerca de todo el vértigo de una fiesta. Nadie sabía bien su historia, y poco importaba como fuera. Alguna balsa y los pies mojados, que se secaron en estas tierras. De resto, era Presente en tiempo y forma, sin pasado que la detuviera (ni futuro que abarcara en su horizonte, todos los sueños que había en sus venas).

Si alguna vez extrañó su patria, nunca hubo nadie que lo supiera.

Todo en ella era salsa, timba, son y rumba. Y conversaba con Cuba en cada mambo, y en cada trova honraba su tierra… Desde que el alba despuntaba allá en el este (y norte) de su exilio, hasta que la luna apa­recía a contonear sus formas sobre las aguas tibias de sus quimeras.

Relato/ Poema inspirado en un mural callejero de Wynwood, barrio artístico de Miami, en homenaje a los migrantes que llegan a empezar una nueva vida en estas tierras.

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