El historiador David Velázquez Seiferheld retrata en esta entrega lo que fue la economía del país, antes de la contienda chaqueña, con sus particularidades y costumbres.

En aquel Paraguay de economía eminente­mente agropecuaria y extractiva, dominada por grandes grupos económicos y enclaves, el sector industrial era muy pequeño: predomi­naban las llamadas indus­trias domésticas y caseras.

El aprendizaje de las activi­dades propias de cada sec­tor podía desarrollarse por imitación y hábito, como el caso de las industrias case­ras, que en un número muy grande eran industrias que se remontaban a generacio­nes anteriores de las fami­lias. En las industrias manu­factureras el aprendizaje se desarrollaba en la relación aprendiz-oficial o maestro.

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El sector agropecuario y de extracción maderera tenía como trabajadores a fami­lias que, en penosa y preca­ria situación, migraban fre­cuentemente de un obraje a otro, o de un obraje a un yer­bal; o a los campos de cose­chas, en un universo que podía, incluso, eventual­mente, ser transfronterizo: una familia paraguaya a veces era encontrada en yer­bales, obrajes o campos agrí­colas de Argentina o Brasil. Salvo las quejas de la prensa, esta población mayoritaria no gozaba de la protección de los poderes públicos, ni de políticas de promoción socioeconómica.

EDUCACIÓN , ECONOMÍA Y TRABAJO

¿Qué relación existía entonces entre educación, economía y trabajo? En el campo educa­tivo se inculcaba a las mujeres a través de la materia de Eco­nomía Doméstica, en la escuela primaria, el sentido del aho­rro y la prudencia en los gastos familiares. Más tarde, desde que aparecieron la Escuela Nacional de Comercio y el Colegio Mercantil de Niñas, ambas instituciones comen­zaron a dotar a un incipiente, reducido, universo comercial, industrial y de servicios, fun­damentalmente urbano, de personal calificado para la con­tabilidad.

Luego, con la crea­ción de la Escuela Nacional de Agricultura se reemplazó, con una formación de mayor cali­dad y especificidad, al énfa­sis en Agrimensura con el que contaba el Colegio Nacional al concluir el Bachillerato. El sec­tor de la marina mercante era quizás el más desarrollado con la formación especializada del personal, lo que se explica por la prioridad que tenía la comu­nicación fluvial en el esquema económico del país.

El otro camino por el que la educación prestaba atención a la economía era a través de los contenidos de salud de los programas escolares. La preo­cupación que los programas y los textos revelan por la salud de la niñez se basa en un enfo­que marcadamente utilitarista de la educación y de la salud: se trata de evitar –desde la escuela–, las “desviaciones de la raza”, el “debilitamiento de la raza”, y de fomentar “el crecimiento de la mano de obra” para hacer “prospe­rar la nación”. El combate a las enfermedades endémicas como la anquilostomiasis o la disentería, o a “vicios” como el alcoholismo, o la difusión de la higiene, se hacen mediante estrategias moralizantes, vin­culadas con el trabajo, la pro­ductividad del individuo y el crecimiento de la nación.

La educación secundaria y la universitaria eran elitistas: tenían por finalidad preparar el individuo para las profesiones liberales y para la burocra­cia. Sin embargo, no había cir­culación de élites, ni movilidad social a través de la educación. Las experiencias meritocrá­ticas, como las becas e inter­nado con que inicialmente contaba el Colegio Nacional, que habían permitido que jóve­nes del interior del país tuvie­ran oportunidades de prota­gonismo, no fueron continuas.

Volviendo al sector industrial manufacturero digamos que la escolaridad no era un requi­sito específico para el acceso al mismo. Ni siquiera para dirigir una industria. Even­tualmente, si se precisaba, se contrataba –con gran esfuerzo económico– personal espe­cializado del extranjero.

Las primeras expresiones de preocupación por la formación obrera provinieron de los pro­pios sindicatos de trabajadores, que crearon programas educativos para sus integran­tes, especial aunque no exclu­sivamente, de alfabetización. Al mismo tiempo, se multipli­caban las escuelas nocturnas; así como la alfabetización en los cuarteles propiciada por el Ministerio de Instrucción Pública, Justicia y Culto.

Fue el crecimiento del movi­miento sindical, y desde mediados de los ’20, de las pro­testas obreras, los factores que condujeron a los gobiernos de fines de dicha década e inicios de los ’30 del siglo pasado, a promover leyes para atender la problemática del trabajo, desde leyes represivas tra­tando de evitar la presencia comunista, hasta leyes protec­toras de los trabajadores, con proyectos que no se concreta­ron entonces, como la creación de un Departamento Nacio­nal de Trabajo (recién aparecería en 1936), y otros que sí, como el de seguridad en el tra­bajo, la prohibición de pago con vales a trabajadores del Alto Paraná y el Alto Paraguay; y la ley que obligaba a las grandes industrias a instalar escuelas en sus entornos. Antes, en 1919 el partido Socialista había pre­sentado un proyecto de ley de educación técnica en el que se disponían clases complemen­tarias tras la jornada escolar y normal, de “conocimientos industriales y comerciales y domésticos propios de cada sexo, que tengan mayores probabilidades de ser aplica­dos para la producción de las riquezas naturales del país”, proyecto que no prosperó.

El financiamiento de la educa­ción era precario en relación con las necesidades del país. Sin dudas, las crisis políticas, las guerras civiles y, finalmente, la Guerra del Chaco, insumie­ron recursos de manera tal que implicaron restas a la educa­ción, así como a otros aspectos del desarrollo, como la salud o las obras públicas. En este esce­nario, eran nuevamente las familias y las comunidades, en la base, quienes suplían y soco­rrían a la población escolar en sus necesidades.

En la próxima entrega veremos cómo la Guerra del Chaco tuvo efectos indirectos sobre la edu­cación y la movilidad sociola­boral, especialmente de las mujeres urbanas; y luego, tras la guerra, cómo se hicieron los primeros ensayos, dentro del sistema formal, de educación específica para el trabajo.

­DAVID VELÁZQUEZ SEIFERHELD

Historiador Investigador Universi­dad Nacional de Pilar

El autor agradece de manera especial a Javier Yubi por la autorización para el uso de imágenes de su acervo en este artículo. Las demás imágenes pertenecen al Álbum El Paraguay Contemporáneo, de Pablo Max Ynsfrán y J. Natalicio González, de 1929.

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