Por Oscar Lovera Vera, periodista

Karina desapareció un día antes de su cumpleaños. Juan -su ex novio- era el principal sospechoso para toda la familia. Pero él siempre se mostró predispuesto a ayudarlos a encontrarla. El crimen fue esclarecido en medio de confusos episodios que envolvieron mentiras y un supuesto ritual satánico.

Carlos, en ese entonces la pareja de Karina, también se sumó a la búsqueda. A poco de cumplirse 48 horas todo el barrio San Blas de Loma Pytã ya se había integrado al rastrillaje.

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Las horas transcurrían como días para la familia. No solo Ninfa estaba dedicada a insistir a Juan por algo de información; también se sumó la madre: Mirian Monges -martirizada por la falta de noticias- fue hasta la casa de Juan con el mismo presentimiento que su hermana.

El brusco golpe de sus manos, una contra otra, retumbó en la propiedad de la familia de Juan. La madre salió a recibirla y el reclamo no cambió de naturaleza: Miriam quería saber dónde estaba su hija.

Los padres del chico, respondieron como otras tantas veces. Demostraban seguridad, al menos en el tono apacible de sus voces. Juan, para sostener su predisposición y ganas de aclarar las sospechas que pesaban en su contra, fue varias veces -en la jornada del domingo- a la casa de Karina. Ahí repetía una y otra vez que podía colaborar con dinero para abarcar más puntos de búsqueda.

Pero la mamá de Karina había recordado un momento previo a la desaparición, algo que agregó lógica y claridad a las sospechas sobre Juan.

ME SACÓ EL CELULAR”

Domingo 29 de diciembre, 2012. 12:00. Una semana antes de la desaparición.

– Mi hija esto es para vos, por tu cumpleaños. Un regalo adelantado -dijo Mirian a su hija- mientras sostenía en sus manos un pequeño paquete envuelto en papel de regalo de un fucsia metalizado y decorado con un moño rosa del cual nacían dos largos listones. Su hija sostuvo el presente con cuidado, usando ambas manos. Aún no lograba comprender bien lo que ocurría, pero el sentimiento de felicidad era incontenible. Miró fijamente e intentaba adivinar qué había dentro de la caja.

– ¡Dale, arrancá el papel, es de buena suerte, mi hija! -mencionó Mirian- apurando el desenlace de la intrigante sorpresa, ansiaba ver su rostro cuando descubriera el obsequio. Al retirar el velo misterioso, quedó a la vista. Era un teléfono celular. Sus ojos se coparon de lágrimas. La emoción irrefrenable transitó sus mejillas. Karina anhelaba tanto uno desde hacía tiempo, pero la disciplina que imponían en la casa la limitaba.

Sus padres creían que acceder a un teléfono muy temprano, la distraería bastante de sus estudios. Pero Karina demostró su madurez antes de tiempo. Sus notas en la escuela y colegio la respaldaban, su comportamiento ejemplar en la casa era siempre destacado por la familia. Eso la hizo merecedora de su primer móvil.

En los días siguientes Karina se encontró con Juan en la plaza del barrio.

Juan entabló una conversación y Karina estaba distraída, riendo y haciendo muecas a cada instante, mientras la pantalla de su primer regalo de cumpleaños se congestionaba de mensajes. La falta de atención a lo que decía lo molestó, sintió ira y frustración. No soportaba verla feliz, con otra cosa que no sea un momento en su compañía.

La miró fijamente mientras en su cabeza rondaban varias posibilidades de reacción y tomó una de ellas: arrebatarle el teléfono y dejarla sorprendida, sin poder reaccionar. Juan escapó con el celular de la adolescente.

Karina fue llorando a su casa, le contó a su mamá lo que pasó -Mamá, Juan me sacó el celular y dijo que ya no me lo dará…

Tenía miedo, porque entabló una reciente relación con un amigo al que conoció en el colegio. Intercambiaron mensajes donde se confesaron sentimientos. Ella sabía que eso podría desatar la furia de Juan.

Mirian escuchaba cómo su hija, a tan corta edad, ya estaba experimentando el comportamiento obsesivo y de un hombre posesivo. Todo porque ella no le dio una oportunidad más para continuar una relación. Mirian algo percibía y no era bueno…

No lo quiso dejar pasar. Ese teléfono tuvo su costo y era un regalo para su hija, no permitiría que un adolescente con problemas de personalidad se lo arrebate sin sentido. Mirian le dijo a Karina que lo llamaría para exigirle que lo devuelva. Pero su hija se rehusó: -No mamá, dejá nomás. Él es peligroso, te puede golpear. No te va a dar el teléfono, y si te ponés dura te puede empujar y echar.

La joven en ese momento asumió por completo que Juan no controlaba su temperamento y tenía actitudes violentas. Pese a ello, le dijo algo más a su madre: -Mamá, no te preocupes, yo se lo voy a pedir y me lo va a devolver- dijo con actitud desafiante y temperamental.

Ese día llegó. Fue el sábado 5 de enero, fecha en que Karina desapareció.

UNA CITA INTERRUMPIDA

Karina fue junto a Juan para que le devuelva el teléfono. Para ello, pactaron encontrarse en la plaza del barrio, poco antes de las 17:00. Después tenía agendada las compras -para su fiesta de cumpleaños- en el supermercado en compañía de tía Ninfa.

La adolescente calculó todo el tiempo del que disponía. Aseguró -con ese carácter fuerte que poseía- que Juan la escucharía y pondría fin al hostigamiento diario.

“Además, él ya no será violento, me aseguró que me entregaría el celular. Será rápido y luego junto a tía Ninfa. Él me va a escuchar”, se convencía Karina, como entrenando a su mente y determinándose a resolver el conflicto. Apresuraba sus pasos a medida que se acercaba a la plaza donde la citó.

Domingo 6 de enero, 28 horas de desaparición.

Mirian volvió en sí con ese recuerdo, algo clave. La nueva información la llevaría nuevamente a la casa de Juan y reiteró su reclamó: ¿dónde está mi hija?, ella fue junto a vos para reclamarte el celular que le sacaste, ¿dónde está? -Replicó insistente.

Juan no dudo en responder y dijo que ese día, efectivamente, se encontraron y él le entregó el teléfono. Luego fue a la casa de su novia.

Mirian nuevamente quedó angustiada. La coartada tenía sentido, pero no era suficiente.

El lunes se aproximaba en la semana. Las primeras horas del 7 de enero se presentaban con mucha tensión en la familia, denotaban lo peor. El silencio, que aturdía, fue interrumpido con aplausos desde la calle. Alguien llegó importunando. Era Juan, la tercera vez que lo hacía. Mirian fue a recibirlo, era la menos fastidiada con las negativas del joven.

Juan se mostró curioso con las novedades sobre Karina y atinó a decir:

-Señora, ¿por qué no la buscan en las casas abandonas, en los patios baldíos, en el predio de la Caballería?

Esas palabras le retumbaron a Mirian, “¿por qué lo hizo?”, se preguntó a sí misma. Luego se dirigió a Juan y le respondió, algo hastiada por su impertinencia:

-Por qué vos no te vas, mi hijo, a buscarla. Si hay algo, venís y me comentás. Esa fue la última visita de Juan a la familia.

Los tíos no entendieron ese extraño comentario, analizaron entre todos los puntos que ya recorrieron. “Peinaron” terrenos desocupados, viviendas deshabitadas y lo hicieron en ciudades distantes. No había lógica.

El teléfono de Mirian sonó, el timbre monofónico cortó la respiración en la sala.

– ¿Hola? -Hubo un silencio- ¡Hablame!, ¿quién sos? -Dijo nerviosa y requirente, Mirian. Nadie contestaba del otro lado.

En su tercer intento para descubrir al misterioso hombre que llamó, una voz dijo:

– ¿Usted es la mamá de la chica que desapareció?

– Sí -respondió Mirian.

– Señora, acá en el polígono de tiros de la Caballería hay un cuerpo quemado, vengan a ver…

La llamada se cortó. Así, fría y directa, como abrir la piel con una hoja de hierro de doble filo; esa noticia le estrujó el corazón a la mujer. La dejó sin voz. Su garganta se secó y el pulso se aceleró, no podía hilar las ideas. Lo macabro, de lo poco que dijo aquel extraño, le dibujaba perturbadoras ideas en la cabeza. Después de varios minutos, sacó energía desde adentro y gritó: -¡Arturo, vení!

Arturo, otro de los tíos de Karina, fue hasta la Caballería en compañía de la Policía. Recorrió el sitio y reconoció una figura humana, oculta entre unas ramas secas. Las removió con delicadeza y se quedó observando el rostro de la joven muerta.

-Es Karina… -dijo Arturo. Su rostro se quebró, no podía ocultar una sensación de humillación. La mataron de la peor forma. La joven estaba tendida en el suelo, cubierta con ramas. Su rostro apenas se percibía por el estado de descomposición. El asesino la intentó quemar, su vientre poseía visibles quemaduras, la piel estaba chamuscada. Pero ello no impedía ver una herida cerca del pecho. El que la mató se aseguró de ello.

En poco tiempo, el predio militar fue ocupado por agentes de la policía Antisecuestros, que se hicieron cargo del caso al poco de cumplirse las 48 de desaparecida. El área fue acordonada con una cinta policial de color amarillo. Desde lejos los vecinos pudieron observar, con curiosidad, el trabajo de investigación que hicieron los agentes.

Unos minutos después, el forense se acercó luciendo su bata blanca -tirando a amarillo por el exceso de blanqueador-. En una mano cargaba con su maletín de cuero; lo bajó al suelo, por encima de unas hierbas y lo abrió. Extrajo una linterna, una herramienta quirúrgica y comenzó su inspección en el lugar. El terreno agreste, hizo que el doctor se asegurara de una mejor revisión del cuerpo para determinar las causas reales de la muerte. Esta decisión lo llevó a ordenar el traslado del cadáver a la morgue de Sajonia.

El procedimiento de laboratorio lo hizo el martes 8 de enero, una hora completa. Luego de eso, el forense salió con notoria fatiga y entregó su acta a la Fiscalía, en el documento estaban los resultados.

El fiscal del caso se tomó su tiempo para leerlo. Del bolsillo sacó sus lentes de receta, lo llevó por encima de la nariz con la mano derecha, y tras un sonido de carraspeo lo leyó en voz alta. Cerca de él estaban los agentes de Policía, quería que todos escuchen en esa improvisada conferencia.

EL INFORME FORENSE

En unas líneas estaba resumida la acción de un enfermizo asesino. Los detalles llevaron a la conclusión que el autor tenía una sed de venganza y posesión absoluta sobre su víctima. Parte del informe decía que Karina fue asfixiada con las manos, además detectaron tres cortes superficiales en el cuello. Una perforación profunda en la zona de la clavícula, provocada por un cuchillo. Encontraron rastros de quemaduras de tercer grado en la zona del vientre, al parecer el asesino comenzó en la zona abdominal para que el fuego se avive y la incineración sea mayor.

Aquel criminal habría tenido la intención de que, su víctima, no sea fácilmente identificada, pero no ocurrió así. El fuego se apagó antes, y eso permitió que la pudieran identificar por las facciones del rostro. El rumor sobre un posible abuso sexual no pudo ser confirmado por el forense. El avanzado estado de descomposición del cuerpo no permitía realizar una inspección. Karina llevaba 72 horas fallecida. Es decir, la asesinaron a horas del día de su cumpleaños.

El último aplauso

Todo apuntaba a Juan, aquellos sentimientos premonitorios de la familia comenzaron a tomar forma. Se anticipó al lugar donde encontrarían el cuerpo, el combustible que ofreció -al día siguiente de la desaparición- para realizar la búsqueda, tal vez, fue la sustancia que aceleró la incineración del cadáver.

La Policía fue hasta la casa del joven, llamó y salió su madre. Los agentes para ese momento ya tenían rodeada la casa. Uno de ellos -el más antiguo- anunció lo que ocurriría.

-Juan será detenido por la muerte de Karina. Encontramos demasiadas contradicciones en su relato, fue el último en estar con ella y -según nuestro análisis- el teléfono nunca le fue entregado a la víctima. El sospechoso lo tuvo en todo momento, el relato del comisario se iba disolviendo en el aire, parecía no llegar por completo a la comprensión de los padres del asesino. La atenta mirada de la madre de Juan lograba seguir paso a paso los ademanes de aquel policía, pero la tristeza y desilusión no le permitían comprender la magnitud del crimen cometido por su primogénito.

Su delgada muñeca estaba sujeta con las esposas. Las ajustaron al máximo. De vez en cuando aliviaba la molestia que le generaban masajeándose con dos dedos. Su cuerpo iba dando pequeños brincos en el asiento trasero de la patrulla. Dos agentes lo acompañaban en el viaje al departamento de la unidad. Uno de cada lado.

Durante el viaje, un locutor de AM iba relatando una noticia: “Una joven que llevaba desaparecida durante días fue encontrada muerta entre las malezas del predio militar de la Caballería. La joven fue identificada como Karina Sánchez de 16 años…”. Juan quedó pálido, muy notorio para los custodios debido a su piel morena.

Al llegar a la dependencia lo sentaron en el interior de una oficina. Un agente se acercó a él, tomó una silla y se sentó mirándolo al rostro. Lo hizo fijamente por unos segundos, y luego charlaron.

-¿Juan, qué le hiciste a esa chica? -Interpeló el investigador.

Las manos le sudaban y no lograba sostener la mirada con el policía, Juan decidió hablar estableciendo su primera coartada: -Yo no fui señor. Nada le hice a Karina. Lo único que sé es que a ella la raptaron, la subieron a un vehículo y no sé quiénes lo hicieron.

A partir de ese momento, el policía asumió que Juan daría pelea, no se rendiría y no confesaría el hecho. Los minutos valdrían como horas, la noche se hizo larga. Sin embargo, el agente hizo valer su experiencia y jugó en lo sicológico. El sueño, el cansancio, las mismas preguntas a cada instante, todo valdría; en algún momento el “sospechoso” podría cometer un error.

Cerca de la medianoche se sumaron cuatro policías a esa ronda de interrogatorio y algo insólito ocurrió: Juan comenzó a convulsionar, cayó al suelo y su cuerpo se agitaba con fuerza. Como el temblor podría causarle daño decidieron sujetarlo con fuerza para contenerlo.

Luego se percataron de algo aún más extraño: Juan comenzó a levitar, unos 10 centímetros a nivel del suelo. Sin importar la fuerza que imprimían los cinco hombres para que recupere su posición normal, el cuerpo lograba mantenerse suspendido. Pasado un tiempo, se calmó y lo dejaron descansar.

UN BRILLO SOBRE LA HIERBA QUEMADA

El miércoles 9 de enero, los policías fueron hasta la escena del crimen. Inspeccionaron –aprovechando la luz natural- y uno de ellos se percató de un brillo poco natural. Provenía del suelo, muy cerca de las hierbas quemadas donde abandonaron el cuerpo de Karina. Se acercaron, se colocaron el guante de látex y tomaron lo que era una hoja de un cuchillo para cocina, de la marca Tramontina. Las huellas dactilares abundaban, con ello tenían al asesino.

Fueron junto a Juan con los resultados de las pruebas y le hicieron la misma pregunta: -¿Juan, qué le hiciste a Karina? -Esta vez el joven notó algo diferente en los policías. No era solo en la voz firme sino en las manos. Uno de ellos cargaba con una bolsa de evidencias y en su interior estaba la hoja de cuchillo que se utilizó para provocar la herida en el pecho de la mujer.

A Juan no le quedó de otra que confesar. –Sí, yo la maté y fue parte de un pacto satánico -dijo mirando con sorna.

Juan tomó un cuchillo de su casa, citó bajo engaños a Karina. La llevó bajo amenazas a la Caballería y aprovechó la extensión de aquel terreno desolado. Habría abusado de ella. La estranguló, apuñaló y, para terminar, fue hasta una gasolinera a 300 metros de ese lugar y compró combustible. Lo colocó en una botella de gaseosa. Volvió junto a Karina y quemó su cuerpo, para intentar borrar todo rastro.

Los agentes descartaron un ritual, no había elementos de ese tipo de prácticas que los llevara a suponer tal cosa.

DOS AÑOS Y UN MES DESPUÉS …

En el mes de febrero de 2015, Juan Ramón Solís -con 21 años recién cumplidos- tendría el día que marcó su destino. Desde el pasillo, en del penal para hombres del barrio Tacumbú, escuchaba el caminar de aquel guardiacárcel. Se hacía más fuerte a medida que llegaba a su celda. El roce de la baldosa con las suelas de caucho, eran inconfundibles. -Juan, vamos al Palacio, hoy es el último día de tu juicio -mencionó el funcionario mientras daba vueltas a una gastada llave en el interior de la cerradura. Le colocó las esposas y puso una mano en su hombro derecho, de esa forma le indicaba la dirección donde tenían el furgón de traslado, con el motor en marcha.

Cuarto piso. Torre norte. Palacio de Justicia en el barrio Sajonia de Asunción. Todos estaban sentados a su espalda. Juan no levantó la mirada, solo quiso oír lo que dirían los integrantes del tribunal. Sus manos sudaban, era la ansiedad y nervios por saber la decisión.

Finalmente, los jueces tomaron sus asientos después de deliberar. Segundos después, una voz firme declamó su condena: -”Juan Ramón Solís Ferreira es encontrado culpable del asesinato de Karina Elizabeth Sánchez Monges. Este tribunal decidió condenarlo a 25 años de cárcel a ser cumplidos en la Penitenciaria Nacional para varones”.

Juan se casó estando en prisión, la condena continúa firme hasta hoy, pese a cuatro intentos –de sus abogados- por dejarlo libre. Lo que la investigación nunca pudo explicar es cómo Juan levitó diez centímetros del suelo, ¿fue parte de lo místico, un pacto satánico o una reacción de un ataque de epilepsia?

Cada 6 de enero la magia que poseía la sonrisa de Karina sigue iluminando la vida de su familia, lo hace después del tormento que implica recordar lo vivido cada víspera de su cumpleaños.

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