Cuando llegó el pri­mer bebé a su vida, le advirtieron que el niño había perdido todas las ganas de vivir. Ya no comía y estaba aletargado, con la mirada perdida en algún mundo lejano a esa casa de guarda a donde había ido a parar a los pocos días de nacer.

A Teresita se lo entre­garon tan vulnerable y tan chiquito, que tuvo que hablar con su familia y advertirles que iba a ausentarse por un tiempo para viajar a ese lugar donde habitaba la mirada extraviada del niño, y devol­verlo a fuerza de ternura a este lado del mundo, para que pudiera vivir y crecer.

(Y viajó a ese lugar, transpor­tada en las canciones de cuna que había cantado a sus pro­pios hijos, y en algún abrazo o arrullo el niño de pronto la pudo ver. Y ya no estuvo tan solo en aquella galaxia lejana… Y empezaron los gor­jeos y las sonrisas. Y volvie­ron las ganas de comer.

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El milagro estaba hecho. El niño volvió a nacer.

Aunque Teresita Benegas tuvo cuatro hijos de sangre, fueron 18 los que abrazó con el corazón, porque suman 14 los que han vivido con ella desde que forma parte del programa de Familias Aco­gedoras (Familias que cui­dan a los niños abandonados en proceso de adopción o a aquellos que tuvieron que ser separados de sus lazos sanguíneos por una situa­ción vulnerable, hasta que encuentren un refugio defi­nitivo). Los recibe recién nacidos, les prepara la ropa, la comida, el cuarto… y les da amor. Todo el amor que sea necesario. Para eso cuenta con el apoyo de su esposo y de sus hijos, porque en este emprendimiento humani­tario participan todos. Se entregan todos y según el recuento humano de las experiencias vividas, el crecimiento espiritual es de un inmenso retorno, por lo que cada bebé trae con­sigo al hogar. Una experien­cia única en cada huella y un enorme vínculo de empatía y de amor.

Aunque el desafío de recibir a un recién nacido es grande, sin dudas el sacrificio de aprender a soltar es mucho mayor. El proceso de sepa­ración es gradual, y también es un acto que lleva consigo su buena dosis de dolor. La persona que va a encargarse del niño empieza a venir a la casa donde vive, y de a poco comienza a cuidarlo. El niño también de a poco se va acos­tumbrando y ahí comienza el arte de ir haciéndose invi­sible para dar espacio a la nueva vida y a la nueva rea­lidad. Y cuando el niño está listo, es tiempo de soltar. Ya nunca más estará en esa galaxia perdida; está vuelta, le espera una nueva vida y un futuro prometedor.

(Y se lavan las cosas y se encajonan en los arma­rios… y vuelve el silencio y queda un hueco en el cora­zón, hasta que llega otro niño buscando un resguar­do…y de nuevo Teresita viaja a traerlo de la mano a ese hogar lleno de ternura, a ese rincón de esperanza de un mundo mucho mejor.)

*Teresita Benegas, además de ser una institución en materia culinaria en el país, ha sido la Embajadora en el Paraguay de la Campaña Internacional Huellas de Ternura que busca erradicar la violencia contra los niños y niñas. Fue elegida por su compromiso inagotable con la infancia. El símbolo de la Campaña solidaria es una pandorga, que simboliza la libertad guiada, los sueños, la esperanza y la felicidad.

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