Por Ricardo Rivas, periodista
“El Luna Park está en venta”, lastima Clarín desde su portada. Si todavía quedaran canillitas (diarieros) para vocear las noticias saltando entre los autos, el anuncio sería el audio de la calle. Con mi amigo, “El Chago” Novoa, la noticia nos sorprendió, justamente, cuando compartíamos un café en Le Bleu, un pequeño bar sobre la calle Bouchard, más cerca de Tucumán que de la avenida Corrientes, en la planta baja de ese estadio mítico en el que velaron a Carlos Gardel en 1935 luego que sus restos fueran repatriados desde Colombia. El Zorzal murió en Medellín el 24 de junio junto con Alfredo le Pera, coautor con el cantante de sus más grandes éxitos, y sus guitarristas, Ángel Domingo Riverol y Guillermo Barbieri, el abuelo de la archimediática Carmen, una grande del espectáculo. Aquel avión que nunca voló lo piloteaba Ernesto Samper Mendoza, abuelo de un nieto del mismo nombre que entre 1994 y 1998 fue el presidente colombiano. “¿Quién vende el Luna?”, pregunté. Es propiedad del Arzobispado de Buenos Aires, asociado con la Sociedad Salesiana San Juan Bosco y Cáritas. A esas organizaciones las legó Ernestina Devecchi de Lectoure, la tía y amante de Tito Lectoure, desde que falleciera el tío de aquel hacedor de campeones. Endogamia secreta.
DONDE PERÓN CONOCIÓ A EVITA
El Luna Park, extremo vital de Corrientes –esa vía típica que, cuando era angosta, fue señalada como “la calle que nunca duerme”–, fue también el lugar donde Juan Perón conoció a Evita. El escenario en el que –entre cientos de púgiles– pelearon los más grandes boxeadores de la historia argentina. Ringo Bonavena, Carlos Monzón, Nicolino Locche, Gustavo Ballas, Uby Sacco, Goyo Peralta. Fue el salón de fiestas en el que Diego Armando Maradona y Claudia Villafañe celebraron su boda. Allí cantaron Mercedes Sosa, Liza Minelli, Joaquín Sabina, Frank Sinatra, Sandro. Los recuerdos piqueteaban sobre esa mesa que abandonamos con amargura. El Luna Park era un hábito porteño cuando Buenos Aires, además del fútbol, vibraba con el turf, el automovilismo y el boxeo. Caminamos en silencio. Con la mirada buscamos el Obelisco. Hay momentos en que uno cree que quizá un día, como el Luna, alguien lo quiera vender. Con un breve ventarrón urbano creímos ver a Gardel con su lustrosa galera, la chalina blanca y su elegante bastón, sin sonrisa y con una lágrima que caía por una de sus mejillas. La imagen se desvaneció. Una pantalla de led nos lanzó impiadosa un par de zapatillas gigantes que nos pegaron en el alma. “Las distancias apartan las ciudades… las ciudades destruyen las costumbres”, canta Concha Buika.
DIZZIE GUILLESPIE
La caminata, lenta, no fue larga. Era como “volver con la frente marchita”, como Joaquín nos recuerda que “cantaba Gardel”. Nos refugiamos en el bar del viejo Hotel Continental, Diagonal Norte y Maipú. Un carrillón cercano marcó puntillosamente las 21:00. Un Mascota Cabernet Sauvignon 2016, con dos opulentos copones, disparó la memoria. “Aquí, entre el 28 y el 4 de agosto de 1956, se alojó la Big Band del trompetista Dizzie Guillespie”, recordó “El Chago”. “Era parte de una gira que bancaba el Departamento de Estado a aquel trompetista negro. El presidente Dwight Eisenhower (1953-1961) procuraba poner fin a la discriminación”. Aquí el dictador Pedro Eugenio Aramburu comandaba a una Argentina entristecida después de derrocar a Juan Perón. “Guillespie, una noche invernal, luego de actuar en el Teatro Casino, a dos cuadras de este hotel, se vistió de gaucho, montó un caballo alquilado y a paso lento enfiló para el club nocturno ‘Randez Vous de Buenos Aires’, propiedad de Osvaldo Fresedo, un tanguero estelar. Cerca de las 3:00 del 29 o 30 de julio llegó con algunos de sus músicos. Con la orquesta de Fresedo inició una jam sesión que alcanzó el máximo cuando el llamativo gaucho gringo improvisó dos tangazos: ‘Vida Mía’ y ‘Adiós muchachos’. Alguien grabó. Entre 1999 y 2006, con la intervención entre otros de Óscar del Priore (coleccionista argentino), se recuperaron aquellas cintas y fueron CD’s”.