Por Augusto Dos Santos, @augusto2s
Una de las instituciones más pintorescas de la cultura paraguaya es el “marcante”. Puede que buscando alternativas se puedan encontrar palabras de reemplazo como apodo o seudónimo, pero ninguna describe mejor que “marcante” la funcionalidad y el destino que tiene el sobrenombre porque –finalmente– es y será ese otro nombre que no solo designará, sino “marcará” a alguien para toda la vida.
En la política y en el Estado los marcantes tienen lo suyo. Nacen como una forma irónica de reflejar a quien se quiere o que se odia, más lo último que lo primero, pero al mismo tiempo tiene la magia de ir transformando con el tiempo lo odioso en entrañable, que visto desde el punto de vista sicológico podría categorizarse como el proceso de “normalización” de alguien a su marcante.
LAS ANDANZAS DEL DECANO
A veces para que el marcante pase a formar parte del dialecto del círculo afectivo llega a tener una metamorfosis digna de Jekyll y Hyde, de manera que el mismo sea “llevable” en condiciones de la relación diaria. Mejor ponemos un ejemplo.
Durante el gobierno de Fernando Lugo, había un privilegiado personaje con rango de ministro de quien se comentaba, como odiosa habilidad, el arte de “morder” (intrigar, hablar mal de alguien).
A pocos días de descubierta tal actitud, ya tenía un apodo, en la antesala de la oficina presidencial le pusieron: “Decano de la Facultad de Odontología porque era el que más dientes le instalaba a la gente”. Con el tiempo empezaron a llamarlo “Decano” en el trato corriente, aunque solo los complotados sabían que su apodo completo era el que tenía el verdadero sentido. El tipo llegó a sentirse cómodo con su sobrenombre “Decano”, pensaba que era por su posición privilegiada o porque era de Olimpia, pero nada que ver.
DE POMBERO BOTA AL GALLO PALOMA
Una fuente inagotable de apelativos durante más de una década del periodismo paraguayo fue la columna de apostillas del diario Última Hora, denominada “Cuarto Oscuro”. Tal columna combinaba la mordacidad con el buen trato de la literatura periodística y el humor por sobre todo.
Por ejemplo, un apodo que marcó una época fue “Jinete Bonsái”, para referirse al pequeño, pero ruidoso y altisonante Gral. Lino César Oviedo. “Jinete Bonsái” fue una creación de uno de los aportantes a esa columna, Pepe Costa –a su vez jefe de política del medio–, según la leyenda de las redacciones.
Hubo otros apodos famosos que recorrieron toda la historia como el locuaz político, diplomático y hoy analista Euclides Acevedo, a quien bautizaron como “Gallo Paloma”. Para el ubicuo congresista liberal Atilio Martínez Casado, quien llegó a la presidencia de la Cámara de Diputados, la observación crítica le generó un apelativo poco edificante: “Pombero Bota”.
Pero si se trata de “marcantes” vinculables a la naturaleza de su discurso político hay pocos que puedan equipararse con la descriptiva del apelativo creado para el eterno presidente de seccional de Nueva Italia y en algún momento presidente de la Junta de Gobierno, Papi Sanabria Cantero, para quien la combinación de su verba y su apariencia le tenían reservada en la historia el apodo de “Cervantes Mbya”.
No hay que olvidar que –a su vez– Papi Sanabria supo, por artes de la serendipia, descubrirnos para la fauna periodística un marcante triunfal, ya que confundiendo al periodista Luis Bareiro con Pepa Kostianovsky, no tuvo otra forma de agradarlo durante una entrevista que expresándole “dejame explicarte, Muñequita”, lo que a su vez se convirtió en el sobrenombre de Bareiro sin otro trámite.
Juan Manuel Marcos, escritor, catedrático y político del PLRA, nunca sospechó que quien inspiró a Cuarto Oscuro a que se le endilgue el voluminoso apelativo de “Moby Dick” fue nada menos que un amigo bastante cercano que también cultivaba el amor por los versos del nuevo cancionero, cuyo nombre nos reservamos por pedido de nuestra fuente.
MILITANTES CON MARCANTES
El arte del marcante tiene siempre –también– un fin justiciero: alcanzar al poderoso con una bofetada de humor que jamás se lograría en los planos políticos o administrativos. En este orden durante el reinado del Dictador y particularmente en la última época, de decadencia, dos mimados del régimen, ministros ambos, fueron rebautizados con saña reparadora y para eso estaba la versión popular o periódicos látigos contra el autoritarismo como el inolvidable “El Pueblo”. Aquí se leía por ejemplo que el temible anticomunista J. Eugenio Jacquet cargaba sobre sus hombros (nunca mejor bien dicho) un rostro rebautizado como “Mbeju rova” y no menos valorable era el apelativo del discreto, pero militante ministro de Educación Carlos Antonio Ortiz Ramírez, a quien azotaban por su “cortedad intelectual” con el horroroso título de “Ñandejára Taxi”.
LA AVENTURA DOMINICAL DE KURURU BIQUINI
Pocas historias son tan pintorescas como la que padeció un domingo un ministro que terminó cargando con tan desconsiderado sobrenombre. Al parecer un colega suyo lo llamó un domingo a la mañana y del otro lado del celular atiende una voz de mujer que dice buenos días. El otro ministro pregunta: ¿es el celular de fulano de tal? Y la voz contesta: no sé señor, este teléfono se encontró aquí en Lambaré, en un hotel y ahora lo tenemos en la administración. En un hotel o en un motel, repregunta el curioso llamador. Bueno, sí, en un motel, responden al otro lado.
De inmediato el colega ministro corta la llamada y llama al otro número de quien olvidó su celular en un motel. Tras un rato atiende con voz aguardentosa y desperezándose. El colega le inventa: Escuchame, esto es urgente, solo decime la verdad, ¿vos estuviste en un motel anoche?
Despabilado y asustado el otro responde: Sí, ¿cómo sabés? Y su colega le asusta: Porque acaban de contar en Radio Ñandutí que te vieron entrar anoche a tal motel.
–Nooo, ¿cómo pudieron enterarse?
Y el maldito amigo le responde: “No sé, llamá a la radio y preguntá”. Cinco minutos después volvió a llamarlo para sacarle de la desesperación y le pidió que más bien se ocupe de recuperar su celular de tan sensible lugar.
Al llegar al día siguiente a una reunión de ministros, por lo feo del episodio, ya tenía un nuevo apodo: “Kururu Biquini”.
HAY DE TODO, TÍO
Hay una infinidad de “marcantes” deambulando en los pasillos de la política, unos más gráficos que otros, pero a veces la relación entre dos personajes genera también su propia sinergia. Todos saben –por citar– la vocación “socialista” del senador liberal José Ledezma. No es raro que se lo vea reunido con el senador Sixto Pereira. Nadie se resiste un chascarrillo cuando se los ve en una misma baldosa conversando a Ka’i y Pakova.
Nadie sospecharía que un joven de alcurnia política como Roberto Moreno arrastra desde el colegio con bastante buen talante el sobrenombre de “Chorizo”. O que detrás del ostentoso apellido doble del gremialista de abogados Juan Sosa Bareiro sobrevive el marcante con el que lo conoce la perrada: “Tomate”.
Había un ministro que se olvidaba con frecuencia de recurrir a ese sencillo hábito de pasarse el desodorante por las axilas, por lo que en las ocasiones en que se combinaba el calor paraguayo con su presencia eso era muy molestoso. La mejor venganza fue un apodo: “Jakare Carnada”. Incluso para el arte de ser “chusco” había una respuesta amena codificada en sobrenombre, si no que te cuente el inolvidable “Pinturita” Mongelós, vigente por muchos años.
Tampoco el arte del marcanterismo político tolera a los meteóricos y menos aún si provienen del interior. El astuto senador Buzarquis no tenía marcante hasta que se radicó en Asunción y empezó a gustar del figuretismo. Sin más, le etiquetaron con el apodo de “Churro Campaña”.
LOS MILICOS NO SE SALVAN
El uniforme no libera de “marcantes” en la cultura nacional, aun con el temor visceral que existió siempre hacia esas instituciones. De hecho, un héroe como Eugenio Alejandrino Garay ostentó el casi cariñoso sobrenombre de “León Karê”. O aquel más aparatoso “Jakare Valija”, para Manuel Irala Fernández, guerrero del Chaco, o el fiel soldado payaguá de la Guerra Grande, ayudante del Gral. Jose Eduvigis Díaz, apodado “Sargento Kuatî”. Pero había también uniformados menos heroicos y más represores, como aquel oficial de policía de Misiones, gordo y de piernas muy cortas, a quienes sus perseguidos gustaban llamar “Ropero Retyma”.
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No tiene que ver con la política, pero culminemos este recuento con el que consideramos un marcante de categoría mundial porque describe la aptitud poética y sicosocial profunda que caracteriza a los apodadores paraguayos. Se trata de un mecánico de San Ignacio, cuyo rostro siempre estaba cubierto de la honesta grasa negra de su trabajo, su pelo color mostaza desgreñado y siempre salpicado de diversos colores añadidos por el fragor diario, más el agregado de unos ojos azules y una eterna sonrisa. Los muchachos le bautizaron “Itavýa muñeca”. Magistral.