La última vez que Roge­lio Goiburú vio a su padre fue en la termi­nal de ómnibus de Paraná, un 31 de enero de 1977. Agustín había acompañado a su hijo para desearle suerte, ya que volvía en aquel bus a termi­nar sus estudios de medicina en Corrientes. El bus estaba atrasado, y se quedaron char­lando un rato bajo el tinglado. Hacía calor. Era verano, y ninguno de los dos sabía que aquella sería la última con­versación entre ambos. Llegó la hora y el bus partió, per­diéndose en la polvareda del camino … el mismo polvo que nueve días más tarde envol­vería en una nebulosa de incógnitas a la figura de Agus­tín Goiburú, el día en que se esfumó para siempre.

Rogelio aún recuerda el tele­grama que le heló el alma en Corrientes: Papá Agustín desapareció…

Y luego el regreso desespe­rado a Paraná, y el abrazo desconsolado de su madre. El desconcierto de todos. Y aquel silencio cavernoso poblado de miradas furtivas, desde la hondura más oscura del miedo. Nadie hablaba, pero los rumores sonaban a voces. Las pistas ciegas, las falsas, las leyendas y las medias verdades. La recons­trucción del viacrucis de un padre que ya no pudo contar su historia porque su voz se volvió silencio, y silenciaron hasta su muerte.

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42 años pasaron de aquel día y Rogelio aún no sabe dónde está su padre. Lo busca en cada operativo forense, en cada testigo que todavía de pronto aparece. Con el tiempo ha aprendido a distinguir las pistas buenas de las menti­ras, las huellas reales de las extorsivas; y la búsqueda de víctimas desaparecidas se ha vuelto en una misión de vida. Su padre son todos los cuer­pos sin nombre. Sus rastros, aquellos que va encontrando en cada fosa clandestina… en cada hallazgo que pone voz y evidencia a la memoria per­dida…

Me gusta hablar con Rogelio de la importancia de la memoria, porque en reali­dad es el olvido la única y verdadera muerte. Aquel que nos arranca la identidad de nuestra historia. El que nos genera la amnesia peligrosa de no recordar el camino recorrido, y aprender de los errores cometidos.

Es Rogelio quien en nom­bre de los desaparecidos, en nuestro país lleva la antor­cha. Ocupa el cargo de Direc­tor en la Dirección de Memo­ria Histórica y Reparación, dependiente del Ministerio de Justicia. La falta de recur­sos que le asignan tiene en estado calamitoso su oficina, en una imagen que sugiere a gritos que en este país se olvida… y donde falla la memoria, es difícil que flo­rezca la justicia. La justicia que merecen las familias de saber la verdad. Qué pasó. Cómo. Cuándo y dónde. El derecho de dar al dolor un cierre y ponerle una fecha.

Pero Rogelio no se desanima. Honra la memoria de su padre en este apostolado, y a pesar de los pesares… continúa…

Agustín Goiburú fue un médico traumatólogo, diri­gente político del Mopoco, que al estar expuesto como médico a los torturados que llegaban al Policlínico Poli­cial Rigoberto Caballero alzó la voz en protesta, e inició un largo camino de persecución, exilio y disi­dencia. Fue secuestrado en el marco de la Opera­ción Cóndor en 1977. Hasta el día de hoy, continúa su búsqueda.

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