Humo

Por Bea Bosio, beabosio@aol.com

A Andrea no solían fallarle los presagios, por eso le asustó soñar con ese incendio. Pero no dijo nada, hasta que su mamá le contó que iría a Asunción a buscar a su papá que había viajado a la capital para internar a un guaino que se accidentó al caerse de un caballo. Luis y Olga eran así, simbióticos. No les gustaba estar mucho tiempo separados. Luis era veterinario, el jinete lastimado estaba a su cargo y lo llevó a Asunción para que se tratara. Pasó una noche fuera y al día siguiente Olga quiso ir a buscarlo. (Vivían en Santaní con cuatro hermosas hijas que agraciaban ese hogar consagrado).

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–No te vayas, mamá, que soñé feo –Le dijo Andrea a Olga cuando iba a salir de la casa. Estaba amaneciendo. Olga besó a su hija y le pidió que volviera a dormir y más tarde se encargara de alistar a sus hermanas para ir al colegio. Pero Andrea ya no pudo conciliar el sueño. Despertó a sus hermanas luego y se dispuso a estudiar. Pero estaba ansiosa y le temblaban las manos. A las 9:00 sonó el teléfono. Era su padre para contarle que ya estaba con su mamá en Asunción y que volverían a Santaní al caer la tarde.

–Acordáte que che rajy que les quiero mucho.

–No me digas na así, papá, que soñé mal. –insistió Andrea.

–Me contó tu mamá –contestó él–, pero no pienses más en eso, ¿si? y cuidále a tus hermanas –dijo–. A tu cargo está, Andrea.

Cortaron y a Andrea le extrañó que su padre la hubiera llamado, porque siempre hablaban por mensaje. Pensó que tal vez quería tranquilizarla por el mal sueño y el día siguió su curso. Pasaron las horas y aunque intentaba distraerse estudiando, no la dejaba la pesadez amarga de una premonición. Como una suerte de mal augurio, constantemente acechando, decidió entrar a bañarse para despejarse un poco. Y cuando salió de la ducha, en el teléfono encontró el mensaje que le había aterrado tanto:

–¿Es verdad que tus papás se accidentaron?

Aunque su intuición le había advertido, su mente se apresuró a negarlo. Había visto en la computadora más temprano que un gran incendio cubrió de humo la ruta, como suele suceder cuando se queman los campos. Y como suele suceder cuando se queman los campos, el humo vuelve la visibilidad nula y ocurren accidentes horrendos. Pero no podían ser ellos. Sí, todavía no era tiempo, si hace unas horas habían hablado...

Ese viernes, Andrea, Eliana, Natalia y Marne quedaron huérfanas de padre y madre de un golpe y sin anestesia. Era un once de marzo y las niñas tenían entre 18 y 9 años.

Luego de la desolación y el espanto, no tardó en llegar al unísono la súplica de las cuatro: Quedarse juntas en la casa donde fueron tan felices, buscar la forma de hacerlo y que no las siguiera amputando el desamparo. Para eso ayudaron los abuelos y las tías, que montaron al costado de la casa un copetín que hoy les sirve de sustento. Las niñas van saliendo adelante poco a poco. Estudiosas, aguerridas, unidas y apostándole a la vida… como a Olga y a Luis les hubiera gustado.

*La quema de campos es una causa recurrente de tragedia en nuestras rutas. Todos los años en los diarios se reportan los accidentes y aparecen los nombres de quienes han perdido la vida. Pocas veces se narran las historias de aquellos a quienes han dejado en su partida. Por más conciencia.

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