Por Augusto Dos Santos

@augusto2s

Fotos Pánfilo Leguizamón

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Santiago es una pequeña comunidad de ganaderos en Misiones. Es el fin de una terraza natural que luego se suelta abruptamente para abajo en una hondonada que llega hasta Ayolas a orillas del río Paraná, pocos kilómetros más al sur.

Hace décadas aquí funciona el monasterio benedictino Tupasy María. Fruto de una coincidencia de sueños, el pueblo quería donar una extensión de tierras a la Iglesia y la Iglesia buscaba un lugar aislado del ruido mundanal para un monasterio.

Tras un trayecto de 15 kilómetros desde la ruta asfaltada, por un camino no transitable en tiempos de lluvia, se llega al monasterio. Un pórtico y un camino de árboles invitan a “bajar varios cambios” y advertir que se entra en un territorio de silencio, contemplación, diálogos pausados y monjes paraguayos y argentinos que se alegran de recibir visitas en un tiempo en el que el mundo huye del contacto humano y se encierra en la relación virtual.

HOSPITALARIOS Y “LABURANTES”

El padre Claudio explica que la vida en el monasterio se reparte entre la oración y el trabajo, fiel a su histórico mandato de “ora et labora”. Dentro de una apariencia de parsimonia para una percepción mundana y citadina acostumbrada a ver personas “a mil” atropellándose en oficinas, calles y esquinas, todo se calma en este espacio, todo es más respirable y se puede pensar que cualquier electrocardiograma recogería cómo el biorritmo también desacelera.

El monasterio recibe a los visitantes con unas casas con largos corredores que no son otra cosa sino la hospedería. Allí llegan quienes necesitan pausa y oración y se alojan en cómodas habitaciones que no se cotizan en precio alguno. “No nos anima ninguna intención de cobrar a nadie por quedarse aquí”, explica Claudio, aunque el sentido común indica que dejarles alguna colaboración es menester. Pero la hospitalidad benedictina llega más lejos, ya que igualmente invitan a todas las comidas a quienes hacen una estación en ese sitio.

Un poco más allá, hacia una lomada rodeada de árboles plantados durante la etapa fundacional del monasterio, se encuentra el sencillo templo, con sus bancos para fieles y sus característicos asientos para todos los monjes que comparten las misas en comunidad con los fieles. Enfrente un pequeño sitio donde se dedican al mercadeo del fruto de su tarea artesanal para la sobrevivencia, velas, mermeladas, artesanías en cuero, pero también algunos productos fabricados en el mismo monasterio que se aggiornan con las necesidades de hoy, productos de limpieza, suavizantes, detergentes.

Una actitud de los visitantes es, normalmente, compartir la riqueza del culto de los monjes, para lo cual se levantan muy temprano y desde que despunta el alba ya se encuentran inmersos en la espiritualidad de sus cantos y oraciones.

Por los días de nuestra visita se encontraba presente el prior de los benedictinos, Osvaldo, proveniente del monasterio de Los Toldos, en Buenos Aires. Nos quedó una frase de él tratando de encontrar sentido a la atmósfera que se vive: “Nosotros no hacemos silencio como una forma de callarnos, sino como una manera de escuchar”. Sonó casi como una interpelación para el mundo periodístico que integramos, donde hay tanto hablar y tan poco escuchar.

REZAN, ORDEÑAN VACAS, ESCRIBEN CUENTOS

No son sacerdotes como los que regularmente encontramos en el mundo católico. No se someten a la formación habitual de las órdenes ni aceptan dignidades de autoridad en la Iglesia. Es más, ni siquiera tienen una autoridad designada por jerarquías, sino un “presidente” designado por los propios monjes. En este caso, el P. Mamerto Menapace, el actual presidente, es un polifacético monje radicado en Los Toldos, que aparte de su rol monacal (o dentro de él, quizás) escribe libros de cuentos y graba historias de inocultable misión compartida entre la evangelización y el humor. Hay varios discos de cuentos grabados incluso con el afamado humorista argentino Luis Landriscina, en el acervo de Menapace.

La tarea, más allá de la oración, es silenciosamente sostenida y a veces hasta prudentemente intensa. Les basta un día para dedicar un tercio del tiempo a la oración, otro al estudio y descanso y otro al trabajo.

En Santiago, aparte de la producción artesanal, crían vacunos como parte de la sostenibilidad del monasterio. “No somos una orden mendicante, vivimos de lo que producimos”, desliza el P. Osvaldo, aunque el fundador del Monasterio, el P. Bartolomé aclara que el concepto no es el comercio de productos en el sentido de obtener ganancias, sino como un intercambio para que los costos sean equiparables.

LA REGLA DE SAN BENITO

El monasterio tiene una regla universalmente conocida y que se conoce por la expresión latina de “ora et labora”. Sin embargo, varias son las reglas originales y decenas las que enmarcan la vida de los herederos de San Benito. La “Regula Sancti Benedicti” tiene originalmente 73 capítulos.

El principal mandato es el “ora et labora”. Se encuentra encuadrado en atención a la regulación del horario con base en la duración de la luz solar de manera de conseguir un equilibrio entre el trabajo, la meditación, la oración y el sueño.

Pero la reglamentación abarca diversos tópicos como cuántos salmos se han de decir en la hora de la noche, cuántos salmos se han de decir cada hora del día; cómo se han de dormir los monjes y decena de condiciones más.

UN POCO DE HISTORIA

En el monasterio hasta la muerte

La orden de los benedictinos fue fundada en el 529 por San Benito y si usted alguna vez escuchó, generalmente en la política, la expresión “monjes negros” es porque originalmente habían sido conocidos así los miembros de esta comunidad religiosa, pero no por sus actitudes (como en los políticos), sino por sus atuendos.

El monasterio de Santo Domingo de los Silos ofrece una historia sobre los benedictinos que da cuenta de que “el papa San Gregorio Magno (540-604) relata cómo un joven que estudiaba en Roma a finales del siglo V d.C. oyó la voz del Señor.

Entonces, dejándolo todo, siguió a Cristo e imitando a los antiguos monjes se fue a vivir con Dios en la soledad de una cueva de Subiaco. Este joven, llamado Benito, nació hacia el año 480 en Nursia”.

Recoge también que “al cabo de tres años de vida solitaria, Benito decidió compartir el don recibido con otros jóvenes que se acercaban a él y funda entonces en Subiaco varios monasterios. Basándose en el Evangelio, en la sabiduría de los antiguos monjes y en su propia experiencia, organiza y dirige la vida monástica de estos monasterios. Hacia el año 529 se traslada a Montecasino, donde funda un nuevo monasterio, en el cual residirá hasta su muerte. Allí ejerce gran influencia en sus discípulos y sobre toda la región vecina. Es allí también donde escribe una Regla para monjes, que con el tiempo llegaría a ser la Santa Regla, norma de vida para el monacato cristiano occidental”.

De hecho, aferrados a la historia del fundador, los benedictinos hacen el compromiso de vivir en el monasterio hasta su muerte, no existiendo ninguna razón valedera por la que pudieran ser excusados de concluir su vida terrenal en tal espacio.

ORAR Y TRABAJAR ES LA CONSIGNA

Monje fundador del monasterio

Padre Bartolomé. Es el mayor –en edad– del monasterio y está en este lugar desde que comenzó todo, allá por 1984. Tiene dos hermanos jesuitas y se dedica a la parte administrativa.

Fue en el año 1984. Y esto fue donado por doña Gertrudis y don Vicente Báez, que no tenían hijos, pero habían criado nueve hijos ajenos que eran generalmente de los empleados suyos. Ellos donaron esto.

–¿Y cómo usted llega a la orden de los benedictinos?

–Yo ingresé hace unos cuan­tos años... en 1954 (hace 65) tenía entonces 17 años de edad. Ahí hice el aspirantado. Luego me mandaron a Suiza a hacer el noviciado y des­pués regresé y en la Argen­tina estuve en diversas casas.

–¿Tiene otros parientes que también son religiosos?

–Tengo dos hermanos jesui­tas. Son un poco menores que yo.

–¿Y por qué se hizo usted benedictino?

–Porque mi padre era muy amigo del prior e íbamos muy seguido al monasterio.

–Y tantos años después, ¿usted está seguro de seguir siendo benedictino y no jesuita? ¿Conversa con sus hermanos sobre ello?

–Mis hermanos eligieron ser jesuitas. Digamos que fueron a varios retiros espirituales y, como se dice, los fueron “pes­cando”.

–Si un joven se acercara a usted ahora a pedirle con­sejo, manifestando su inte­rés en entrar a la orden, ¿por qué le recomendaría ser benedictino?

–Y, por un lado, por la acti­vidad propia de un monje. El lema nuestro es “Ora et labora”, que es “Reza y tra­baja”, y no nos dedicamos tanto a la actividad pastoral. Eso es relativo, pues hay algu­nos que tienen más inclina­ción por esa tarea y también se realizan actividades pas­torales como un bautismo, una misa... Atendemos a una compañía próxima a ese lugar... Pero, como dije antes, la recomendación principal para hacerle a alguien que preguntara es si le gusta en realidad el silencio, la oración y el trabajo, sería lo principal.

–Con tantos años dentro de un espacio en donde reina el silencio, ya le debe resultar extraña la ciudad.

–Bueno. A mí siempre me tocaron muchas activida­des administrativas y, por eso, tuve que salir muchas veces afuera. No era mi ideal, pero me pusieron para eso y el voto de obediencia te exige que lo cumplas. Tampoco fue forzado.

–Porque hay que decir que el monasterio se sostiene también con ciertas acti­vidades comerciales como la artesanía, los productos que venden...

–Sí. Acá nuestro principal ingreso proviene de la cría y venta de animales, la ela­boración de productos para consumo. Tenemos que vivir de nuestros ingresos, no somos mendicantes. Por ejemplo, los franciscanos y capuchinos viven de lo que reciben en donación. Noso­tros tenemos que producir, trabajar.

ABAD MARCOS DOMINICCI

La soledad y el silencio son para buscar”

¿Qué es ser benedictino y qué es vivir en un monasterio?

–Ser benedictino es, primero, vivir en un monasterio porque antes de lo benedictino está lo monástico. La vida monástica se inicia con la vida del solitario, en los desiertos, en una búsqueda que más que eso era una pelea, un purificarse a través de esa soledad y buscar a Dios... Dice la tradición que los monjes solitarios que iban a los desiertos lo hacían como en un martirio en busca de Dios de la vida y encontrar a ese Dios que da vida...

–¿No les preocupa que en este tiempo, con la vida diaria, la gente cada vez se dedique menos a la oración?

–Yo diría que hay como un doble discurso en ese sentido. Porque vemos a diario que la gente que llega a los monasterios tiene una gran ansia por la oración. Que no se haga tiempo para ello, para poder escuchar. Que no se haga tiempo ese silencio, que en un monasterio ese silencio no es porque no nos gusta el ruido, sino que ese silencio es para aprender a escuchar qué lo que está diciendo el otro. En el caso de las noticias, por ejemplo, aprender a “escuchar” cuál es el mensaje que está detrás de esas noticias... qué hay, qué está pasando.

Hay una expresión en italiano que resume la capacidad de adaptarse al tiempo en el que se vive, ella es “aggiornarse”. ¿Cómo se logra ese contacto con el mundo, permaneciendo en un solo sitio, en un lugar como este?

–El aggiornamento que hace el monasterio, que lo hizo en toda su historia, es inmiscuirse en la cultura. Si bien estamos alejados, conocemos lo que pasa.

Vivimos en un mundo en el que parece que le tenemos pavor al aislamiento, a la soledad. ¿Qué se encuentra en la soledad?

–La soledad, el silencio, es para buscar. Tanto para encontrarse uno mismo con lo que es como para encontrarse con Dios, con lo que quiere, quién es. Encontrar cuál es la presencia de Dios en la actualidad, en uno mismo, desde lo cotidiano.

¿Cuál es la mirada, desde un sitio de pausa, como es un monasterio con relación al futuro de la Iglesia?

–Creo que tenemos que volver a centrarnos en la mirada evangélica, en Jesús. En quién es Dios, en qué estamos buscando. Algunas veces nos hemos desviado en el tema del poder, en quién es el que tiene la verdadera “verdad”, en todos los aspectos. La Iglesia tiene que escuchar y discernir también para encontrarse.

Podemos hablar ahora un poco de cómo empezó para vos la vida de monje...

–Empezó en una parroquia. Allí formé un coro y en esa parroquia había un seminarista, un diácono era, que estaba con veleidades, no se decidía si iba a ser monje o sacerdote. Entonces, el obispo le dijo “andate por un tiempo al monasterio de Los Toldos (Provincia de Buenos Aires) y decidí qué harás”. Entonces, luego de un año, cuando volvió, en esa parroquia en donde yo tenía el coro, en una noche de oración, él pasó las diapositivas .Viendo esas imágenes yo dije “ese es mi lugar”.

¿Cuántos años pasaron de aquella noche?

–Y... fue en el 89, así que 31 años pasaron...

¿Y treinta y un años después, los jóvenes siguen golpeando las puertas de los monasterios para entrar?

–Sí. Aunque más que jóvenes, diría un poco más. Cuando yo entré tenía 22 años y ya decían que éramos viejos. Entonces ahora esa edad se ha ido corriendo. Ahora entran jóvenes de 32, 35 años. Porque en el monasterio hay algo que es bueno que lo sepan, es que en el monasterio no se entra para hacerse sacerdote, sino para ser monje. No es una carrera eclesiástica, sino que toda la vida para nosotros es la formación. Entonces, las edades varían de acuerdo a la búsqueda de cada uno.

No es el clásico seminario...

–No, porque nosotros los monjes tenemos un voto dentro de la Iglesia, que es propio nuestro voto, que es el de estabilidad. Ese voto de estabilidad significa que entramos al monasterio y nos morimos en ese monasterio...

Entrar a un sitio para morir en él va a contramano absoluto con la cultura de la obsolescencia que se vive allá afuera.

–¡Ya lo creo! Y bueno, pero es parte de la vida. Yo creo que en la vida hay que echar raíces, hay que arraigarse. Y el monasterio nos hace eso, echar raíces, poder comprender. Y para eso hace falta tiempo... Es parte de nuestra vida.

LA FAMOSA MEDALLA DE SAN BENITO

Los visitantes o conocedores de la orden se quedan impresionados siempre por la tradicional medalla de San Benito. Una pieza redonda con letras dispuestas para confirmar en su itinerario circular una oración en latín.

Sobre la cruz y a su alrededor se leen las iniciales de una oración con nombradía de exorcista, incluso para los fieles en la historia, y que reza: “La santa Cruz sea mi luz, que el dragón infernal no sea mi guía; Paz, Vade Retro Satanás, No me aconsejes cosas vanas, Es malo lo que me ofrece, Traga tú mismo tu veneno”.

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