Por Augusto Dos Santos, director periodístico del Grupo Nación

Fotos: Aníbal Gauto

Ilustraciones: Gentilezas de Ana Barreto Valinotti

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Todos los años en estas fechas se resalta la gesta de mayo. Pero ¿siempre fue así o ese relato fue consensuado muchos años después? ¿Por qué no se habla de los esclavos afrodescendientes que habitaban en Paraguay? De todo ello y de cómo se cuenta la historia y los hechos hablamos con Ana Barreto Valinotti, historiadora que ha realizado investigaciones sobre esos y otros importantes temas.

Siempre hablamos en mayo sobre la independencia paraguaya y sus hechos. ¿Qué transmite Ana Barreto cuando cuenta la historia?

–Si esta conversación hubiera tenido lugar hace cien años, no estaríamos hablando de “Mayo”. Estaríamos hablando del 25 de Noviembre, que era la fecha cívica más importante que el Paraguay tenía. Es decir, que mayo o noviembre son construcciones discursivas que hicieron todos los Estados desde el siglo XIX, cuando se conforman las repúblicas, sobre todo en Hispanoamérica. Entonces, se hace la construcción de delimitar un perfil, de asignar una fecha a nuestras festividades. Aparecen las banderas, los escudos, las “Casas de la Independencia” de donde salieron los próceres.

Un momento en la historia de América Latina muy especial.

–Es que cuando uno mira el mapa de esos países se da cuenta de que el relato es parecido, lo que permitió en ese momento conformar a la nación. Todas las repúblicas hispanoamericanas fueron provincias españolas, entonces había que desligarse de ello. Así es que cuando hablamos de mayo, estamos hablando de una construcción detrás en ese sentido.

Es decir, que el relato de las independencias es, por sobre todo, un discurso político.

–Es un discurso político que, además, es ficticio. Cuando hablamos de los próceres, no es que ellos no existieran, sí existieron, pero el perfil que tienen y la forma de narrar el hecho sí es discursiva y es ficticia; porque los historiadores sabemos que la verdad en términos absolutos no la vamos a saber nunca. Entonces, ¿cómo empezamos a buscar quiénes fueron realmente estos hombres y estas mujeres? Y, ¿qué hacemos para desligarnos de ellos y tratar de identificarnos nosotros, con nuestro presente, en ese pasado que nos cuentan?

En realidad, la historia no tiene por qué ser “blanca o negra”.

–La manera de irnos al pasado va a ser con una ligazón muy profunda del presente. No hay manera de “preguntar algo” a un documento o al hecho histórico, sino es desde cómo nosotros vemos el presente. Lo que diferencia a un historiador de alguien que escribe, o le gusta la historia, es la carga de la disciplina que uno tiene encima. Es decir, la metodología, el corpus de conceptualizaciones, la teoría. Pero no podés desligarte del cómo sentís el presente que estás viviendo para interpretar el pasado. Para mí, y creo que para muchos historiadores, siempre hay algo que uno quiere “salvar” del pasado o algo que uno quiere ponerle un paño frío o “enterrar” de ese pasado. Es muy fuerte eso.

Ir al pasado para iluminarlo.

–Pienso que siempre hacemos eso. Vamos al pasado como ahora... Cada vez que vamos a “Mayo”, o busco a Juana María de Lara o vuelvo a “ver” a los protagonistas de la Independencia. Voy con estas cosas del presente (porque no puede ser que ese pasado solo tenga conflictos con “los otros”, donde se relata que los próceres siempre estuvieron seguros de las cosas que querían). Sabemos que Francia termina liquidando la situación a partir de 1821. Entonces, no puede ser que este presente, que no es difícil de aprender, nos enseñe que no puede ser que el pasado haya estado exento de crisis humanas, de problemas profundos, de diferencias de egos, de competencias.

Justamente la figura de Francia es un caso singular de un civil preeminente en un contexto de Revolución militar.

–Francia hace una construcción del poder y termina dando una imagen del poder absoluto. Idea que él mismo combatió en mayo de 1811. Pero además de la posición que Francia tiene como el personaje que representa, su figura, es considerado “Padre de la Patria” desde el 1936 aproximadamente. Es interesante cómo el perfil de Francia se fue articulando y cómo finalmente la sociedad paraguaya pudo tener a “Padres de la Patria” como Fulgencio Yegros, un hombre que murió fusilado; a Pedro Juan Caballero, un hombre que prefirió suicidarse y al mismo Francia.

Entonces, cuando vemos los discursos de 1894, el Paraguay aún no tenía próceres. Parece increíble cuando lo contás, pero es la verdad. En ese tiempo, estas fechas de mayo no existían,

¿Y cómo era entonces?

–Cuando Francia gobernaba, el Paraguay no era una República reconocida. Existía el escudo, que era la estrella con la palma de olivo, que era el escudo que se usaba en los documentos oficiales. Se usaba una bandera: Carlos Antonio López lo dice en el Congreso del 42: “Que se seguiría usando la misma bandera que ya se usaba: roja, blanca y azul”; pero no había toda la otra cuestión a la que podemos llamar “marketing de República”. No existía el himno, por ejemplo, porque no había necesidad en ese momento, porque nuestra nación no estaba construida discursivamente. Tenemos la idea de que el paraguayo siempre tuvo una idea clara de que este era su país o su nación y eso no es cierto. Ese es el “discurso” sobre la nación.

Y, ¿cómo se fueron dando las cosas?

–Cuando Carlos Antonio López, antes del Congreso del 42, firma un decreto por el cual se prohíbe que se hable de Francia (bien o mal). Entonces, pensemos que este hombre –López– tiene que gobernar después de que Francia falleciera, en un país en el que había gente que lo idolatraba y también gente que lo odiaba visceralmente. Es así que el presidente López tuvo que darle al paraguayo esta construcción de república. Y, para que Paraguay sea una república reconocida, tuvo que tener todo lo que se considera que debe tener una república.

¿A partir de eso es que se construye la idea y la historia alrededor de la Independencia del Paraguay?

–Cuando Carlos Antonio López construye la República del Paraguay a partir del Congreso de 1842, no existían los llamados “Padres de la Patria”. El “Padre de la Patria” era él mismo, el “constructor” de la nueva república paraguaya. Entonces, incluso hasta que la Guerra Grande termina, la fecha patria más importante era el 25 de noviembre, que era la del comienzo del Congreso de 1842 que le dio forma a la república bajo el gobierno de López, hasta el 25 de diciembre de ese mismo año. Don Carlos termina en esa fecha a propósito, el 25 de diciembre, ya que la hace coincidir con el nacimiento de Jesús debido a que también “nacía la República del Paraguay”. Esas eran las fechas patrias y no la conocidas hoy: 14 y 15 de mayo. Más adelante, la Constitución de 1870, también se jura un 25 de noviembre.


¿Y cuándo comienzan a construirse las nuevas formas de ver la historia y la independencia?

–Cuando termina la Guerra Grande (en 1870), entre 1887 y 1894 comienzan los intentos de decir: “necesitamos próceres” porque toda nación debe tener “Padres de la Patria”, perfiles a quienes imitar. Por eso, nuestros billetes tienen la cara de los mismos: de Carlos Antonio López, de Francia, de otros. No hay animales ni flores, porque nosotros tenemos la necesidad, como pueblo, de “vernos” en esas figuras perfiladas. Eso ocurre en todas las naciones de Latinoamérica aún...

Y aquí se discutió también sobre sus perfiles.

–Aquí hubo, por llamarlos así, dos “encontronazos” en el senado sobre el tema. En 1887 y en 1894. No podían ponerse de acuerdo sobre quiénes serían los “Padres de la patria”. Algunos decían que debía ser Francia, otros decían que Carlos Antonio López. Discutieron hasta que en el 94, cuando se intenta hacer un monumento a los próceres –que no se hace pues el presidente González es depuesto por un golpe–, se dijo que los Padres de la Patria serían: Pedro Juan Caballero, por haber sido el conductor de la gesta de mayo; Yegros, por haber sido el que perfiló la libertad con todas sus letras y Cabañas, un hombre que siempre tuvo un perfil realista. Esos nombres permanecieron hasta la Revolución de 1936.

Es claro entonces que los llamados héroes o próceres no “nacen”.

–Sí. Es más bien una cuestión política, no nacen como héroes. Son decisiones de Estado asumidas por los que tienen el poder. Ellos deciden, en algún momento, lo que será instaurado como el relato consensuado del que hablamos: “Estos van a ser los billetes, los símbolos, los próceres. Estos van a ser los personajes icónicos que se enseñarán en las escuelas...”

Eso es lo que tenemos hoy como “mayo”. Sí, es tradicional; pero desde hace 70 años nomás.

Otra de las negaciones que se obvian es la presencia de afrodescendientes más allá de la anécdota de que vinieron con Artigas.

–En Paraguay, como en todas las colonias españolas, existió y se practicó el tráfico y venta de esclavos. No con la intensidad y número que hubo en Brasil, porque allá eran mano de obra y aquí el trabajo rural lo hicieron los indígenas. Y luego, a finales del siglo XIX y en el siglo XX, es que vemos a los “mensú”. La mano de obra fue de indígenas o el resto de los paraguayos que habían quedado ya sin sus tierras después de la guerra.

La presencia de personas de raza negra en Paraguay es otro relato no muy esclarecido.

–El discurso era que los brasileños, que vinieron por la Guerra Grande, eran esclavistas y los trajeron. Y se decía que los únicos negros que pelearon en dicha guerra eran brasileños (haciendo sátira con eso), llamando a los brasileños como “negros y monos” en tiempos de guerra. Entonces, ¿cómo explicamos su origen a los negros paraguayos? Hablamos con gente que vive en Camba cuá o en Emboscada, en donde hay más población afrodescendiente, y ellos te dicen: “Parece que vinimos con Artigas”, pero eso significaría que Artigas trajo miles de personas afrodescendientes.

¿Y entonces?

–Josefina Plá escribe un libro en la década del 70 que se llama “Hermano Negro” que, a propósito, pasa desapercibido. Branislava Susnik hace lo mismo y su investigación también pasa desapercibida. Cuando yo llego a la universidad me encuentro con un caudal de información acerca de que en Paraguay también se compraban y vendían esclavos. En el Archivo Nacional uno encuentra, no solamente documentación sobre los esclavos, sino datos sobre algo que a mí particularmente me interesaba para una investigación. Descubro en documentos que las mujeres paraguayas, así como donaron en ese tiempo sus joyas, camisas y pantalones, también donaron sus esclavos para ir a la guerra. Donaron esclavos de 12 años y de 10. Es decir, la idea de los niños mártires de Acosta Ñu que nos estremece, en ese momento, además de los muchos jovencitos estaba lleno de niños soldados negros que murieron en la Guerra de la Triple Alianza.

Una fuerte presencia de afrodescendientes hubo entonces...

–Cuando a mí me tocó gestionar la administración de la Casa de la Independencia, lo primero que pregunté fue dónde estaba el testamento de los dueños de dicha casa, el testamento de los Martínez Sáenz. No había copia del mismo. Es decir, desde el 65 hasta el momento de mi gestión, los documentos de los dueños de esa construcción habían pasado desapercibidos debido al “peso” de la construcción que allí se había organizado. Entonces, hablé con el director del Archivo Nacional, el también historiador Vicente Arrúa, para buscar allí ese documento. Es allí que encontramos que en esa casa vivieron doce esclavos.

Entonces, hubo mucha población negra en Asunción antes de la Guerra, antes de Artigas y antes de toda la historia oficial contada...

–Asunción tuvo casi el cincuenta por ciento de población negra antes de su independencia. De ese 50 por ciento de mujeres, hombres y niños negros, el 35 por ciento estaba esclavizado. Ese porcentaje se concentraba en Asunción, por el rol que tenían los esclavos en Paraguay, que era el trabajo doméstico, no rural como los indígenas. Tener esclavos era un símbolo de estatus; por ejemplo, Juana María de Lara tenía siete esclavos: tres mujeres con cuatro niños. Los Martínez Sáez tenían doce esclavos, desde un bebé, Mariano del Carmen, hasta “María”, que era probablemente la cocinera que tenía entonces 60 años. La familia Salinas, que vivía en una zona cercana a la Estación del Ferrocarril, tenía 33 esclavos. Era un signo claro de estatus social. Ellos –los esclavos– te hacían los mandados, te servían personalmente... Tener esclavos era como lucir joyas.

Esa parte de la historia quedó oculta bajo una enorme alfombra.

–Es que la historia nacional le asignó a los brasileños el papel de esclavistas crueles. ¿Cómo íbamos a asumir de que aquí, en Paraguay, también se compraban y vendían esclavos y que los había por miles? Entonces, siempre se apeló a la Libertad de Vientres, ley promulgada por Carlos Antonio López (ver copia de documento). Pero esa libertad nunca fue practicada en realidad, porque cuando debió ser implementa, el país estaba en medio de la Guerra, fue en 1868. Entonces, el año pasado, fue cuando –trabajando yo en la SNC– decidimos no hablar de los hechos por demás conocidos, sino rescatar la historia de los esclavos que vivieron y murieron en esa época y en esas casas. La gente se quedaba asombrada cuando llegaba a la Casa de la Independencia buscando la representación de los próceres, como siempre, pero se encontraba con los que habían servido en esa y otras casas de ese entonces: se encontraba con los esclavos.

Una presencia invisible para los historiadores tradicionales...

–Para que los próceres estuvieran, como dice el relato, toda la noche discutiendo lo que iban a hacer, hubo quienes hicieron las comidas, sirvieron y cebaron mate para darles apoyo, vigilando las puertas y el callejón... ¿Y quiénes fueron ellos? La respuesta está en los documentos: fueron esas personas –los esclavos– de los que no se habló nunca. Cuando hicimos ese trabajo, con copias de documentos y reproducciones de compraventa de esclavos para que la gente se enterara con esos datos fue muy emocionante enterarme después, por medio del director del Archivo, de que mucha gente de Emboscada, de Camba Cuá y otros sitios, acudía a ese lugar en donde se les entregaba copias de esos documentos. Fue impactante saber que ellos, con toda esa carga de años de historia ignorada y excluidos de la historia oficial, pudieron por fin asomarse a la verdad de su existencia y de sus antepasados.


Acá, al igual que en Argentina, esa negación histórica de la presencia de esclavos es muy notoria, no pasó lo mismo en Uruguay.

–Sí. Uruguay fue el “mercado central” de compra y venta de esclavos negros. Por eso es que allí se mantuvo mucho tiempo ese sistema. Aunque no alcanzó la magnitud de Brasil donde todo fue más duro.

¿Y qué hay sobre Juana María de Lara, esa figura femenina de mayo?

–En medio de la discusión de quién fue el conductor de la Gesta de Mayo, que se dio entre 1887 y 1894, el Poder Legislativo no se ponía de acuerdo. Cuando un senador se posicionaba como ferviente defensor de Francia, otro elegía a Caballero y otro a Yegros. Eso ocurrió en el mismo año en que se formaron los partidos políticos, por lo que en realidad se discutía tan vehementemente, más que la figura de cada prócer, era sobre ideologías políticas. Es así que la discusión sobre quién fue el conductor de la gesta de mayo quedó zanjada en un discurso que se dio en Buenos Aires, en el Centro Paraguayo, un 14 de Mayo, en el que Juan Manuel Sosa Escalada, un militante del liberalismo, terminó diciendo que el conductor de la Gesta había sido Caballero porque una respetable señora, matrona y viuda le había entregado a él el ramo de flores que tenía los colores de la bandera. Debido a que los partidarios de Francia decían que él fue el conductor, porque él había creado la bandera. Había que anteponer una figura al “malo” de Francia.

Entonces aparece la figura de esa mujer, ¿quién fue realmente?

–Más allá de las flores con los colores patrios, realmente ninguno de sus contemporáneos menciona a Juana María de Lara, pero indudablemente fue real. Fue, como se decía entonces, una mujer que se había quedado “para vestir santos”, que estaba muy ligada a la iglesia, no solo para adornar altares en la catedral, sino que organizaba las procesiones. Fue una especie de “tesorera” muy activa. Se casó después con el viudo de su tía. Hay indicios de su presencia esa noche, porque Somellera, que es el único que la menciona, afirma que estaban reunidos y tenían que traer al fray Fernando Caballero desde el convento y, para no hacer ruido con carruajes, le pidieron a ella las sillas con palos que, tiradas por esclavos, cumplieron la misión. Siempre pensé que ella estuvo allí esa noche. Tal vez hizo mucho más que entregar un ramo de flores y prestar unas sillas.

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