Por Mike Silvero
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Fotos: Shutterstock
La superficie de Jerusalén
es de 125 kilómetros cuadrados, solo 3 kilómetros cuadrados más pequeña que Asunción. Y con cerca de 900 mil habitantes y una infraestructura imponente, recorrerla fuera de los muros de la vieja ciudad nos muestra una urbe que no llega a ser una metrópolis europea; muy por el contrario, tiene una sensación barrial acogedora y con tesoros escondidos.
Como destino turístico,
la Ciudad Vieja amurallada es una cita ineludible, pero en esta ocasión hablamos de la ciudad moderna y universal. Llegar hasta Jerusalén implica un viaje desde el aeropuerto de Ben Gurión, desde Tel Aviv, sea por carretera en taxi o por las vías de un tren que conecta a las dos ciudades más importantes de Israel en 23 minutos y con conexión wifi, por unos 17 shekels, es decir cerca de 35 mil guaraníes.
A diferencia de la
plana y playera Tel Aviv, Jerusalén se erige entre colinas, con la presencia siempre imponente de las torres y puertas de la antigua zona. Quizás por los prejuicios uno esperaría que la zona esté solamente habitada por judíos ortodoxos, no es el caso. Si bien es frecuente verlos en las calles o el transporte público, no son la única rama religiosa en la zona, hay diversidad con musulmanes trabajando y habitando, así como una minoría cristiana.
Las jornadas de la
semana que terminó fueron absolutamente particulares, la noche del martes 7 de mayo marcó en su atardecer un momento de sobrepasadora emoción. Al ponerse el sol, a las 20:00 sonaron las sirenas de la ciudad y el silencio posterior fue abrumador. Quienes manejaban pararon su recorrido para descender y rendir honor a los caídos, civiles y soldados en defensa del Estado de Israel. Era el arranque del Yom Hazikarón, el Día de la Memoria, donde el recuerdo por los que ya no están generó un aura de nostalgia que se acompañaba con plegarias y oraciones en forma de tristes canciones en el Muro Occidental, donde participaron de un evento exclusivo autoridades nacionales.
Uno creería que ese
sería el espíritu general de una ciudad considerada como únicamente de carácter religioso desde otras latitudes, pero los que sucedió en la noche posterior cambió por completo el panorama. A la misma hora, pero en la noche de miércoles, se iniciaba el Yom Ha’atzmaut, el festejo por el día de la independencia, que en realidad se dio un 14 de mayo de 1948 cuando se creaba el Estado de Israel al apartarse del Imperio Británico, pero cuya celebración al igual que Yom Hazikarón responde al calendario hebreo. Se trata del día 5 del mes de iyar, por eso la variante en relación al calendario gregoriano.
Mientras el cielo
–usualmente escenario de derribo de misiles– se iluminaba con fuegos de artificio, los jerosolimitanos tomaban las calles convirtiendo el recorrido habitual del tren ligero que cruza la ciudad en una peatonal de música y fiesta. Una multitud de jóvenes saludaban a desconocidos o amigos con la alegría de repetir “Happy Holiday”, orgullosos de estar donde están y de que llegue un aniversario más de su país, en este caso el 71, en una situación cercana a la paz.
Quizás el secreto
gastronómico más importante de la ciudad está en la zona conocida como Mahane Yehuda, donde un mercado –un poco más ordenado que nuestro autóctono Mercado 4– permite a residentes y turistas probar todos los sabores tradicionales de la zona; desde la dulzura de un baklava hasta el condimentado acompañamiento del falafel, también especias de la región, café molido en el lugar, frutas, dátiles, un tradicional shawarma e incluso pescado fresco.
Por los festejos,
las puertas de los locales no se cerraron, sino que se convirtieron en más espacios para los festejos. Banderas de Israel por toda la zona, cantos y una amabilidad extrema por parte de los pobladores que no dudaban en recomendar platos, bebidas o lugares para escuchar música.
La jornada se extendió
a bien entrada la madrugada con la gente en las calles esperando transporte para retornar, resguardados por policías y soldados, ante también la llamativa escena de grandes colectivos cortando las calles haciendo de barricada, quizás con la misión de proteger ante una eventualidad lamentable como las que se han vivido en los anteriores años en calles o urbes europeas.
El jueves toda la
zona sufría de una resaca de fiesta, pero la ciudad ya estaba nuevamente impecable. Los soldados retornaron de a decenas a sus funciones ya en el viernes en el inicio del Ramadán, el noveno mes del calendario musulmán, donde los que profesan aquella fe ayunan desde la salida hasta la puesta del sol.
Esta ciudad persiste
entre una historia de desencuentros entre las más grandes religiones monoteístas del mundo y la modernidad con sus fuertes mecanismos de seguridad. Abandonarla tiene dos opciones de salida, una de ellas es quizás la parte más triste de todo el viaje, la nueva autopista que divide a Palestina en dos para alivianar el tráfico a Tel Aviv.
Allí donde familias
se han separado por un muro que, como ha marcado la historia, nunca son instrumentos de paz. Razones al gobierno para haber tomado la decisión de crear una especie de prisión a cielo abierto no faltarán, la presencia terrorista de Hamás es una realidad, pero parece ilógico pensar que 1,5 millones de palestinos quieran atentar contra vidas ajenas. Termina siendo parte del paisaje, de una ciudad maravillosa, que tiene mucho pasado, pero cuya historia se sigue escribiendo día a día.