La vida de los gancheros del vertedero de Cateura de Asunción está rodeada de desechos, basura y condiciones insalubres. Pero no todo lo que hay allí es malo. Detrás de cada reciclador hay sueños, esperanzas y mucha lucha para mejorar la calidad de vida y construir un país mejor. Los trabajadores ahora están organizados en asociaciones y se ayudan para sobrellevar los momentos complicados en los que la recaudación baja considerablemente en épocas de crecida y de frío, especialmente.

Uno de los recicladores del vertedero es Carlos Bogarín. Este hombre trabaja en el lugar hace 18 años. No eligió ser ganchero, fueron las circunstancias de la vida las que le llevaron a este trabajo. Él nos cuenta que fue criado por su abuelo y que era el más mimando de la familia. Su abuelo siempre le dio todos los gustos. Pero un día se enamoró, empezó una relación y unos meses después su pareja se embarazó.

UNA LUCHA CONSTANTE”

“La vida de un reciclador es una lucha constante, todos los días. No venir un día influye mucho porque golpea el bolsillo. No venís un día y no comés, sencillo es”, dice de manera contundente. “Algunas veces ganamos más que el mínimo, otras mucho menos. Cuando llueve, todo es más caótico porque las mercaderías no se pueden vender”, relata Bogarín.

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Él salió un rato del vertedero para relatarnos con un poco más de tranquilidad su día a día. Lleva puesto un pantalón negro, una remera gris y un quepis negro. De su hombro cuelga un bolsón en el que guarda celosamente su teléfono celular y otras pertenencias. Hablamos mientras entran y salen los camiones recicladores. El viento trae consigo un fuerte olor de los desechos que a nosotros nos impresiona. Para él, es lo normal, solo un día más de trabajo en busca del pan de cada día.

LOS DÍAS Y LOS AÑOS

Bogarín, cuyo nombre es Carlos, nos sigue contando su vida. Insiste con el hecho de que por ser el más mimado cuando vivía con su abuelo, fue “malcriado” y no tenía la necesidad de trabajar o aprender algún oficio. Al empezar una relación afectiva, entendió que era el momento de tomar las riendas de la vida. La primera hija ya estaba en camino. Una nueva etapa estaba empezando, ya no bajo el cuidado de su abuelo, sino que ahora era él mismo quien debía asumir la responsabilidad.

Fueron pasando los días y los meses hasta que llegó al mundo Ivel Bogarín, su primera hija, quien actualmente tiene 18 años. Durante el embarazo de su esposa, él tenía que prepararse. Los gastos no podían esperar y la única opción que se le presentó en ese momento fue ser ganchero. Las primeras ganancias en la dura tarea fueron ahorradas para comprar leche y pañales, y otros muchos gastos que conllevan el embarazo y parto.

Dos años después del nacimiento de su primera hija vino la segunda, Magalí Bogarín. Actualmente tiene 16 años y está estudiando en el colegio secundario. Los gastos y el costo de vida fueron aumentando, pero eso nunca fue un impedimento para seguir trabajando cada vez más duro, salir adelante y buscar mejorar la calidad de vida que llevan. Posteriormente nacieron Fátima y Thiago, de 14 y 8 años, respectivamente.

CATEURA Y SUS MANOS

En sus inicios –cuenta Bogarín– el vertedero era diferente, los trabajadores no estaban agrupados en asociaciones ni gozaban de las mínimas condiciones de salubridad y seguridad para trabajar. Los recicladores hacían hasta lo imposible para sobrevivir. Fueron pasando los años y cuando la hija ya tenía dos años, los recicladores entendieron que debían organizarse para sobrellevar las épocas en las que la ganancia es poca o nada y para ayudarse. Entonces, se unieron.

Actualmente, cerca de 3.000 personas dependen del vertedero de Cateura de forma indirecta. La Asociación de Gancheros del Área Metropolitana es la más importante y está reconocida por la Municipalidad de Asunción. Cuando la situación no es buena por cuestiones climáticas, cuando hay un enfermo o accidentado, los integrantes hacen polladas, rifas o cualquier tipo de actividad para recaudar fondos y ayudar al necesitado “porque mañana le puede tocar al otro”, dice Bogarín.

Un ganchero de Cateura gana entre 70 y 75 mil guaraníes por día, monto que debe alcanzar para el sustento. Como el mismo Bogarín dice, es una lucha constante en la que no importa la crecida, el frío o el calor, hay que ir a trabajar. La necesidad y el hambre no pueden esperar, el pan debe llegar a casa, a pesar que en algunas ocasiones no hay nada y vuelve a su hogar sin nada.

TENÉS QUE VENIR”

“Viniendo a trabajar ya se arriesga algo, puede ser un día de suerte. Tenés que venir, no hay de otra. Me quedo en mi casa y no como. Nuestra lucha de todos los días es que ingresen más camiones, nosotros dependemos de eso. El Gobierno no se interesa por nuestro problema, somos uno más para las autoridades. Los sojeros no pagan impuesto y los demás productores tienen subsidios. Nosotros no pedimos plata, solo pedimos oportunidad”, agrega Bogarín durante la entrevista.

Entre los recicladores del vertedero hay todo tipo de personas, hasta profesionales egresados de la universidad que por falta de oportunidades no tuvieron otra opción y para sobrevivir trabajan en el sitio, aunque sea por un tiempo. Algunos son licenciados en administración de empresas, enfermeros y hay hasta abogados que lejos de ejercer la profesión, se rebuscan entre la basura para ganarse honradamente la vida.

“Para muchos, la vida de un ganchero es querer ir por lo fácil, no cumpliendo horario y trabajando por cuenta propia, pero la situación es diferente”, dice el entrevistado. Quizás no tuvieron la misma oportunidad que otras personas y, a pesar que trabajan en precarias condiciones, se ganan el pan de cada día de forma honesta. Como ellos mismos cuentan, capaz que no usen traje y corbata en sus lugares de trabajo, pero se consideran “más honestos que muchos políticos”.

Según Bogarín, la mayoría de las veces las autoridades solo se acuerdan de ellos en épocas de elecciones y durante los cinco años de mandato, nada ocurre, aunque dice que hay excepciones: algunos pasan la mano a los gancheros cuando golpean la puerta de sus casas, especialmente para actividades benéficas.

SUEÑOS Y ESPERANZAS

En Cateura no todo es desecho y basura. Dentro del mar de residuos también hay lugar para los sueños y esperanzas. Por ejemplo, la hija mayor de Carlos Bogarín culminó el colegio y ahora quiere seguir medicina. A pesar de que es una carrera costosa, Ivel sueña con ser una gran doctora y alguna vez contar con orgullo que pudo cumplir su meta mediante esfuerzo y honestidad de su padre. La condición económica en que se encuentra su familia no es un impedimento para ella, al contrario, es una fortaleza para seguir peleando “desde abajo”.

Una de las opciones para Carlos es conseguir una beca y con lo poco que gana como ganchero, asegura que hará todo lo posible para cumplir el sueño de su hija. Como maneja su horario en el vertedero, cuando se da la posibilidad, también realiza trabajos de pintura y albañilería en casas. Su señora es decoradora de fiestas y las veces que es contratada, aporta para los gastos de la casa y cuando la situación está más complicada, también trabaja como recicladora. Los brazos de ellos no se cansan de trabajar para apoyar a los hijos en el estudio.

TODO SIRVE

En el vertedero todo sirve: plástico, vidrio, cartón y hasta los alimentos desechados por los supermercados que son llevados por los gancheros. Ellos no pueden pegarse el lujo de desperdiciar los productos, pueden servir para el almuerzo o la cena, todo suma. La carne o los víveres desechados por los comercios son llevados en bolsas y los recolectores no los mezclan con los demás residuos para que no se “contaminen”.

“Sacamos las botellas de plástico, vidrio, los cartones y se desecha lo que no se recicla. Necesitamos que más camiones entren al vertedero, eso va a ayudar a la gente. Nosotros no pedimos mucho, solo que se le ayude a la gente. Muchos políticos no saben lo que es trabajar en Cateura y dicen que hay que cerrarla. Quieren dejar de lado a la gente… Un compañero tiene 13 hijos y todos deben comer, pero gracias a Dios no falta nada. Acá tenés que venir nomás, capaz sea tu día de suerte, es pues un minisupermercado, algunas veces viene todo y se compra lo que falta”, sigue relatando Bogarín al costado de la entrada al vertedero.

Carnes y panificados desechados por los supermercados son los productos más aprovechados por los gancheros. Al tener estos dos productos, solo falta comprar el resto de los ingredientes para el almuerzo o la cena. Todo se aprovecha, nada se desperdicia. Incluso suelen llevar maderas y otros objetos del vertedero para construir, ampliar o modificar sus viviendas.

“No es una opción trabajar entre la basura, es porque el Gobierno no le da oportunidad a la gente”, responde el entrevistado al ser consultado sobre las condiciones en que se encuentran trabajando en el lugar. En algunos casos, los recicladores son discriminados por otra gente que les ofrece trabajo a cambio de una paga muy por debajo del jornal mínimo por el simple hecho de ser “del bajo y ganchero”.

AYUDA MUTUA

Hace un par de días, los trabajadores de la empresa que explota el vertedero tuvieron unos meses de atraso en el cobro de sus haberes, llegaron a un acuerdo con los gancheros y cerraron los accesos como medida de protesta. Los recicladores trabajan de forma independiente, solo se unieron a la medida de fuerza en solidaridad con los funcionarios. Posteriormente, el inconveniente fue subsanado.

Cuando los gancheros necesitan, los trabajadores de la empresa también les ayudan. En un mundo de desechos, basura e insalubridad, también hay solidaridad, cooperación y ayuda. Todos son trabajadores y entre ellos no hay discriminación.

“Que yo trabaje entre la basura no significa que no tenga otra habilidad para hacer las cosas, yo también tengo estudios, pero lo logré después de ser ganchero. Yo no quiero que mi familia pase lo que yo estoy pasando, el calor, la humedad y el barro”, destaca Bogarín, mientras pasan las horas, aumenta el calor y el fuerte olor de los desechos.

Cerca del vertedero está el lugar conocido como Laguna Cateura, donde algunos camiones recolectores arrojan su desechos para no pagar el canon correspondiente. Muchos provienen de Asunción y otras ciudades aledañas. No hay un control sobre los residuos dejados en el sitio por parte de la Municipalidad de Asunción y en muchos casos son materiales inflamables que ya ocasionaron incendios. Los pobladores piden una solución a esta problemática.

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