Agosto corría con su indefinido clima, mitad invierno mitad primavera, en la Asunción del 2008. Todavía el presidente Lugo estaba experimentando la primera semana durísima de su gobierno, tras el poco profesional manejo del tema de los acuerdos con Venezuela y el primer e intenso fuego de me- tralla por parte de los medios.

Un mes antes, altos funcionarios del gobierno venezolano se habían instalado en el Hotel Guaraní, donde desarrollaron una agenda más política que diplomática, coordinada por un discretísimo colaborador, el ex cura Walter Rojas, quien pasó de auxiliar en los asuntos parsimoniosos de una parroquia a coordinar nada menos que la agenda de un presidente.

La pésima idea de empezar el rumbo con los controversiales acuerdos solo podían atribuirse a la falta de conocimiento mínimo del escenario político y la relación de fuerzas, ya que no solo provocó la cancelación de los mismos –por una obvia minoría parlamentaria–, sino precipitaron un inicio turbulento, poco recomendable a la hora del despegue tanto en aeronáutica como en gobiernos.

De manera increíble y fruto de un provinciano entusiasmo, el presidente Lugo se lanzó a gobernar con la etiqueta del “socialismo del siglo XXI” generosamente puesta en el pecho, sin evaluar lo que ello implicaba en materia de contrafuerzas.

Por tanto, la mañana del 21, cuando pusimos en marcha el primer plan de Sicom (Secretaría de Información y Comunicación para el Desarrollo, fundada solo 4 días antes): consistente en una reunión con directores de medios en el Palacio de Gobierno, el ambiente estaba bastante tenso. Pero lo más llamativo no fue, justamente, esa reunión colectiva, sino la particular que sostuvieron con posterioridad en el despacho presidencial el jefe del Ejecutivo y Aldo “Acero” Zuccolillo, dueño del diario Abc Color, y uno de los hombres más influyentes del Paraguay desde el inicio de la “transición” hasta su reciente muerte.

Cómo fue el primer mano a mano Lugo-Zuccolillo

“Acero” había dado una mano a Lugo durante la campaña, pero ya se percibía a esta altura cierta distancia que iba a ir ensanchándose, con más intensidad luego de este encuentro.

La reunión fue muy breve. El Presidente nos había convocado para tomar parte de la misma. Cuando estábamos en la antesala, arriba el Sr. Zuccolillo, quien me informa que desde el diario le enviarían un fax para la reunión, solicitándome si pudiera retirarlo y acercar tal documento, luego, al despacho donde se desarrollaría “la cumbre”. Asentí y lo hice. Apenas iniciada la reunión, ingresé sin detenerme a observar con detenimiento el fax que traía en la mano, donde se leía un listado de temas.

Lo siguiente fue un diálogo correcto, pero frío. Raro para un flamante presidente y un impetuoso director de diario que habían intercambiado agendas para llegar a la victoria electoral cuatro meses antes.

Zuccolillo le expresa a Lugo que su gobierno debería enfatizarse en media docena de temas estratégicos y que tales temas estaban consignados en un escueto listado que se resumía en el fax que finalmente le entregó. El hablar impositivo de “Acero” no despertaba demasiado entusiasmo de Lugo, quien sin embargo asentía y daba breves comentarios a cada tema que el líder del diario Abc Color comentaba como importantes, Petropar, entre ellos.

El abrazo entre Lugo y Zuccolillo.

La lista impresa siquiera tenía comentarios para cada punto. Era la sola cita de emprendimientos o conceptos: Obras viales, Petropar, Industria Nacional del Cemento, Desarrollo del Chaco, etc., que el magnate de medios y otras empresas creía que eran puntos fundamentales de atención en el arranque del Gobierno y sobre los cuales se explayaba breve pero contundentemente. “ Usted no debe permitir tal cosa…”; “Usted debe gestionar esto de esta forma..”, etc.

Cuatro años más tarde.

Probablemente a Lugo le faltó astucia para pedirle a “Acero” que fuera más explícito con relación a lo que planteaba, si era solo en tren de simple recomendación patriótica o tenía algún interés en alguno de los planteos. Lo cierto es que Fernando Lugo se quedó con el fax en la mano y Zuccolillo se retiró pocos minutos después.

Apenas el director de Abc transpuso el umbral, Lugo empezó a hablar de otros temas. No hizo un solo comentario sobre la reunión. Salvo entregarnos el fax, que ni siquiera volvió a mirar.

Tres años y diez meses después, visitaba al Presidente en su despacho, muy temprano. Eran las vísperas del juicio político, faltaban dos días para su destitución. El Presidente observaba las obras de construcción de la Costanera desde su ventanal.

–“Señor Presidente”, le saludé, y como no respondía, caminé hasta el escritorio y como aun así solo miraba hacia el río, empecé a hojear las páginas del ejemplar de Abc que se encontraba sobre su mesa... Tardó un minuto más y luego dijo:

–¿Vos recordás qué planteaba Zuccolillo, el director de Abc?

–¿Cuándo? ¿Hubo algún planteo de su parte?, pregunté.

–Sí, aquí, en el despacho hace 4 años, apenas empezamos..., recordó el Presidente.

Me detuve a pensar por un momento porque solo recordaba la reunión, pero no el contenido de la conversación.

–¿Te acordás que dejó un listado de temas?

–Ah, claro –recordé–. Era un fax. Pero no recuerdo en absoluto qué decía. Pero lo tengo archivado en la oficina. Si quiere lo traigo.

–No. No es necesario. Solo era una curiosidad, cortó.

Pero la curiosidad también me había asaltado. Cuando regresé a Sicom, a cinco cuadras del Palacio de Gobierno, me embarqué en la misión de buscar tal fax personalmente.

Me parecía curiosamente simbólico que el Presidente recordara este enigmático listado de obras y emprendimientos, justamente cuando todas las evidencias de la realidad apuntaban a la consumación del juicio político y el fin de su gestión. Más aún, resultaba doblemente curioso en tanto era “Acero” Zuccolillo uno de los promotores centrales e incidentes para el hecho probable de su destitución.

Me situé en agosto del 2008 –en el primer bibliorato de gestión– y no demoré en llegar hasta las hojas archivadas el 21 de agosto. Allí estaba con sus bordes salientes por sobre el resto de las páginas de papel la suave superficie de un fax.

Retiré con cuidado y lo observé por un momento. Todo su texto estaba irremediablemente desaparecido por la fragilidad temporal con que se fijan los caracteres en un fax. Era un texto que apenas conservaba la silueta fantasmal de un listado. Todo había naufragado en el vacío de lo ilegible.

Naufragio que también acontecía –exactamente igual– en ese mismo instante –en propio Gobierno–.

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