• POR ÓSCAR GÓMEZ 
  • Periodista 
  • oscar.gomez@gruponacion.com.py 

Debió haber sido una de las noches más intranquilas de Daniel Garnero. Ni en las pocas derrotas del 2018 se lo vio tan activo en el área téc­nica. Gesticulando, gritando, tirando la botellita de agua al suelo, charlando con Andrés San Martín; así vivió el par­tido el DT de Olimpia.

Y había un motivo: Éver Almeida volvió a tomarle la mano a su equipo y por más que intentaba, Garnero no le encontraba la vuelta con un Decano impreciso y exteriori­zaba toda su impotencia.

¿Qué hubiera pasado si Iván Villalba no cometía una tre­menda irresponsabilidad y se hacía expulsar? Nunca lo sabremos. Pero pongo todas mis monedas en que el juego no acababa con un triunfo franjeado.

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Lo cierto y lo concreto es que ese episodio fue un punto de inflexión en el partido. A par­tir de ahí, Olimpia volvió a res­pirar. Encontró aire al poder mover otra vez el balón y lle­gar como le gusta. Entonces el juego entró en una fase en la que si el Franjeado no lle­gaba al gol de una manera, iba a ser de otra. Lo iba a ganar por demolición.

Un hombre menos para Sol de América pareció un puñado entero. Martín Giménez ya no tenía espacios para corridas como en el primer tiempo, Aldo Vera y Édgar Ferreira ya no se podían soltar, y los carri­leros se tuvieron que conver­tir en tercer y cuarto central.

El primer tiempo no acabó a favor del Danzarín por dos motivos clave: uno, Alfredo Aguilar; dos, falta de efecti­vidad de los hombres de ata­que de Sol.

El gol de Jorge Arias, ya en la recta final, quien estaba en posición adelantada, para Olimpia fue un desahogo. Un desahogo donde se expulsó todo el nerviosismo de los minutos anteriores. ­


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