Los fuegos artificiales de Nochevieja son un clásico en el mundo, pero los islandeses, campeones de Europa, llevan el ejercicio al paroxismo por la buena causa de una venta de caridad.

Cada noche de San Silvestre, desde la capital Reikiavik al más remoto pueblo, el país se transforma en campo de tiro gigante. Los habitantes lanzan, desde la calle, los parques, los jardines o cualquier balcón o montaña, centenares de miles de fuegos artificiales que iluminan durante horas la oscura noche nórdica.

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En Islandia, la venta y utilización de fuegos artificiales por el público solo están autorizados entre el 28 de diciembre y el 6 de enero. Estos pocos días bastan para lanzar 600 toneladas de fuegos artificiales, según el Instituto Nacional de Estadísticas, cerca de dos kilos por cada uno de 365.000 islandeses, la práctica totalidad en Nochevieja.

Esto supone seis veces más de lo que un europeo importa en un año entero, según datos de Eurostat para la Unión Europea. Solo los holandeses, otros apasionados de los fuegos artificiales en año viejo, pueden rivalizar.

Fuegos de alegría

“En cierta forma quemamos el año que se acaba y hacemos espacio para el nuevo, y este año estaremos felices de hacerlo”, dice Dagrún Ósk Jónsdóttir, doctoranda y experta de folclore islandés, que no lamenta enterrar el 2020 y su infernal pandemia.

Iniciado a principios del siglo XX como complemento de los tradicionales grandes fuegos de la alegría -anulados este año por el coronavirus -este concierto de explosiones de color estaba reservado para los comerciantes y personalidades más ricas del país.

Pero se democratizó a partir de 1968 con la organización de una venta para el público por la Asociación Islandesa de Investigación y Socorro (SAR). Espina dorsal de la protección civil de la vasta y poco poblada Islandia, dicha asociación controla la mayor parte del mercado, lo que le permite financiar sus actividades el resto del año.

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“Es un poco extraño decir que somos tan dependientes de esta venta”, reconoce su presidente Thór Thorsteinsson. “Pero deseamos seguir ya que no hemos podido encontrar otras formas de recaudar fondos”, explica a la AFP.

Sus 93 equipos de socorro voluntarios repartidos en todo el territorio responden inmediatamente a las urgencias que las autoridades oficiales no pueden asumir a tiempo debido a las distancias y a las condiciones de acceso. El espectáculo pirotécnico sin igual de la Nochevieja está regulado hasta el más mínimo detalle, con una primera fase, entre el fin del discurso del primer ministro hacia las 20:00 GMT, y después hasta las 22:30 en punto.

Se instala entonces una hora de silencio cuando todo el país se sienta ante el televisor para seguir el “Áramótaskaup”. Emisión anual de la televisión pública que recuerda de manera satírica los acontecimientos del año, y que el año pasado contó con una audiencia del 99,7%. Una vez terminado el programa, el espectáculo se reanuda a partir de las 23:30 GMT e Islandia brilla literalmente con miles de fuegos.

Récord de partículas finas

Pero como en otras partes del mundo, la tradición y sus excesos están en el punto de mira. En 2018, condiciones meteorológicas desfavorables cargaron el aire habitualmente puro de Reikiavik con niveles de contaminación superiores a los observados en las megalópolis irrespirables como Pekín o Delhi.

El valor horario más alto, 3000 µg/m3, registrado en Kópavogur en las afueras de la capital, está considerado como un récord en Europa, según un estudio de la universidad de Islandia. Un proyecto de modificación de la ley, que actualmente estudia el gobierno, pretende autorizar la venta y la utilización de los fuegos artificiales solo tres días al año en vez de los 10 actuales.

Fuente: AFP.

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