AFP

Violador confeso y una muerte repleta de dudas. La figura de Pablo Neruda, el más uni­versal de los poetas chilenos, aún sigue cubierta de nuba­rrones cuando esta semana se cumplen 50 años de su falleci­miento. Neruda, premio Nobel de Literatura 1971 y destacado militante comunista, falleció el 23 de setiembre de 1973, ape­nas 12 días después del golpe de Estado en Chile. Tenía 69 años y sufría un cáncer de próstata.

La versión de un supuesto cri­men contra el poeta surgió de la boca de su exchofer en 2011 y abrió la puerta a la hipótesis de que agentes o colaboradores de la dictadura de Augusto Pino­chet (1973-1990) le habrían inoculado una bacteria en la clínica de Santiago donde estaba internado.

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En los últimos años, la obra de Neruda ha estado en el punto de la mira de la cultura de la cancelación luego de que se rescatara el reconocimiento que hace el poeta de haber vio­lado a una mujer, encargada de limpiar sus letrinas, cuando entre 1928 y 1930 fue cónsul de Chile en Ceilán, actual Sri Lanka. El autor dedicó un par de párrafos a ese abuso sexual en “Confieso que he vivido” (1974), revisado en los últimos años a la luz del movimiento #MeToo.

Durante años la versión oficial de la muerte de Neruda fue que había fallecido a consecuencia de una complicación del cáncer que lo aquejaba. Sin embargo, en 2012 se inició una investiga­ción judicial sobre el deceso del poeta, luego de que su excho­fer Manuel Araya relatara a la prensa que el escritor pudo ser envenenado.

Rodolfo Reyes, sobrino del poeta, sostiene que su tío murió asesinado por el régimen por sus palabras contra el dicta­dor Pinochet. Una versión que no comparte otro fami­liar de Neruda: “No entiendo por qué parte de mi familia” ha apoyado la tesis del asesinato, dice a la AFP Bernardo Reyes, sobrino nieto del escritor. Once años después, una jueza man­tiene en suspenso su decisión.

Araya, pieza clave en ese pro­ceso judicial, murió en junio y no escuchará el veredicto final. Las dudas aumentaron tras conocerse en febrero de este año un informe de los cientí­ficos canadienses Hendrik y Debi Poinar, de la Universi­dad McMaster, que estudia­ron los restos óseos de Neruda sin comprobar que muriera por una bacteria inoculada de forma intencional.

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