Cuando lo conocí, aún tenía negra la barba. Cordial y conversador, Luis Sepúlveda era, junto al argentino Federico Andahazi, los más famosos de aquel evento. Sin embargo, a diferencia del autor de “El anatomista”, el escritor chileno se mezclaba con los autores jóvenes que poblamos aquel Encuentro de Escritores Latinoamericanos que organizó en Madrid la editorial Lengua de Trapo.

Era mayo de 1999, y Sepúlveda una celebridad. Su novela “Un viejo que leía novelas de amor”, que se había llenado de premios, entre ellos el “Tigre Juan”, lo llenó de gloria, y se ubicó con el correr de los años en el autor chileno más leído, después de Neruda.

Compré el libro al día siguiente de conocerlo y lo leí extasiada en las noches de insomnio que provoca el jet lag. “Mira. Con todo el lío del muerto casi lo olvido. Te traje dos libros. Al viejo se le encendieron los ojos. ¿De amor? El dentista asintió.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Antonio José Bolívar Proaño leía novelas de amor, y en cada uno de sus viajes, el dentista le proveía de lectura. ¿Son tristes?, preguntaba el viejo. Para llorar a mares, aseguraba el dentista. ¿Con gentes que se aman de veras? Como nadie ha amado jamás. ¿Sufren mucho?

Casi no pude soportarlo, respondía el dentista. Pero el doctor Rubicundo Loachamín no leía las novelas. Cuando el viejo le pidió el favor de traerle lectura, indicando muy claramente sus preferencias, sufrimientos, amores desdichados y finales felices, el dentista sintió que se enfrentaba a un encargo difícil de cumplir‘‘.

Afincado en España, luego de un largo periplo por varios países y vuelto a vivir con su primera esposa, la poetisa chilena Carmen Yáñez, Luis Sepúlveda falleció el pasado viernes en un hospital de Oviedo, víctima del coronavirus.

Además de la citada novela, fue autor de aproximadamente veinte libros que incluyen cuentos, ensayos y obras infantiles. Pero, además del valor de su obra, se destaca su don humano. “Mis primeras traducciones y el acceso directo a sus editores fue una prueba de su oceánica generosidad. Y como yo, muchos otros novelistas vieron aparecer sus libros prologados por él o en colecciones dirigidas por él”, recordó el colombiano Santiago Gamboa.

“Toda su vida fue un chiquilín con cara de malo patotero, pero al cuete, porque enseguida cualquiera se daba cuenta de que era pura pinta, bastaba un guiño, un gesto amable para que se le humedecieran los ojos y se deshiciera en ternuras”, escribió el argentino Mempo Giardinelli.

En todas partes del mundo, las palabras le rindieron homenaje, y con seguridad, en medio del Amazonas, los indios Shuar, amados y defendidos por Luis, habrán realizado ceremonias para que tenga un buen viaje.

Dejanos tu comentario