- Por Jimmi Peralta, periodista, jimmi.peralta@gruponacion.com.py
Vladimir Jara, periodista, escritor e investigador, vuelve a aportar al mundo editorial local con la publicación de su tercer libro, “Fuego cruzado”, en el que aborda historias del crimen organizado, narradas desde su experiencia como especialista en el tema. La Nación conversó con él sobre este nuevo material.
–¿Podrías realizar una breve descripción de lo que el lector encontrará en tu último libro?
–El lector encontrará en el libro historias de la vida real, vivencias del autor, experiencias inéditas que solo vivían en los recuerdos del autor, que solo vivían en un permanente vaivén que afloraban periódicamente en la mente del autor. Se trata de esas historias que no se publican, que constituyen el marco de las coberturas, de las gestiones de las entrevistas, de investigaciones o informes especiales, con el plus de interés de que, en general, se trata de historias de mafiosos, narcos, asesinos, etc. El lector encontrará parte de la historia oculta del periodismo de las últimas tres décadas y también parte de la historia criminal reciente de nuestro país, presentadas a modo de intensas narraciones y descripciones redactadas en primera persona. El autor es el testigo de todo lo que ocurrió, de todo lo que se narra en el libro.
–¿Cómo surgió la idea del libro?
–En una oportunidad, ya hace 15 o 20 años, el querido colega e historiador Luis Verón me dijo: “tenés que escribir todas estas experiencias que nos contás a veces; esos nombres, esos datos, todo lo que sabés y que no pudiste publicar en el diario. Si no escribís, todo eso se irá contigo”. Es que en reuniones de amigos, siempre comentaba algunas de esas experiencias, y me daba cuenta de que impresionaba. Con lo que me dijo Luis Verón, pues, se gestó el bichito de la ansiedad. Hace tres años que decidí ordenar todo eso. Y luego, me puse a escribir. Fueron casi dos años y medio de escribir y de reescribir. Debo darle una mención especial a mi compañera de vida, mi señora, Elena Guillén –ella también es periodista–. Me decía, “ya escribiste, tenés que escribir; no pierdas más tiempo… estás escribiendo, verdad? Máximo a fin de año, tenés que terminar...”, y bueno, ahí está la obra. Ahora es como que estoy más tranquilo, porque aun cuando llegue el instante de partir, pues esas historias ya están en “Fuego cruzado”; ya quedan para la posteridad.
–¿Cómo se fue dando la selección de las historias que incluirías en el libro, cuáles fueron tus criterios?
–Los criterios fueron directamente el llevar a los lectores lo que uno pasa en el submundo de la gestión de la obtención de la noticia del área criminal, del área narcotráfico, del submundo policial. Muchas veces, nuestros jefes nos decían que “el periodista no es el protagonista de la noticia”, pero sí puede ser “lo que vive el periodista”. Entonces, allí saltaron historias como: balaceras, narcos con quienes tuvimos incluso “síndrome de Estocolmo”, narcos muy conocidos en la actualidad, a quienes conocimos en sus orígenes, grescas descomunales en situaciones, lugares y tiempos en donde tal vez no debíamos estar; entretelones de las investigaciones emblemáticas, como el de Santiago Leguizamón; noticias de peso, pero subestimadas por la fuerza de la vorágine del día a día, y que en el libro cobran el espacio y la intensidad que merecían; origen, esplendor y terrible final de narcos muy potentes, pero desorganizados; nuestros jefes de redacción, periodistas de la época (los años 90); los periodistas novatos frente a las “vacas sagradas”. “Fuego cruzado” también es parte de la historia del periodismo nacional en los últimos 30 años.
MAFIA Y NARCOTRÁFICO
–¿Cómo llegaste al periodismo especializado en mafia y narcotráfico?
–En el libro justamente se relata cómo es que me vi involucrado, sin proponérmelo, en las coberturas policiales. Yo me inicié como pasante en el Semanario Crónica, en octubre de 1988. Fueron mis primeras armas. La gente decía que si arrugabas las hojas de la revista Crónica, chorreaba sangre. Era un semanario de tinte sensacionalista, diferente al diario actual que lleva el mismo nombre. Cuando tuve la oportunidad de una entrevista en el diario Abc, que iba a ser reabierto, luego del golpe de febrero de 1989, el jefe de redacción me dijo: “usted cubrirá policiales”. Una vez adentro, ya con contactos de la Policía, de hospitales como Primeros Auxilios, también vinieron los nexos informativos con fuerzas antidrogas; de ahí, ir a zonas peligrosas, y a buscar notas pesadas con narcos y sicarios, ya era un solo paso.
–¿Cómo llegaste al mundo editorial de los libros?
–“Fuego cruzado” es el tercer libro de mi vida profesional como escritor. El primero fue “Clave RRR” (Mafias y Corrupción en Organismos de Seguridad), de 1997 (hubo dos ediciones que se agotaron); y el segundo “Beiramar en Paraguay” (Traiciones, Mafias y Muertes en la Frontera).
“Clave RRR” trataba del asesinato del entonces zar antidrogas del Paraguay, el ministro de la Senad, Gral. Ramón Rosa Rodríguez, que se produjo en octubre de 1994. “Beiramar en Paraguay” es una recopilación de datos, a modo de gran reportaje, de la manera como el narco Luiz Fernando da Costa, o Fernandinho Beiramar, leyenda del narcotráfico en Brasil y Sudamérica a fines de los 90 e inicios del 2000, vino a Paraguay, y cómo se desarrolló esa pasantía en Capitán Bado sobre todo.
–¿Podrías describir cómo es la vida y la pasión que pone a su trabajo un periodista de policiales?
–Justamente, en uno de los capítulos se detalla cómo era la competencia en la época, en los años 90 por sobre todo. Fueron diez años de “masacres” diarias entre los periodistas policiales de los diarios Abc Color (donde estaba), el desaparecido diario Noticias, Última Hora y La Nación. Éramos amigos, pero cuando comenzaba la jornada, era a cara de perro. En esa época, llegábamos a los lugares de los procedimientos, y competíamos por quién tenía las mejores fotos, quién tenía los aspectos más llamativos de la historia; quién titulaba mejor. Y si por ahí se daba algo tan poco probable hoy por hoy (a causa de la tecnología y las comunicaciones instantáneas), la primicia, pues pobre de quien no tenía las fotos o la historia a ser publicada al día siguiente. No existía eso de compartir datos o fotos. Solo si todos teníamos, y un colega no, pues ahí sí había esa solidaridad. Pero si uno estaba en posesión de la primicia, jamás. Y entendíamos esas reglas del juego. Creo que por eso también los periodistas de esa época eran más rigurosos y sentían más amor al trabajo, a la profesión y a la camiseta. Existía sentido de pertenencia hacia la empresa donde trabajábamos. Entiendo que el entusiasmo nacía justamente en la competencia, en el desafío de tratar de ser mejor, y de conseguir las mejores notas, las mejores tapas, las mejores fotos, y, por qué no, alguna que otra primicia. Había mucho celo profesional. Y no era para ganar más dinero. Era para ser mejores profesionales.
–¿Podrías comentar una de las historias que narra el libro?
–El caso de Jorge Raffat ha tenido fuerte impacto por su desenlace, por aquel gran magnicidio del mundo del hampa, con aquel ataque con ametralladora antiaérea punto 50 contra su vehículo blindado Hammer. El final de Raffat lo conocen todos, pero los inicios de Jorginho Raffat (así se lo conoce en Brasil), no lo sabe casi nadie. En el libro se detalla un encuentro casual, sin buscarlo, con alguien que resultó ser Raffat, empresario dedicado a la importación y representación de una conocida marca de cubiertas. Ese encuentro casual derivó en una parranda; a su vez, en una gresca entre sicarios, en medio de una musiqueada paraguaya, en una parrillada de Pedro Juan Caballero. Esa anécdota es de impacto porque nos ilustra el folclórico ambiente que se vivía en Pedro Juan en la época, en 1995 aproximadamente.
–¿Es la realidad del mundo la mafia tan sorprendente como la ficción que solemos ver por TV?
–Tal vez, la realidad del hampa supere la ficción. Netflix y compañía retratan la realidad, y la exageran, y los nuevos narcos, hampones, sicarios vuelven a superar esa ficción, más aún ahora, en esta época, donde impera la anarquía, la falta de códigos, la traición, y narcos novatos que pretenden escalar de manera meteórica, y terminan de la peor manera por lo general. El único que ha quedado con vida, o fuera de prisión, ha sido Fahd Yamil, el patriarca de la mafia de la frontera; ancianito y todo, tal vez ya sin el poder de antes, pero vivo. Todos los demás están muertos, o en prisión.
–En todos estos años ejerciendo la profesión, ¿tuviste miedo o estuviste en peligro por tu trabajo?
–Miedo siempre existe, aunque en época de juventud éramos más temerarios. En el libro se relata el miedo que sentíamos cuando debíamos llegar, sí o sí, so pena de ser degollados por nuestros jefes de la época, en casa de mafiosos y hampones. No es igual pedir audiencia a un ministro, ante una dama con minifalda, que pedir audiencia a un jefe narco, siendo atendidos por matones brasiguayos quienes, pistola a la cintura y sonrisas burlonas de por medio, lograban intimidarnos y aterrorizarnos en seco. En mis 31 años de carrera, intentaron matarnos, dispararon contra nuestras casas, hubo intento de raptos o secuestros, amenazas telefónicas (lo más frecuente), violación de domicilios, robo de papeles, cruces sobre fotografías, etc. A veces, no son los gansters quienes amenazan, sino miembros de organismos de seguridad. Me pasó en los años 90. Al final, son gajes del oficio que de por sí es peligroso, pero más aún en el sector policial-criminal.