Se puede leer de un tirón o darse un res­piro en la mitad y retomar la obra. El libro “Los claros labios del monte”, de María Irma Betzel (escritora y bióloga), editado por Ser­vilibro, y Premio de Novela 2019 de la Academia Para­guaya de la Lengua Española, es una de las pequeñas joyas literarias de los últimos años.

–¿Cómo nace esta novela? ¿Hubo algún proceso de investigación sobre alguna comunidad originaria?

–Nace del placer que me pro­voca leer textos antropoló­gicos, ese placer me llevó a la ensoñación que es un venta­nal hacia la creación artís­tica. La investigación forma parte de ese proceso.

–¿De qué manera cons­truiste los personajes? ¿Te inspiraste en seres reales?

–La mayoría de los perso­najes son ficticios. Algunos pocos están inspirados en la realidad: León Cadogan y un nativo que estuvo algunos años preso por cometer un delito que en las leyes de los mbya era un acto de justicia. No obstante, no los nombro, ya que los hechos no siguen una secuencia histórica verí­dica, es una obra de ficción literaria inspirada en algu­nos hechos reales y que res­peta los lineamientos antro­pológicos.

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Portada del libro.

–Esta novela, que es un canto a las culturas ances­trales, ¿quiere también ser un llamado de atención a la intromisión del hombre blanco y el peligro de que desaparezcan?

–Es probable, ya que desde mi visión de bióloga me reco­nozco plenamente como una criatura de la natura­leza, cuando era niña no había mejor juego para mí que treparme a los árboles y explorar los montes alrede­dor de mi casa, admirando y recolectando ñangapiry o mburukuja, por eso, desde mi primera novela “Savia bruta” (1998, 6ª edición) aporto ese llamado por la situación eco­lógica que se agrava cada vez más. Los pueblos nativos, los que dependen directamente del monte, son los más vulne­rables, ya han desaparecido miles de ellos, después con­tinuaremos con los demás. El hombre no puede vivir sin un entorno natural, fui­mos amalgamados en rela­ción a los ecosistemas y sus criaturas vivientes. Nos esta­mos dañando a nosotros mis­mos, ¿es esto tan difícil de entender? Yuval Harari pre­dice que se producirán “cue­llos de botella” en todas las poblaciones, solo sobrevivi­rán algunos y existirá mucho sufrimiento…

ENAJENADA

–Tocar un tema de manera tan honda, ¿cómo lo hiciste, qué sentimientos te produjo?

–Los sentimientos de los personajes, los vive también quien los crea. Yo, personal­mente, al hacerlo ando un poco “enajenada”, me cuido mucho en las calles, en el tránsito, pues me distraigo con facilidad. Y luego, cuando se entrega la obra para su edi­ción, aparece un sentimiento de pérdida, algo así como la depresión posparto que a veces afrontan las mujeres al dar a luz, puede ser que esto parezca raro para quien no está en el oficio de escribir, pero es así.

–¿Te parece que hablar de los pueblos originarios y su realidad cruel ayudaría a tener otra visión y otro proceder para que vivan mejor?

–Sí. Hablar, educar, leer y sobre todo, actuar. La litera­tura puede ser un fermento que construya ciudadanía y la ciudadanía puede exigir trans­formaciones a la sociedad. Pero también se necesita la ciencia, esa hermana mayor de la lite­ratura, tan sensata y analítica (aunque hay que reconocer que con Verne, Asimov y muchos otros, la literatura la llevó de la mano).

Los libros que despiertan sensibilidades y los trabajos científicos pueden servir de base para el accionar de polí­ticas públicas.

Faltaría que los responsa­bles de esas políticas públi­cas asuman debidamente su rol. ¡Ay! En eso hay que trabajar ejerciendo ciuda­danía. Volvemos a lo mismo: la literatura como forma­dora de ciudadanos (aunque no es su obligación, la lite­ratura es libre).

INTERVENCIÓN

–Me impresionó el retrato que pintaste de las jóvenes originarias, mencionando por ejemplo los embarazos tempranos apenas iniciada la vida de mujer adulta, con la menarca. ¿Te parece necesario entrometerse en su cultura para mejo­rar este aspecto?

–En este ejemplo puntual que citas creo que nadie debe­ría entrometerse, al menos, mientras ellos estén con cos­tumbres propias, sin acultu­ración.

Pero, después de leer “Los indígenas del Paraguay”, de Zanardini y Biedermann, quedé muy impresionada por algunas prácticas, como la de enterrar vivos a los recién nacidos de mujeres solteras, en algunas tribus del Chaco; allí me hice la misma pregunta y llegué a la conclusión de que si hay seres inocentes y desvalidos, que sufren una muerte tan horrible, se debería interve­nir, de alguna manera. Pero en general, lo prioritario es proteger hábitats y cultu­ras, las cuestiones puntuales como la citada, serían hechos excepcionales.

–¿Te inspiró alguna obra en especial?

–Fueron inspiración para mi obra varios textos de nativos transcriptos por León Cado­gan y Miguel Chase Sardi, más los poemas de Linda Hogan, la poetisa cherokee (tam­bién bióloga). Algunos escri­tos, como los de Alba Eiragi y Brígido Bogado, entre otros, reafirmaron esa inspiración con el mismo sentir: “Sin el monte, sin el ambiente natu­ral, el hombre de cualquier credo, de cualquier raza o idioma, dejará de ser”.

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