Luego de un año de la publicación del primer tomo de “Dictadura y Memoria”, Carlos Pérez Cáceres presenta el segundo volumen. Un aporte sobre la historia reciente del país, una mirada sobre los acontecimientos callados desde el relato oficial, el rescate de esas narraciones incómodas para el poder que permiten entender el Paraguay de hoy, tanto por los hechos así como por el silencio previo; esto es lo que busca al parecer este libro. La Nación habló con el investigador sobre su trabajo.
–¿Qué aporta este segundo tomo de “Dictadura y Memoria”?
–Este segundo tomo contiene nuevamente cinco capítulos con cinco historias, entrevistas y análisis referidos a diferentes temas. Esta vez tuvimos una mirada más clasista y entonces tenemos un capítulo dedicado a las luchas estudiantiles, otro referido a las experiencias campesinas y, uno último, que relaciona las luchas obreras. A estos tres capítulos le agregamos uno referido a las luchas de las organizaciones de izquierda y, finalmente, el capítulo denominado “Memoria”, en el que incluimos estudios y análisis sobre ciertas características que se vienen desarrollando en nuestras luchas políticas.
–En este tomo abordas la lucha estudiantil, campesina y obrera. Desde tu perspectiva, ¿existió un motor común que movilizó a estos segmentos más allá de la figura del dictador? ¿Y a cuántos de la población, en términos cuantitativos, representaban estos grupos?
–Estos sectores sociales siempre se movieron por ideales políticos. El ideal de una sociedad sin clases explotadas, sin diferencias sociales, democráticas, en la que se pueda leer lo que uno quisiera y tener acceso a estos materiales, movilizó siempre a los ciudadanos. Por supuesto que se regía un régimen dictatorial, tenía un plus más a lo mencionado anteriormente. Creo que justamente uno de los problemas de la izquierda y de las organizaciones que se plantean una sociedad más solidaria y democrática fue el desarrollar el trabajo político y teórico con muchas dificultades y trabas. Las represiones, los exilios, los confinamientos, las torturas, las muertes fueron elementos utilizados por el Estado para mantenerse en el poder, lo que impedía desarrollar un trabajo político que permitiera acceder a más cantidad de trabajadores, estudiantes y campesinos.
–¿De alguna forma se le es negada a la clase obrera su propia historia, el devenir de sus rebeldes y luchadores? ¿Cuánto de eso colabora para la construcción de la conciencia colectiva de que el paraguayo es sumiso?
–Uno de los objetivos que tiene la historia tradicional es justamente el ocultamiento de esas historias de luchas, de rebeldías que fueron protagonizadas por estudiantes, campesinos y obreros. Ante este silencio y ocultamiento parece que la historia se presenta estática, permanente. Solamente emergen las grandes figuras que todo lo hacen y todo lo pueden. Sin embargo, la historia no es cuestión de una o dos individualidades, sino son grandes procesos que tienen saltos y que registran avances y retrocesos. La historia del pueblo paraguayo es muy rica para demostrar cómo luchó por mejores condiciones de vida y de trabajo. La idea que siempre fue sumiso tiene su apoyo ideológico en los ocultamientos de esos procesos de enfrentamientos entre dos valores e intereses diferentes.
–¿Por qué consideras importante la historia de los luchadores contra la dictadura?
–Una de las características de la historia tradicional es presentar al individuo solo contra la sociedad. Sin embargo, hay que entender que forma parte de una organización, ya sea gremial o política. De alguna manera representa intereses políticos y económicos. Al luchador antidictatorial le queremos agregar el contexto político nacional y regional para entender otras interrogantes que normalmente no son tenidas en cuenta.
–¿Sabes cuánto de conocimiento respecto a la historia reciente del país se imparte en la malla curricular en Paraguay, en todos los niveles educativos?
–Con exactitud, te puedo señalar que este es un tema fundamental para tratar de armar una conciencia más democrática y crítica en nuestro país. Hasta hace poco tiempo, ya en este proceso de apertura, los textos que se utilizaban en las instituciones educativas solamente hacían referencia a ciertos temas relacionados con las luchas sociales. No existía profundización ni participación de otras formas de enseñanza. Pero lo más grave –desde nuestro punto de vista– es que los docentes no son educados, no se les ofrece talleres, materiales, experiencias para que vean la importancia y la actualidad de aquellos procesos que son desconocidos por la educación formal. Es este profesor/a el que sigue reproduciendo los mismos valores, las mismas historias y las mismas metodologías de aprendizaje, logrando de esta forma la continuidad de un mismo sistema.