Por: Fabrizio Ferreira/periodista de GEN
Con el paso de los años nos ha tocado ver cómo múltiples profesiones se reinventan gracias a las nuevas tecnologías que invaden el presente. Es así como vimos mutar, para bien o para mal, diversas profesiones: desde lo industrial hasta lo artístico.
Es en esta segunda área en la que me gustaría hacer énfasis. Cómo ha cambiado el arte y, sobre todo, cómo podemos definir lo que realmente es arte hoy en día.
Según internet, arte es toda actividad humana que busca expresar ideas, transmitir emociones o experiencias. Vivimos en una era en la que todo parece carecer de significado, ser más sintético y perder su esencia en el sinfín de arreglos que conlleva hacer un producto “comercial”. Una de las profesiones más afectadas fue la de “cantante”.
Mora en Asunción: show sin precedentes
Repasemos. La música es arte porque busca transmitirnos algo. Entonces, ¿los cantantes son artistas? En principio, la respuesta sería sí. Pero cantar no siempre equivale a crear arte, y es que, aunque cualquiera pueda cantar gracias a los arreglos digitales, no cualquiera logra transmitir. Y ahí está la grieta: si el arte debe de transmitir algo, no todo cantante puede llamarse artista.
Al contrario, la mayoría queda reducido a lo técnico, al producto, a la voz afinada pero vacía. Entonces… ¿Cómo diferenciamos al verdadero artista del que solo ocupa un lugar más en el montón? Es una cuestión que cada uno debe responderse, pero este análisis me lleva a pensar en lo siguiente: por lo que transmite.
Jueves 14 de agosto, Jockey Club. Llegó el artista puertorriqueño Mora al Paraguay en el marco de su tour “Lo mismo de la otra vez”. Un nombre que no respeta la dinámica de lo que fue el show: algo sin precedentes. Caracterizado por su especial vínculo con la afición durante la hora y media que duró su concierto, cantó una gran variedad de temas.
“Mora apostó por transmitir”
Desde “Modelito” y “Volando Remix”, temas movidos e ideales para saltar, hasta cerrar con “Detrás de tu alma”, canción que, gracias a la emotividad con que entonó cada frase, penetró en el alma de todos los presentes. Hizo que lágrimas se deslizaran por los ojos de muchos. Tal vez porque esa canción marcaba el final del show, o quizá porque para algunos tenía un significado muy profundo. Prefiero quedarme con la primera hipótesis: la fuerza de un cierre inolvidable.
Más allá del repertorio, el puertorriqueño apeló a todos los sentidos. Hubo un show de luces alucinante, bailarines excepcionales, fuegos artificiales e incluso confeti. Pero lo más destacado fue la cercanía con su público: bajó del escenario, chocó palmas con la primera fila y dedicó canciones a personas específicas, como una pareja a la que deseó lo mejor antes de cantar una de sus piezas más románticas.
En un mundo en el que la música puede sonar sintética y prefabricada, Mora apostó por transmitir. Y esa, quizás, sea la diferencia más grande. Porque, al final, cualquiera puede cantar. Pero muy pocos logran hacer sentir.
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