Un día como hoy pero de 1956, nacía Ian Curtis, el exvocalista de la banda de pospunk inglesa Joy Division. Un día como hoy cumpliría 64 años, pero se suicidó a los 23. Tuvo una vida corta, pero muy intensa. La noche en que murió –dicen– vio una película que, al igual que su historia, no tenía un final feliz.

Poesía oscura, letras tormentosas y suicidas y música melancólica y fría. Así era el proyecto musical conformado por Ian Curtis, Bernard Sumner, Peter Hook y Stephen Morris. Joy Division legó una identidad y un estilo de rock mucho más experimental. Las canciones eran conceptualmente depresivas y esto, en parte, se debe a la epilepsia que sufría el vocalista.

Ian nunca fue bueno en la escuela, aunque siempre se destacó en las letras. Volcó su pasión hacia ellas y así llegó a la música. La evolución de Joy Division sucedía a la par que el avance de la enfermedad de Ian, quien muchas veces tenía ataques en el escenario: llegó a romper baterías y generar caos entre el público.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Leé también: “Percusión y melodías del Paraguay” se lanzó en formato digital

Su vida amorosa también fue un conflicto. De hecho, fue lo que lo llevó a colgarse del techo de la cocina de su casa. Él se había casado con Deborah Woodruffe y había tenido una única hija con ella, Natalie. Pero también, tiempo después, tuvo una aventura con la periodista belga Annik Honoré, quien fue la última que habló por teléfono con él antes de su partida.

En esa conversación Ian le decía a Annik que estaba dispuesto a divorciarse de su esposa, pero ella no sintió con seguridad esa intención. Joy Division debía salir de gira a Estados Unidos en un par de días y Curtis quería despedirse de su pequeña hija antes de emprender el recorrido. La madre de la niña, Debbie, se negó a esa petición por el estado en el que él se encontraba a causa de su enfermedad, las drogas y el alcohol.

Después de intentar hablar nuevamente con ella, pasó lo peor. Fue hasta la cocina, reprodujo una canción de uno de sus referentes, Iggy Pop, se subió a la mesa y se colgó. Un final crudo y triste para alguien que aportó mucho a la escena del rock.

Un cierre trágico como el de la película que –según cuentan– vio antes de hacer lo que hizo: “Stroszek”, sobre un cantante callejero que viaja a los Estados Unidos luego de salir de la cárcel, pero no encuentra allí la vida que esperaba.

Esa parte de la historia será un misterio, como la vida y la carrera que hubiese tenido si seguía vivo haciendo lo que mejor le salía: componer.

Te puede interesar: Día Mundial del Rock: las mujeres que le dieron voz al género

Dejanos tu comentario