Olga Dios (olgadios@gmail.com)

“La “genialidad” del apartheid fue convencer a la enorme mayoría de un país de volverse el uno contra el otro. En realidad era apart-hate (odio), no apartheid. Separás a la gente en grupos y hacés que se odien entre ellos, así los dominás”.

De nuevo, los editores en castellano la han fregado con la traducción de un titulazo: “Nacido un crimen”, es decir, Trevor Noah, nacido en Sudáfrica en 1984, en pleno apartheid, o apart-hate como sabiamente lo describe, hijo de una madre negra y un padre blanco, constituyó, desde el momento que vió la luz eso: un crimen. Su existencia violaba la ley.

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Claro que algo tan tonto como una ley que no tenía sentido no iba a parar a una mujer como su madre en hacer de su vida y la de su hijo lo que quisiese. Patricia Nombuyiselo Noah, la maravillosa madre de Trevor, es casi la protagonista principal de estas memorias de la infancia y adolescencia del comediante sudafricano. Este libro cumple tres funciones: es un testimonio histórico terrible de un momento en la historia que no se debe olvidar, contado por uno de los hombres más graciosos e irónicos de una forma que vuelve el episodio más cruento en algo hilarante, y es, finalmente, una carta de amor de un hijo a su madre.

Y que madre! Empezamos con un pequeño Trevor de 9 años que es lanzado por la misma de un auto en movimiento para salvar la vida de ambos, envolviendo en su cuerpo al hermano bebé. Sin un rasguño. Patricia, firme practicante del “amor duro”, le enseñó a su hijo no solo a defenderse, sino a mirar el mundo que había más allá de lo que los límites del apartheid permitían a una persona de raza negra. O, en el caso de un mulato como el, encima un descastado. “No había razón para creer que el apartheid acabaría alguna vez, Mandela estaba preso; pero mi madre me crió para vivir en un mundo fuera del ghetto, solo para que supiese que el ghetto NO era el mundo”.

Los domingos en que lo arrastraba no a una misa sino a tres, porque cada una le daba diferentes versiones de la fe que necesitaba: el duro, el bueno, y el que canta y baila. Es decir, la iglesia de los blancos, la mixta, y la de los negros y sus himnos y coros. Viviendo en zonas prohibidas para una mujer de su raza, sorteando el sistema y haciendo trampa a la injusticia, Patricia hace de si misma y de su hijo seres libres en sus mentes, el único lugar que importa. Las reflexiones de Trevor sobre lo que era ese mundo segregado y racista, y sus aventuras de niño y adolescente navegando sus límites, pirateando música desde internet a dial up, con su grupo de “buscavidas” del barrio, o consiguiendo una cita para el baile de graduación con la chica más hermosa del mundo, solo para llegar y darse cuenta que el no hablaba el único idioma que ella conocía. Cada anécdota es preciosa y juntas tejen esta maravillosa memoria.

“Le decimos a la gente que persiga sus sueños; pero solo podés soñar con lo que podés imaginar, y, dependiendo de donde vengas, tu imaginación puede ser bastante limitada”.

Etiquetas: #Trevor Noah

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