Un importante destaque instrumental, una versión propia de Recuerdos de Ypacaraí y una colección de bailes en el cierre. Así se vivió la segunda presentación del cantante uruguayo en Paraguay, en el marco de su gira Salvavidas de hielo.
Por: Micaela Cattáneo
Pasadas las 9:30 de la noche, la ansiedad del público hecha aplausos se reproducía cada dos minutos. El choque de palmas duraba lo que una pulsación en un adulto, lo que una lectura de cinco palabras en un ser humano y lo que un tramo de diez metros para un corredor olímpico. Y es que el corazón de cada uno de los presentes, anoche, en el Teatro Lírico del Banco Central del Paraguay, sentía la calidez de un artista que “salvavidas” con su música.
Una hora antes, el grupo telonero del show, Neine & Los perros de la Calle Luna, sumergió, sutilmente, al auditorio a una atmósfera de sonidos emotivos, en una suerte de adelanto de la sesión musical que estaba por llegar. Cuando se cumplieron los tres cuartos de hora de las nueve, la canción Doña Soledad, del cantautor uruguayo Alfredo Zitarrosa, convocó la mirada de los fanáticos hacia el escenario. El concierto estaba empezando.
Con ánimos de iluminar el segundo momento, una luz blanca tenue acompañó los compases de una de las guitarras del show, para luego, encontrar refugio en la percusión de una madera que vestía el dorso de otra guitarra. La entrada de Drexler completó el cuadro de introducción. Un beso al piso confirmó su amor por Paraguay, aún luego de once años de su última presentación en el país.
Movimiento, tema que abre su álbum más reciente, y por el que se presentó dos noches seguidas en Asunción, rompió el hielo. El “Mba’eichapa Paraguay” se escuchó en el intervalo que continuó a la primera canción. Nuevamente, la ovación del auditorio abrió camino para la interpretación de canciones como Río Abajo, Abracadabra y Trasnoceánica.
Al cierre de cada canción recitaba un “aguije” para demostrar cuán feliz se sentía por el reconocimiento y, por la incorporación de una función más, a su paso por Paraguay. “Esto lo generan ustedes”, comentó orgulloso. La próxima historia a cantar lo conectó con su Uruguay natal. 12 segundos de oscuridad reveló al teatro la esencia del Cabo Polonio, con un pequeño guiño al faro del cual habla la composición.
Frente a su micrófono, aclaró con humor que el show “carece de una homogeneidad anímica”, por lo que las estructuras lineales de canciones más festivas frente a una seguidilla de temas más melancólicos, no seguían un orden. Así, como si se tratáse de un altibajo, de un sube y baja o de los extremos de un pédulo, cantó Estalactitas, Universos Paralelos, Despedir los glaciares, Asilo y Salvavidas de hielo (nombre que recibe la gira).
Para entonar Sea, Milonga Paraguaya y Soledad buscó su propio rincón en el escenario, acto que dotó de una intimidad noble a la presentación. Su descubrir sobre la tabla no se limitó al espacio, sino a una versión más sublime de Recuerdos de Ypacaraí.
El momento de Pongamos que hablo de Martínez fue especial, para él y para quienes estaban sentados en las butacas. Una canción que cada que vez la interpreta, resulta una oportunidad para viajar a sus inicios, a su primera aventura por Madrid y a sus charlas con el que es, su gran propulsor en la música: Joaquín Sabina.
Lo que parecía ser el repertorio final, con los clásicos La trama y el desenlace y Me haces bien, se convirtió en una fiesta que, por momentos, evocó al Silencio, una canción construida – en parte - con segmentos sin ruidos. Telefonía, Bailar en la cueva y La luna de Rasquí sellaron la vuelta de Drexler y su banda al escenario, tras el pedido de “otra, otra”. Esta vez, dejando al público de pie y bailando. Pero la magia no terminaba ahí.
Luego de casi dos horas y media de concierto, el artista retornó al escenario. En esta ocasión, ubicado sobre una tarima que lo acercaba más al público. Todo se transforma uniformó las voces de los presentes en un coro inolvidable. Pero Quimera redobló la puesta y protagonizó el cierre de una noche que, ojalá, no tarde once años más en repetirse.