Los atornillados de siempre al frente de los partidos de oposi­ción se han encargado de aniqui­lar los principios como el funcio­namiento eficiente de estas instituciones y además de impugnar la confianza espan­tando votos en cada período se han conver­tido en berrincheros de baja calaña que solo ofrecen conflictos a la población, principal­mente a los jóvenes.

La frustración presionada por las ansias de poder, pero sin proyectos ni objetivos tangi­bles a favor de la gente, los llevó a la desespe­ración de aspirar a la catástrofe en el Para­guay. Los jóvenes son la presa más inmediata a la que acudieron, sin importar hipotecar el futuro ni las oportunidades de los mismos.

La urgencia es incendiar el país, porque necesitan alguna reivindicación (por nefasta que sea) que les surta de algún oxígeno para la supervivencia política. Esta es y fue la real intención detrás de la fallida convocatoria para la marcha del domingo pasado.

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Dos años de otro periodo de gobierno no ha trascendido una sola iniciativa para el bien­estar de la ciudadanía, mucho menos pro­puestas sostenibles para los jóvenes; sin embargo, quieren arrastrarlos a propiciar actos que solo buscan incidentar las tareas del Gobierno y que solo benefician sus pre­tensiones partidarias.

No ha quedado siquiera un remedo de par­tidos de oposición en el Paraguay en estos tiempos. Todos están enfocados en poner palos a los planes del actual gobierno. En la época de Mario Abdo Benítez, en cam­bio, todos estaban durmiendo, no se daban cuenta de los problemas ni de la corrupción acuciante en detrimento de los derechos de la ciudadanía.

No funcionan como partidos políticos y los cabecillas de estas organizaciones actúan de guerrilleros antes de abocarse al servi­cio que puede ejercerse a partir de un cargo público. Manifiestan odio a los colorados y a sus líderes a quienes hace añares buscan derrocar del poder.

Sin embargo, el golpe que quieren perpetrar contra el partido de Gobierno no tiene bases sólidas porque simplemente no hay argu­mentos y les termina explotando en la cara.

Mal que les pese y hay que decirlo, el único partido que funciona hoy día es el partido de gobierno. Mientras los colorados han consolidado una estructura fuerte con vocación de servicio desde la oposición se dedican a tirar piedras.

En la ANR se han ocupado de fortalecer un centro de capacitación con carreras de corta, mediana y larga duración, pero, además, de rápida salida laboral. Una academia de alto nivel con especializaciones en ciencias polí­ticas, estrategia, etc. Están constantemente fomentando la inserción al empleo sociali­zando ofertas, oportunidades y capacidades laborales.

Esa conexión con la realidad y el feedback con la gente está impulsando cada vez más iniciativas sociales. Hasta están empezando a implementar servicio de guarderías, invo­lucrándose en la resolución de problemas que vive la ciudadanía.

Pero además de ese norte bien definido basado en el vínculo con la gente, los líderes de la ANR tienen la capacidad de adminis­trar cualquier diferencia con otros partidos. Es así que sus programas no se pierden en discriminaciones y están abiertos a todas las personas, sin distinción de colores.

Mientras tanto, si uno mira hacia el otro lado de la vereda, el escenario es un com­pleto desierto de proyectos. El discurso es la queja permanente y el arreo a una juventud que necesita allanar el camino para creci­miento personal y no someterse a rencillas sin rumbo. Los jóvenes no merecen tanto desprecio a su inteligencia y a su futuro.

El llamado que reciben debe ser para el con­senso de cómo ir generando espacios en los que ellos sean los protagonistas. Por ello deben ser celosos custodios de sus fuerzas, no dejarse engañar por falsas retóricas que por afuera pintan reivindicaciones muy lejanas a las proyecciones políticas de los propulsores del caos.

Mientras haya una oposición miserable de ayudar, de trabajar en favor del pue­blo, eso sin importar el color del partido de gobierno, seguirán en la llanura perma­nente llevando a la caducidad a sus respec­tivas organizaciones. Los modelos destruc­tivos ya no funcionan, hay que proponer alternativas válidas a la gente y en este con­texto los jóvenes merecen ocupar un lugar prioritario.

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