Habiéndose dado cuenta del éxito conseguido por el Gobierno con el crecimiento sobre el crecimiento del producto interno bruto (PIB) –acontecimiento elogiado en los ámbitos inter­nacionales– ahora los eternos apologistas del pesimismo empiezan a decir con la liviandad de argumentos que los caracteriza que nues­tra economía se encuentra en desaceleración y hasta se estaría en lo que se llama una burbuja económica.

Como se sabe, la expresión burbuja está rela­cionada a la especulación por la cual el precio de un activo o producto aumenta de modo arti­ficial sin consideración a la realidad. Esto tra­ducido al tema que hoy nos ocupa implica que la economía nacional no tiene bases sólidas, lo que supone una muestra de euforia imagi­nativa que terminará en un brusco estallido social de fatales consecuencias económicas y políticas.

Semejante manera de observar la economía fuera del contexto de la realidad no proviene de la buena fe; se origina sin duda alguna en la mala fe. Es una actitud deshonesta con la intención de perjudicar, y eso que saben que en Paraguay llegan capitales como nunca antes y desconsideran los esfuerzos por controlar el déficit fiscal y manteniendo la estabilidad monetaria, todo ello documentado en infor­mes de agencias internacionales.

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La burbuja a la que hacen referencia, además de no encontrarse cimentada en la verdad de los hechos, es un agravio a nuestros compa­triotas y extranjeros que trabajan, invierten y crean empleos procurando mejorar sus con­diciones de vida. En vez de hacer críticas cons­tructivas, desacreditan todo lo que se hace al punto que la información que emiten en lugar de ser veraz es mendaz e hipócrita. Son los apo­logistas de las desdichas y del pesimismo. El agravio de la permanente mentira es su fuente de inspiración. Los hacedores de este tipo de apología, y como es usual que suceda, no están dispuestos a mirar los datos sino a seguir con el relato. Afectan de ese modo las conductas de las personas y empresas para descargar sus resentimientos y envidias como una estocada sobre las expectativas racionales de la gente, que en su mayoría se viene formando sobre la base del optimismo, tal como se puede notar en sectores de la economía que muestran impor­tantes cambios hacia el crecimiento.

Hacer uso de la comunicación para hablar de una burbuja económica en nuestro país afecta el horizonte de esperanza que tienen las per­sonas sobre sí mismas y sus familias. Desacre­dita al periodismo y a los opositores que nada proponen de sensato y razonable. Dicho de otro modo, se influye adrede y sin fundamento sobre las expectativas racionales de las perso­nas y empresas tal como se lo conoce en la eco­nomía, prefiriendo la inquina y el desaliento.

Para profundizar sobre el tema dada su impor­tancia, hacemos mención a Robert Lucas, nobel de Economía en el año 1995, quien si bien no fue el que inventó o descubrió la teoría de la expectativa racional, fue el que le otorgó suma importancia y la amplió, motivo por el cual sus aportes transformaron el campo de la macro­economía y la comprensión de la política eco­nómica, siendo muy utilizados para estudiar acerca de cómo los individuos van decidiendo con acuerdo a la información y experiencia que disponen.

En un contexto de certidumbre en la econo­mía, las personas logran la suficiente infor­mación sobre lo que puede ocurrir en el futuro propiciándose de esa manera un ambiente de crecimiento. Pero, cuando la economía emite señales inciertas a través de la política mone­taria y fiscal, entonces, ocurren errores en las decisiones del sector privado que impactan sobre el ahorro, la inversión y el empleo.

Este es el motivo por el cual la teoría del pro­fesor Lucas considera como de alta impor­tancia los efectos a largo plazo en la econo­mía, contrario a la escuela keynesiana, que cree en la eficiencia de las medidas de corto plazo.

Aquí en nuestro país, los propiciadores de una burbuja en la economía (insistimos que ello significa algo artificial que luego esta­llará) están enceguecidos por la discordia y el pesimismo. Para ellos, el crecimiento de nuestra economía, la política monetaria, fiscal y financiera, halagados por propios y extraños, son una burbuja a estallar.

Nadie en su sano juicio dirá que todo está hecho en nuestro país y menos así lo entiende el propio presidente Peña. Él sabe y lo escucha­mos decir que no está del todo satisfecho y que su deber como primer mandatario es insistir en las transformaciones para bien de la pobla­ción. Y el crecimiento sobre crecimiento del PIB que nuevamente se dará este 2025 (muy probablemente el más alto en la región) es una muestra incontrastable de ello, pese a los apo­logistas de la discordia y del pesimismo.

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