El gobierno del presidente San­tiago Peña viene dando una efec­tiva batalla contra la pobreza mediante gastos sociales desde la educación y la salud, como lo constitu­yen, y solo para ejemplificar, el programa Hambre Cero de Seguridad Alimentaria y Nutrición para los Niños con cobertura del 100 por ciento hasta el noveno grado, así como la pensión universal para los adultos mayores.De igual modo podríamos citar como una manera de reducir la pobreza el otorga­miento de títulos de propiedad a las fami­lias del campo que este gobierno realiza como nunca antes se registró en la histo­ria del país.

El hecho cierto de contar con un título de propiedad otorga al propietario un incen­tivo que antes no tenía. Desde ahora y además de ser sujetos de crédito, nuestros compatriotas son respetados en su dig­nidad como personas promoviéndose al mismo tiempo la producción en las fincas tituladas y debidamente registradas.

El financiamiento de los llamados gastos sociales, en ese sentido, requiere como imperativo categórico del crecimiento de la economía tal como está ocurriendo en nuestro país. Los planes de ayuda a la gente solo en el primer semestre del presente año llegan a más de 17 billones de nuestra moneda. Sin embargo, todas estas políticas sociales no se llevan a cabo con medidas populistas que desconside­ran las fuentes genuinas de ingreso. Al populismo no le interesan las finanzas sanas ni la sostenibilidad fiscal y menos aun la estabilidad monetaria.

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El populismo es lo contrario al orden macroeconómico del que goza hoy nues­tro país. A este verdadero mal propio de gobernantes irresponsables solo le inte­resa prometer dinero desconociendo el origen de las partidas presupuestarias. De ahí que el populismo al comienzo podrá caerle bien a mucha gente, pero en el mediano plazo sus efectos son devas­tadores para todos. A los que recibieron la “ayuda” finalmente son los que más sufren luego de tanta dependencia.

La ausencia en la correspondencia entre ingresos y gastos conlleva inexorable­mente al aumento indiscriminado del déficit fiscal, y como luego ya no hay forma de financiar el gasto despilfarra­dor, pronto se apela a medidas nueva­mente populistas como el financiamiento espurio mediante emisión de dinero junto con el arbitrario y displicente incre­mento de la deuda. El resultado: más pobreza, menos empleos, exactamente lo contrario de lo que en su momento se pro­metió a la población.

En el sentido expuesto, es relevante en Paraguay dar cuenta de que el logro del orden fiscal y monetario le permite al Gobierno insistir en el gasto social en favor de las familias más pobres porque se cuenta con una base sólida de ingresos tributarios con un agregado a expresar. El dinero que en este momento ingresa a la administración estatal en concepto de impuestos se está disponiendo en menor cantidad para el pago de los gas­tos corrientes. Esto significa un aumento en la eficiencia y en la calidad del gasto público, dado que precisamente permite disponer de más dinero para aquel gasto social para ayudar a la gente más vulnera­ble sin tener que descuidar el orden fiscal y monetario.

Lo expresado es elogiado en otros países como un gran logro y todavía más cuando todo ello se realiza sin tener que subir los impuestos o crear nuevos, y es exactamente lo que ocurre en nuestro país. Lamentable­mente algunos y en especial los que ape­lan a la injuria permanente no hacen notar esta práctica, porque si lo hicieran estarían quedándose sin decir nada como de hecho sucede sin argumentos serios.

El aumento de los gastos sociales y la reducción de la pobreza tal como se está dando actualmente en nuestro país fuera de toda duda razonable provienen de una política económica sensata que está lejos de apelar al mal del populismo.

Si el Gobierno hubiera corrido su gestión hacia el populismo, hace rato que el défi­cit fiscal hubiera aumentado y hoy se ha reducido; la inflación estaría por encima de un dígito y también viene bajando y tampoco el riesgo país está ahuyentando las inversiones, sino más bien van lle­gando por la confianza y la certidumbre ofrecidas al capital.

Hay mucho por hacer aún y lo dijo el mismo primer mandatario. “Estamos avanzando y no estamos del todo satis­fechos”, y tiene razón el presidente Peña y más aún porque al aumentarse los gas­tos sociales y reduciéndose la pobreza se han dejado de lado los cantos de sirena del mentiroso populismo que seduce a muchos gobernantes.

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