La libertad de prensa y expresión es parte de la sociedad libre opuesta a los grupos de poder cuyo objetivo es conculcar los derechos de los demás y alzarse con privilegios. En ese sentido, la expresión “prensa amarilla” permite analizar el desvarío al que han caído algunos medios colegas.

Esa forma de comunicación con titula­res llamativos y escandalosos para tra­tar de llamar la atención e influenciar sobre el público sin mediar medios con tal de lograr los fines, termina por des­truir la misma prensa libre. Si los “due­ños” de la verdad se creen los únicos en quienes el público debe confiar por­que no hay otros y de lo contrario ven­drán los ataques, esto no hace más que concentrar el poder en unos pocos y de ese modo surgen los privilegios para el mantenimiento del status quo.

A esta forma de ejercer el periodismo, ensuciando a todo aquel que no está de acuerdo con lo que ese grupo sos­tiene, hace que los propietarios de esos medios se regodeen de bufones, exacta­mente lo contrario de lo que debe pre­dicarse desde la libertad de prensa y expresión.

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Sabiendo que está mal lo que hacen, siguen con el sesgado modo de presen­tar las noticias y opinión puesto que –y aquí la razón– ven amenazados sus intereses que por el transcurso del tiempo los llevó a posicionarse con ven­tajas sobre otros.

Ese tipo de prensa no desea que el público se informe ni se analicen los hechos como son. Prefiere que los hechos se adecuen a sus intereses. Nadie más que ellos tienen la verdad y nadie más que ellos tienen la suficiente solvencia y, peor aún, si la administra­ción de Justicia les afecta sus intereses, enseguida salen a decir que se está ante un ataque a la prensa.

Sin embargo, en estos últimos años la gente se fue dando cuenta de que aque­llos supuestos impolutos había sido no son tales como se ufanan, ni tan inde­pendientes ni tenían “fe en la patria”. El velo de protección que escondían sus rostros ahora se les cae por el suelo. Solo los incautos les cree.

Esa prensa que ya no responde a los postulados de buscar la verdad es inca­paz de al menos dedicar unas líneas sobre los cambios que se van dando en la sociedad para bien de la pobla­ción. Se apela a los titulares catástrofes junto con la mentira que raya en difa­mación.

Tampoco les interesa, por lo visto, código de ética alguno en la noble pro­fesión que ejercemos. Ellos se con­sideran a sí mismos como los únicos moralmente intachables donde nadie más que ellos son jueces y parte, a menos que los demás les rindan pleite­sía, situación en la cual el Paraguay no está dispuesto nuevamente a sucumbir luego de años de tiranías.

Todo lo expresado más arriba guarda relación con lo que hace poco el presi­dente Santiago Pena, de manera respe­tuosa y firme, dijo no estar dispuesto a ceder a los sectores de poder.

El futuro de nuestra democracia, finalmente, estará en riesgo de des­truirse muy pronto si se abdica ante la extorsión de grupos poderosos y no se defiende en los hechos la libertad de prensa y expresión establecida en nuestra Constitución.

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