No es precisamente la coherencia una de las virtudes más resaltantes de nuestra clase política. De todos los partidos. Los movimientos zigzagueantes, en la mayoría de los casos, no responden a divergencias programáticas o ideológicas, mucho menos a fundamentos filosóficos o éticos, sino, simple y llanamente al interés particular de quienes pretenden preservar sus espurios privilegios o, bien, adquirirlos a cualquier costo. Ninguno, o muy pocos, se ha preocupado por el bienestar colectivo o por una mejor calidad de vida para miles de familias que luchan a diario por abandonar la línea de la pobreza o de la pobreza extrema. Solo están en la política para medrar a costa del erario público.

Son los presupuestívoros de siempre, incapaces de construir una personalidad asentada en la excelencia intelectual y la integridad moral, ni de justificar su patrimonio mediante el trabajo honesto e ingresos legales. Están ahí para el chantaje y la extorsión, cuando ocupan cargos de representación. A lo largo de la transición democrática ese fue el típico modus operandi de estas sanguijuelas del Estado. Garrapatas que desangran recursos que deberían destinarse a los sectores más carenciados de nuestra sociedad. Son los responsables de la situación de atraso y postergación que aún sufren los que menos tienen. Han poblado de parásitos las oficinas públicas. Una carga onerosa que el pueblo debe soportar sobre sus espaldas. Sin ninguna productividad para nadie, salvo para ellos mismos.

En el periodo democrático el único que les puso freno fue el entonces presidente de la República Horacio Cartes. Lo que le generó la crítica y antipatía de aquellos que se acostumbraron a utilizar la política como trampolín para el ascenso económico y, a veces, social. Decimos “a veces” en relación con este último porque en algunos clubes tradicionales de la sociedad asuncena se les denegó el acceso por su pasado turbio, a pesar de contar con los recursos para abonar sus elevadas cuotas. Ese rechazo les provocó –y aún les provoca– resentimientos que vuelcan en discursos llenos de odio y frustraciones, de acuerdo con las circunstancias. Porque, una vez cerca del calor del poder, nuevamente se vuelven empalagosos panegiristas de las autoridades de turno. Y para que ello ocurra no conocen otra vía que contaminar el río para ganancia de unos pocos.

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Los autodenominados “políticos profesionales” –que, en realidad, son profesionales del saqueo al Estado– denostaron durante el quinquenio 2013-2018 contra el gabinete del Poder Ejecutivo, a cuyos integrantes trataron de descalificarlos como “gerentes” de Cartes. Sin embargo, los resultados están a la vista en cuanto a crecimiento económico, desarrollo humano, disminución de los índices de pobreza y dos hechos que alguna vez tendrán que ser evaluados en su justa dimensión: los concursos para ingresar a la administración pública y la Ley del Acceso Ciudadano a la Información Pública y de Trasparencia Gubernamental. Ante la contundencia de los números solo quedan la denostación airada y la infamia miserable. Y aunque estos mismos enemigos anunciaron el fin de la carrera política del expresidente de la República al final de su mandato, recomendándole que vuelva al campo deportivo que “nunca debió abandonar” (donde el brillo de sus éxitos es innegable), consiguió mantener un movimiento interno en la Asociación Nacional Republicana fuera del poder que conceden los cargos públicos.

Y a pesar de una persecución atroz de parte del mandatario que asumió en el 2018, Mario Abdo Benítez, y sus voceros más abyectos y ordinarios, en alianza con dos grandes corporaciones mediáticas, las de Natalia Zuccolillo y Antonio J. Vierci, no solo sorteó la tormenta con pulso firme, sino que, cinco años después, su movimiento (Honor Colorado) ganó las elecciones internas del 18 de diciembre de 2022 y las generales, ya como ANR, del 30 de abril de 2023, convirtiéndose Santiago Peña en presidente de la República. Es el mismo candidato que cinco años atrás había perdido las internas del Partido Colorado justamente ante Abdo Benítez. Se rompía así viejas creencias, sustentadas, incluso, por algunos profesionales de las ciencias políticas de que el “colorado no apuesta dos veces por un caballo perdedor”.

Al día siguiente del contundente triunfo del actual mandatario, bien identificados referentes colorados ya sugerían la posibilidad del “peñismo” dentro de la Asociación Nacional Republicana. Y para reforzar sus hipótesis alegaban que Cartes ya era un político desgastado y sin el peso de años atrás. Y es ahí donde volvieron a equivocarse, porque las negociaciones para que algunos legisladores electos por partidos de la oposición pasaran a formar parte de la bancada republicana fueron gestiones de los líderes parlamentarios de Honor Colorado.

Ahora, nuevamente, las cadenas mediáticas con militancia política creen interpretar que dentro del Congreso de la Nación se están aglutinando los elementos dispersos del anticartismo –hay que decirlo con todas las letras– para intentar poner una cuña entre Peña y el titular de la Junta de Gobierno del Partido Colorado. Lo éticamente recomendable es que se reagrupen, pero para acompañar y propiciar proyectos de leyes que beneficien al país y a los sectores más vulnerables y humildes. Y no mirando las internas que se avecinan para sacar provecho y financiar campañas propias y de sus seguidores. Alguna vez deberían poner freno a sus angurrias y codicias. Porque, más temprano que tarde, terminarán sepultados por el peso de los votos y el desprecio ciudadano.

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