Después de un inmoral concubinato, en que el medio de comunicación vivía amancebado con el dictador Alfredo Stroessner, de repente, a finales de los 70 e inicios de los 80, hasta su clausura en 1984, el diario Abc Color adquirió notoriedad mediante la presencia de periodistas que fueron moldeando su carácter y su conciencia en la fragua cotidiana de esta profesión maravillosa y emancipadora.

No decimos que en aquella primera cuan deplorable etapa no haya contado con la colaboración de hombres intelectualmente admirables y moralmente íntegros. Uno de ellos fue su primer jefe de redacción, Humberto Pérez Cáceres, de intachable conducta, quien no duró mucho en el cargo, porque renunció apenas se dio cuenta hacia dónde iba tirando la línea editorial. Cubre ese espacio Roberto Thompson Molinas, de igual temperamento y convicciones. Un chiste sobre militares, en la columna que le sobrevive “Lucero del Alba”, le cuesta su primer apresamiento en noviembre de 1968. Es nuevamente detenido entre diciembre de 1974 y marzo de 1975, fecha en que decide abandonar la redacción del diario. Luego, se marcha al exilio. Son episodios de los que hoy se aprovechan para tratar de presentar una imagen distorsionada de lo que realmente fue aquel periodo de entreguismo y adulación abyecta. Y lo explicamos a continuación.

Nada de estos acontecimientos conmovió al director fundador de Abc Color, el señor Aldo Zuccolillo, ya fallecido. Al conmemorarse el décimo aniversario de la edición número 1, el 8 de agosto de 1977 reproduce su primer editorial con un agregado final deplorable: “En homenaje a la verdad, debemos manifestar que nos ha sido fácil seguir nuestra línea, porque no hemos recibido del Gobierno ningún tipo de presión fuera de aquella tratada de ejercer por funcionarios subalternos cada vez que nuestro diario publicaba algo que los exponía a la opinión pública”. Deplorable actitud, reiteramos, porque ningún subalterno tomaba decisiones sin la expresa autorización del dictador, para quien la “orden superior” estaba por encima de la Constitución Nacional y las leyes. Después vino la que podríamos llamar la camada de la transición, liderada por Luis Alberto Mauro e integrada por el cáustico Héctor Rodríguez (+), Alcibiades González Delvalle, Carloncho Rodríguez, Eduardo “El Puma” Báez Balbuena, Pepa Kostianovsky, Rubén Céspedes y Jesús Ruiz Nestosa, entre otros. Podríamos decir que fue la edad de oro del mencionado diario.

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En el extremo inferior, de los diarios sobrevivientes de aquella época, está Última Hora, cuya etapa inicial fue timoneada por uno de los más grandes maestros del ingenio sarcástico y el humor ácido, don Isaac Kostianovsky. El diario se asentó definitivamente, ya bajo la dirección de Demetrio Rojas, con Fernando Cazenave en la jefatura de redacción, tomando la posta que había dejado Pedro Justino Macchi, cuyo titular “La nafta más cara del mundo” derivó en los treinta días de suspensión del mencionado medio. Y, luego, estaba la mirada creativa y siempre vigilante de Fiorello Botti. Un joven Andrés Colmán Gutiérrez se iniciaba en el arte de la investigación, mientras la línea editorial era meticulosamente escrutada por Reinaldo Montefilpo Carvallo y Juan Andrés Cardozo. Víctor Miguel Benítez se encargaba de tirar salmueras a las heridas que ocasionaba con su filosa pluma, contrastando con el estilo sobrio, pero igualmente cortante, de José María Costa.

Lamentablemente, al parecer, es muy difícil sostener la calidad y la credibilidad de un medio. La decadencia es inevitable cuando escasea el talento y abunda el espectáculo. Aquellos hombres y mujeres sin jactancia, que hacían fácil lo complicado, y lo hacían con la calidad y humildad de los auténticos maestros, han sido reemplazados por un exacerbado egocentrismo y un periodismo degradado al nivel de pasquín, en su acepción de “mala calidad, sensacionalista y calumnioso”. Prensa amarrilla y berreta. Una que, sin las exigidas evidencias, inflan los titulares a grados catastróficos. Sin investigaciones serias que aporten las pruebas incontrastables se echa mano al panfleto y a una supuesta credibilidad (que solo existe en la distorsionada mente de sus autoproclamados), para desparramar infundios con la ilusión de que desembarquen como verdades en los receptores. Los criterios de honestidad intelectual y las exigencias de la veracidad se redujeron al conventilleo ramplón y tosco. El intento de sarcasmo se transforma en una mueca grotesca y de mal gusto, que empeora por la saña y crueldad con que tratan a sus enemigos políticos, sin importar la edad ni la honra de sus víctimas.

En las últimas semanas desplegaron un operativo de maldad que no asombra, pero que repugna, en contra de dos jóvenes a quienes denigraron sin contemplaciones, tratando de borrarlos de los días futuros, sometiéndolos a un sistemático bullying (acoso) público y a un escarnio con propósitos intimidantes. Uno de ellos es Alejandro Ovelar Ayala, hijo del senador Silvio “Beto” Ovelar, a quien hostigaron de manera despreciable durante su campaña por la presidencia del Centro de Estudiantes de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Asunción (UNA). Y la otra es la exdirigente juvenil del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA), Jacqueline Sachelaridi, quien optó por afiliarse a la Asociación Nacional Republicana (ANR) y contra quien artillaron una maniobra de humillación en la que trataron de arrastrar hasta a sus familiares. Es lo que podríamos calificar como el rostro más miserable y pestilente del periodismo.

Y, por último, el amarillismo se hizo carne en las dos corporaciones mediáticas que perdieron (aparte de las elecciones) la altura de los tiempos idos, cuando durante la última visita del presidente de la República, Santiago Peña, a Buenos Aires, descalificaron a los medios colegas y programas argentinos a los que fue invitado. Los degollados sangrando por heridas ajenas. Y coronaron la bajeza de su estilo y de su línea cuando la opinión del mandatario sobre carnes y asaderos quisieron convertir en una causa nacional. El berretismo había sido coronado con éxito, para desgracia de la prensa seria, honesta y de calidad.

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