“Alfonsín golpeó primero”, decían las crónicas de aquel octubre de 1983, cuando miles y miles de argentinos se agolparon en la avenida 9 de Julio, frente al histórico Obelisco bonaerense, para ser testigos de uno de los dis­cursos más emblemáticos (por emotividad y con­tundencia) de la oratoria política. Horas después, el peronismo redobla la apuesta y, en ese mismo lugar, se aglomeran entre 800.000 y 1.200.000 personas para acompañar a su candidato presi­dencial, Ítalo Argentino Lúder, quien más bien parecía un representante de la aristocracia radi­cal por su decencia y formación. Pero en aque­lla noche de contrastes, el más ovacionado fue el postulante al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires Herminio Iglesias, un histórico militante del Partido Justicialista, detenido, torturado y exiliado durante la dictadura mili­tar, quien no tenía ningún problema en solucio­nar a balazos los problemas con sus compañe­ros del mismo partido. Hirió y fue herido. Eran los tiempos de la barbarie. Pero el retorno de la democracia no lo encontró redimido. Así que, mientras Lúder seguía hablando, en pleno esce­nario y ante millones de televidentes, quemó una corona colgada de un ataúd que tenía la inscripción UCR (Unión Cívica Radical). La sociedad asistió estupefacta al resurgimiento de lo que allá conocían como los exponentes del “gorilismo”. Analistas de todas las extraccio­nes consideraron que en ese hecho de grotesca expresión estribó la victoria de Raúl Alfonsín.

Al lado de Herminio Iglesias, conocido por su célebre frase “conmigo o sinmigo”, se encontra­ban otros integrantes de la “pesada”: Lorenzo Miguel y Norberto Imbelloni. La ausencia del general Juan Domingo Perón, primero por el exi­lio y luego por su desaparición física, cultivó el virus de la anarquía dentro del Partido Justicia­lista. En las previas a las elecciones de 1983, el candidato de la UCR había sido víctima de infa­mias, calumnias e injurias, al punto que su pro­pia madre salió a perdonar públicamente a quien había tratado de “hijo de puta” a Alfonsín. En los últimos años el peronismo ha retrocedido ante los lemas o emblemas proselitistas: Frente para la Victoria, de Néstor y Cristina Kirchner, o la Nueva Alternativa, de Sergio Massa, hoy al frente de Unión por la Patria para las elecciones gene­rales del próximo 22 de octubre. Massa, debe­mos decirlo, de alguna manera reivindica las raí­ces históricas del peronismo. Sin embargo, debe convivir con un mosaico de diversas orientacio­nes ideológicas: populistas, socialistas y marxis­tas. Y algunas resacas del “gorilismo” peronista. Ya lo veremos. Sergio Massa quedó tercero en las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO) del pasado 13 de agosto, detrás del extra­vagante líder de Libertad Avanza, Javier Milei, y la candidata del macrismo, Patricia Bullrich.

Massa es actualmente ministro de Economía de Argentina. Y después de un periplo por Washin­gton, donde se reunió con exponentes del Fondo Monetario Internacional, el Bando Interameri­cano de Desarrollo y el Banco Mundial, buscando una salida a la crítica situación por la cual atra­viesa actualmente el pueblo argentino, en su viaje de regreso hizo una escala en Asunción, donde mantuvo cordiales encuentros con el presidente de la República, Santiago Peña, y el ministro de Relaciones Exteriores, Rubén Ramírez, durante los cuales, en primera instancia, se habría acor­dado suspender provisoriamente por sesenta días el cobro del peaje en la hidrovía Paraguay-Paraná y el pago inmediato de la deuda atrasada que tiene Argentina con nuestro país por la cesión y venta de energía de Yacyretá. Así, al menos, informó la Cancillería paraguaya. Horas después, el minis­tro de Transporte del vecino país, Diego Giuliano, desmintió la información y dirigiéndose directa­mente al presidente paraguayo, por la vía infor­mal y atrevida de las redes sociales, apuntó: “No tenemos problemas en avanzar en la discusión de las tarifas de la hidrovía según los servicios y obras realizadas, pero también debemos avanzar para que se pague la deuda de Yacyretá que Argen­tina reclama hace años”. Una propuesta de arreglo duerme en el Congreso de la Nación de dicho país.

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En el currículum de Giuliano aparecen varios cargos provinciales, por lo que, evidentemente, a pesar de su nueva función, desconoce las rela­ciones entre Estados. Su actitud prepotente, desubicada y de compadrito de barrio para diri­girse a un jefe de Estado extranjero contradice y mancilla brutalmente sus pomposos títulos de abogado constitucionalista, escritor y pro­fesor universitario. Y su posgrado en Ciencia Política de la Universidad de Salamanca viene a confirmarnos la conocida sentencia de que “lo que natura non da, Salamanca non presta”. De lo contrario, debería saber que los conflic­tos o desavenencias entre países los discuten y resuelven directamente los jefes de Estado o sus representantes internacionales: los ministros de Relaciones Exteriores. En este funcionario argentino, así lo evidencian sus declaraciones, primó su actitud ignorante y soberbia de creerse superior al pueblo y las autoridades paraguayas. Y olvidó que somos libres e iguales en dignidad y derechos. Lo que nos retrotrae a los tiempos que describimos al inicio, el “gorilismo” polí­tico, que tanto daño hizo a la democracia y las instituciones partidarias. Una pena por los gra­tos recuerdos que tiene la gente mayor de Juan Domingo Perón y Evita. Y que, al Paraguay, lle­gado el momento histórico, le correspondió dar refugio al expresidente argentino, salvándolo incluso de una muerte segura. Pero Giuliano prefiere asumir poses de virrey rioplatense y volver a cobrar peaje en el “resucitado” Puerto Preciso de Santa Fe. Este petimetre del imperia­lismo criollo nunca entendió las expresiones de Perón: “Unidos o dominados”.

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