De vez en cuando solemos insistir sobre un mismo tema a razón de la taimada persistencia de algunos dirigentes y parlamentarios de varias extracciones partidarias y bien identificados medios de comunicación que no cejan en su ambición de manipular la voluntad ciudadana, para así cumplir sus delirios de propietarios de la opinión pública.

Sin embargo, quedaron frustradas sus expectativas con la campaña que tenía el único propósito de proscribir al Partido Colorado y de exiliar políticamente a sus afiliados con un lema que aspiraba a ser incendiario y demoledor: “ANR nunca más”, es decir, desalojar para siempre a la Asociación Nacional Republicana del poder. Una oleada de repulsa ciudadana sería suficiente para disminuir anímicamente a los colorados, mantenerlos encerrados en sus casas y seccionales, y agobiados por el rechazo popular, perderían fuerzas en el momento de presentarse en los comicios internos y nacionales. Pero ocurrió totalmente al revés. La realidad puede ser criticada, pero no refutada.

Eso sí, y ocurre de manera sistemática, procuran distorsionarla, alterar su sentido, disfrazarla con el ropaje de sus intereses y describirla según sus particulares puntos de vista.Los partidarios de la organización política fundada por los viejos veteranos de la Guerra Grande, liderados por el general Bernardino Caballero, tocados en su amor propio, salieron con una energía inusitada a defender sus símbolos, su historia y tradiciones. Y, por otro lado, la prédica de destrucción y odio no tuvo el efecto deseado por sus promotores y propaladores.

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En consecuencia, los condenados por la amarga tinta y el discurso agresivo y soez ganaron la mayor cantidad de intendencias municipales de los últimos años, incluyendo Asunción. No obstante, el paso arrollador de los republicanos no fue noticia. Ni que los habitantes de la capital del Paraguay se definieran por el candidato colorado. No, el gran destaque es que triunfaron los opositores en Encarnación y Ciudad del Este. Lo que podría subrayarse simbólicamente es que en la primera ciudad nació el dictador Alfredo Stroessner y la segunda llevaba su nombre hasta el golpe del 2 y 3 de febrero de 1989. Un apunte al margen para quienes siguen suspirando, nostálgicos, por el déspota y su criminal gobierno.

No es nueva, sin embargo, la pretensión de desterrar definitivamente al Partido Colorado del escenario nacional, pero no, precisamente por las vías democráticas, esto es: a través del veredicto de las urnas. Lo querían hacer, y siguen queriendo, por el mecanismo del abandono, el descarte y la exclusión. Fue después de la victoria del exobispo de San Pedro, Fernando Lugo (lo que, obviamente, significó la caída de la ANR) que las cadenas mediáticas que tienen como referentes a los diarios Abc Color y Última Hora, celebraron el masivo despido de miles de funcionarios de la Administración Pública por el solo hecho de ser colorados. Algunos con estabilidad laboral y hasta mujeres en condiciones de embarazo.

Los que más se ensañaron con estos trabajadores del Estado fueron Efraín Alegre, en el Ministerio de Obras Públicas y Comunicaciones; Blas Llano, en el entonces Ministerio de Justicia y Trabajo, y Carlos Mateo Balmelli, en la Itaipú Binacional (de un saque tiró a las calles a 270 empleados, aunque la mayoría volvió mediante instancias judiciales, evidenciando la arbitrariedad de la medida). Casualmente, los tres políticos pertenecen a los registros del Partido Liberal Radical Auténtico (PLRA). Para avalar estos despropósitos, las mencionadas empresas periodísticas le dieron un sentido despectivo al dirigente de base colorado. Buscaron plantar la idea de que “seccionalero” es un concepto peyorativo. Su impacto no pasó de Cuatro Mojones o Calle Última. Y la realidad que –ya dijimos– no puede ser refutada les devolvió el mensaje de que la operación había sido humillada por la soberanía popular cinco años después, cuando Horacio Cartes rescata al Partido Colorado de la llanura y supera, por primera vez en la era democrática, el millón de votos.

Desbaratada por la mayoría, un elemental principio democrático, ese primer intento de denigrar a todos los colorados sin excepciones –salvo aquellos que hablan el idioma que estos medios quieren escuchar– pasó a un segundo plano: “hurreros”. Descifrado en lenguaje coloquial, los dirigentes de la Asociación Nacional Republicana solo saben hacer hurras a su líder de turno, aunque miserablemente adjudicaron esa connotación despreciativa exclusivamente a los cartistas. No lograron dividir al pueblo colorado, a pesar de los ingentes esfuerzos del mandatario Mario Abdo Benítez por descalificar al candidato del partido, Santiago Peña. Pero volvieron a fallar y, esta vez, más estrepitosamente. Tanto en las elecciones internas de diciembre de 2022, como en las generales de este año. El presidente electo eleva a un récord histórico de 461.000 votos la diferencia entre el ganador y el proyecto que quedó en segundo lugar.

Mordiendo su despecho como poción que envenena al alma, afanosamente insisten en instalar que los diputados y senadores que están a favor de las propuestas de sus pares colorados integrantes de la bancada de Honor Colorado son “satélites” del cartismo. Se olvidaron de aquellos dirigentes, congresistas y partidos políticos, como el Democrático Progresista (PDP), que orbitaron alrededor del gobierno de Mario Abdo Benítez con un apoyo incondicional, que hasta fueron ciegos para los más grandes hechos de corrupción de las últimas décadas. Y ahora, a través de las cadenas de Natalia Zuccolillo y Antonio J. Vierci, tienen esquizofrenias de planeta. Pero acabaron como aquella conocida expresión: el pueblo los midió, los pesó y los desechó. Lo bueno es que siempre habrá medios que ofrecerán la otra versión. El público aprendió a extraer y formular sus propias conclusiones. Por eso Santiago Peña asumirá la presidencia de la República este 15 de agosto. Como nunca antes, la voluntad popular derrotó al interés sectario y mezquino de los políticos y medios de prensa “satélites” del saliente y corrupto gobierno de Marito y su gente.

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