Aunque el pueblo paraguayo envió un mensaje sin atenuantes a quienes pretendieron instalar nuevamente el discurso de la segregación política y social en nuestro medio como estrategia proselitista en las dos últimas elecciones realizadas en un periodo de cuatro meses, las internas del 18 diciembre de 2022 y las generales del 30 de abril pasado, los propaladores del discurso del odio –una expresión ya registrada por la sociedad– continúan rumiando sin respiro sus impotencias y frustraciones, situación que viene a ratificar que su inveterada inclinación a la malicia y la infamia es una actitud permanente y no sujeta a la agitación pasional provocada por las coyunturas.

Esa interpretación siniestra de los acontecimientos es la primera piel de un sector de la oposición que está reñida con su propia imagen y resentida de su historia de fracasos. Y es, también, la primera plana de los periódicos que componen las dos cadenas mediáticas lideradas por la familia Zuccolillo y el clan Vierci. Como aliados incondicionales del presidente de la República, Mario Abdo Benítez, cuyo mandato vence a la medianoche del 14 de agosto próximo, se entregaron por completo a favor de los candidatos del oficialismo en los comicios de la Asociación Nacional Republicana.

En contra del movimiento adversario, Honor Colorado, agotaron todos los adjetivos para la impugnación y la injuria. Estas recordaciones, aunque, a veces, tediosas, son necesarias para no olvidar el presente construido sobre un pasado de resentimientos y agravios. La verdad fue y sigue siendo sacrificada en el altar de los espurios intereses de los propietarios de dichas corporaciones con ambiciones hegemónicas.Los arrebatos histéricos de estos medios han fracasado rotundamente. Ya lo explicamos en reiteradas oportunidades. Aunque el descrédito ha erosionado irremediablemente sus cimientos, no cejan en su desesperada pretensión de destruir a todos aquellos políticos ligados al presidente de la Junta de Gobierno del Partido Colorado, Horacio Cartes y, obviamente, al propio Cartes.

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Como fallaron en su proyecto de decapitación para debilitar al cuerpo, ahora apuntan al cuerpo para tratar de asfixiar a la cabeza. Esa campaña se percibió con claridad de evidencia en la elección del nuevo titular del Congreso de la Nación que se instaló el viernes 30 de junio. A pesar del esfuerzo por dividir a la sociedad entre cartistas y anticartistas, arrojando el alquitrán de los vicios exclusivamente hacia un sector y cantando loas de virtudes para quienes son funcionales a sus caprichos autoritarios, nuevamente se golpearon contra una realidad que ya no permite ser manoseada y amoldada al antojo de una minoría que asume la exclusividad de la ética, el patrimonio de la inteligencia y el monopolio de la honestidad. Al menos así parecen autopercibirse, ignorando la mirada con que la ciudadanía les escrudiña en su andar y en su decir. Se atrincheraron en el limbo de sus fantasías oníricas. En sus sistemáticos perjurios y escandalosas contradicciones.

El diario Abc color, hay que decirlo, calificó a la anterior Cámara de Senadores como “el bastión del anticartismo”. Hace exactamente un año celebraba, junto a sus medios satélites y políticos afines, que el actual vicepresidente electo, Pedro Alliana, perdiera la presidencia de la Cámara de Senadores, con votos de legisladores marioabdistas. También hay que decirlo. Era, según este medio, el principio de la catástrofe para el movimiento Honor Colorado. Anunciaba anticipadamente el fin del cartismo, en un frenético onanismo mental a doble mano. En esa concepción maniqueísta, clasificación tan arbitraria como perversa, los que votaban en contra de esa representación interna republicana tenían el rótulo de honestos y decentes. Y, contrariamente, los que apoyaban a sus candidatos, la implacable condena de vendidos, sobornados o traidores.

Ayer, los medios declaradamente “anticartistas” amanecieron gravemente heridos en su orgullo. Volvió a sonar para ellos el clarinete del sonoro fracaso. Quienes, siendo de otros partidos políticos, decidieron acompañar las candidaturas del diputado Raúl Latorre y el senador Silvio Ovelar para las presidencias de las cámaras de Diputados y de Senadores, respectivamente, fueron catalogados como “opositores” entre comillas. Cuando se desprecia el equilibrio de la razón y el buen juicio, solo queda el camino de la descalificación. Más que “copamiento” de los poderes del Estado, primó la necesidad de concederle gobernabilidad al presidente electo, Santiago Peña, en este primer año de su mandato. Lo que para esa minoría inescrupulosa, que se cree dueña de la verdad y la voluntad del pueblo, es un acto de entreguismo, la sociedad, en cambio, la analiza como un generoso gesto solidario que apuesta al futuro de la patria. Tampoco es un cheque en blanco. Pero es un mensaje de confianza que nadie tiene derecho a defraudar. Tenemos fe en que el nuevo mandatario, por sus antecedentes de sinceridad y como hombre de bien y paz, habrá de honrar este desafiante compromiso

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