Luego del reconocimiento general de que los resultados de las elecciones del domingo han sido indiscutibles y que los comicios se realizaron de manera impecable dentro de lo que estable­cen las leyes, de pronto han apare­cido algunos cuestionadores. Ciertos candidatos perdedores que sintieron el áspero dolor de la tercera derrota consecutiva, como Efraín Alegre, han salido a poner en duda la tarea del Tri­bunal Superior de Justicia Electoral, a pesar de haber reconocido inicial­mente su actuación electoral con la peor derrota en 15 años. La sinceri­dad, que no es su mejor virtud, le duró solo 24 horas. Y lo peor es que, con su cambio de actitud, puso más leña en el fuego en momentos en que los adhe­rentes de Paraguayo Cubas cometían actos violentos para protestar contra irregularidades que no existen sino en su mente distorsionada.

La técnica del perdedor contumaz es culpar a los otros de la derrota y no asumir la realidad, y mucho menos la culpa. Porque aparte de la frustración enorme de perder y sentirse menos­cabado, le cuesta reconocer que es el responsable de su desgracia. Es dema­siado esfuerzo de integridad moral para un transgresor que no respeta las reglas admitir el fracaso y tener que reconocer que es un simple derrotado.

Eso ocurre y se ve habitualmente en el deporte, cuando un equipo malo pierde, sus responsables acusan de la derrota al árbitro, al estado de la can­cha, al extremo calor y hasta al viento norte. Jamás admiten que el equipo es inepto, que los jugadores no sirven, que la culpa del fracaso es su responsa­bilidad y que tienen que cargar con el peso de ser inútiles. Esa es la filosofía y la forma de actuar del perdedor nato, mentirse a sí mismo y buscar engañar a los demás pintando los hechos de un color falso e inexistente, lejos de la rea­lidad. Por eso nunca llega a alcanzar la victoria, porque se aferra a la mentira, que es solamente un disfraz desho­nesto de la verdad.

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En cambio, la forma de actuar del triunfador es muy diferente. En muchos momentos de su vida, o en la carrera que emprende, tiene derrotas. En medio del dolor, las asume con sin­ceridad, corrige sus errores y sigue en la lucha hasta alcanzar el objetivo final con una victoria sin discusión. Una cosa tan simple, que muchos no entien­den por no querer aceptar sus fracasos. Esa es la gran diferencia en el compor­tamiento del honesto y el corrompido.

Eso sucede en los diversos campos de la vida, como en la política, en que hay que tener la valentía de atraer la sim­patía y los votos de la gente, no con mentiras ni medias verdades, sino con un discurso sincero que responde a la realidad. Si bien se puede engañar a unos cuantos por una cierta tempo­rada, es muy difícil que la mayoría crea una falsedad por mucho tiempo, pues en algún momento se escurre la verdad entre las hendijas de la falsedad.

Hay quienes quieren poner en tela de juicio los resultados de las elecciones optando por el recurso más peligroso, la violencia, que habitualmente es el instrumento preferido de los que no tienen argumentos jurídicos ni lógi­cos. Los que optan por el terrorismo no solo ponen en peligro la vida y la segu­ridad de las personas, sino que están actuando contra las instituciones esta­blecidas por la Constitución y las leyes que rigen la vida del país.

Los resultados de las elecciones gene­rales del domingo tienen una sola gran verdad: ganó la Presidencia de la Repú­blica el candidato del Partido Colo­rado, Santiago Peña, quien encabezará el Poder Ejecutivo a partir del próximo 15 de agosto. En el Congreso habrá mayoría de legisladores de la ANR, lo mismo que en las gobernaciones.

Lo que corresponde es aceptar la rea­lidad y empezar a trabajar por el país para salir de la inmovilidad econó­mica mediante la reactivación, con todo lo que ello implicará para el bien­estar de los paraguayos. En ese tema hay mucho que hacer para los ciuda­danos de todas las condiciones, desde los líderes de las diferentes activida­des hasta el hombre común. Hay que asumir el compromiso con seriedad y emprender la tarea con responsabili­dad y patriotismo.

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