Efraín Alegre, el mismo líder de un sector que estuvo desarrollando la más gigan­tesca campaña de todos los tiempos en contra de Paraguayo Cubas, etiquetándolo de violento y “cartista”, ha decidido apoyar a tra­vés de fervientes mensajes la violenta movilización promovida desde Cru­zada Nacional.

Con este paso, Efraín Alegre estará sumando la complicidad un nuevo hecho cuya ilicitud debe ser investigada en la Justicia, a los tantos que ya tiene “cajoneados” por sus jueces amigos.

La actitud de Alegre al inciden­tar la tarea del Tribunal Supe­rior de Justicia Electoral es de una bajeza que provoca vergüenza ajena. Tras perder en tres eleccio­nes consecutivas, en 2013, en 2018 y ahora en 2023, solo ha tenido 24 horas de calma razonable para volver a la carga con el mismo dis­curso que llevó a su gloriosa aso­ciación política, el Partido Liberal Radical Auténtico, a los abismos de la derrota, la humillación y hasta la burla.

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¿Cuál es el motivo por el que la dirigencia del PLRA y sus dignos ciudadanos, muchos de los cuales enfrentaron a la dictadura, sigue sometida a Efraín Alegre y sus designios? ¿Por qué no escogen ya un camino de liberación de la diri­gencia más corrupta y fracasada que se recuerde en la historia? La razón parece que no depende, precisamente, de la voluntad de los ciudadanos de esta agrupa­ción política sino del hecho de que Alegre y un grupo de violentos han secuestrado políticamente el PLRA, y lo ha convertido en una dependencia más de su propia residencia. Los disidentes siquiera tienen la posibilidad de la palabra y mucho menos la disidencia, en sus supuestas reuniones de direc­torio. Ha atropellado a sillazos cuantas convenciones internas se organizaron e inventado burdos ingenios para salvarse de la elec­ción popular como las urnas deli­very.

Este dirigente es tan responsable como la dirigencia del partido que lo organiza, de las vidas y bienes que están en riesgo por una estú­pida y salvaje manifestación tras unas elecciones en las que el can­didato ganador, Santiago Peña, logra un resultado que supera, por lejos, la diferencia de cual­quiera de las elecciones de la tran­sición. Efraín Alegre está a punto de sumar a su derrota y a la ver­güenza para su partido un nuevo hecho de instigación a potenciales sucesos violentos que amenacen la vida de las personas.

Quedará, una vez más, en manos de aquel glorioso partido que supo capear los difíciles momentos de la dictadura, si continuará secues­trado por un fracasado atómico o buscará nuevas mentes, nue­vas figuras que sepan conducirlo y quizás más temprano que tarde, volver a gobernar el Paraguay.

Por de pronto, Efraín Alegre, con su furia de perdedor nos amenaza con un nuevo episodio de riesgo criminal.

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